sábado, 23 de abril de 2011

Acabar con un amigo

Gadafi

Acabar con un amigo

GEES

Para Occidente, Gadafi aún sigue siendo menos enemigo de los occidentales que amigos pueden ser los rebeldes.

La hipocresía es el homenaje que el vicio rinde a la virtud: o lo que es lo mismo, el reconocimiento de que se ha obrado mal aun cuando se ha hecho porque no quedaba más remedio. En el caso de Gadafi, desde Obama a Berlusconi o Sarkozy, todos han atacado al dictador libio como si éste no fuese su amigo. Pero nadie –salvo la parte más reaccionaria de la izquierda española– ha puesto nunca en duda que, pese a todo, estamos atacando a un amigo. Cosas de la historia.

Todos han sido hipócritas con Gadafi; pero sólo la izquierda española –la que apoyó frente a Bush al Sadam Hussein de las matanzas kurdas y chiitas, o que justificó el 11-M por la guerra de Irak con fines políticos– ha llegado al fanatismo de olvidarlo y exigir olvidarlo. Y eso que hacía negocios con todos, confraternizaba con los socialistas europeos y, como ha recordado Aznar, recibía armas de Zapatero: ¿se las vendía el Gobierno del PSOE sabiendo que era nuestro enemigo o es que también era amigo de Zapatero hasta que éste empezó a tirarle bombas sin previo aviso?

Contra el amigo y el socio se lanzaron los occidentales, por considerarlo necesario. Pero después, la operación libia nos ha metido en un lío considerable: por improvisada, por desordenada y por falta de objetivos. ¿Por qué nos metimos en semejante lío atacando a un Gadafi socio y amigo que hasta el 19 de marzo no había cometido masacres comparables a las de Irán en 2009 o Siria ahora, que sí permitimos?

En primer lugar, por la determinación premeditada de Sarkozy, el único que había reflexionado sobre la operación, a la que acabaría arrastrando a Obama y Cameron, y para la que parecía tener un plan. En segundo lugar, por las amenazas de Gafafi en la segunda quincena de marzo, que incluían el terrorismo como método y el mediterráneo como escenario, que iban más allá de lo que los occidentales podían tolerar de su socio. Y en tercer lugar, el factor más importante, el psicológico-social: nuestras sociedades reaccionan a golpe de emociones, y las revueltas árabes van sobradas de ello. Así que entre la habilidad diplomática francesa, las balandronadas de Gadafi y las ansias occidentales por hacer algo más que en las últimas décadas, el dictador libio se llevó y se ganó todos los boletos para ser atacado.

La habilidad francesa se ha ido esfumando conforme no lograba una victoria rápida y una unanimidad suficiente. Las balandronadas de Gadafi fueron sustituidas por llamadas del dictador, obligadas, al alto el fuego y la observación de la ONU. Y la unanimidad histérica occidental se ha ido resquebrajando conforme hemos ido constatando que lo que llamamos "rebeldes libios" es un grupo tan heterogéneo que incluye a grupos que serán enemigos rabiosos nuestros.

Y es que este es uno de los factores que enturbian la operación militar: para Occidente, Gadafi aún sigue siendo menos enemigo de los occidentales que amigos pueden ser los rebeldes. El problema es que es tarde para echarse atrás, y hay que acabar con quien es amigo nuestro, aunque la rancia izquierda española diga que no sabe quién es.

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