viernes, 15 de abril de 2011

Chunga en el Senado

Chunga en el Senado

José Cárdenas

Chunga s. f. fam. Burla, guasa, cachondeo, pitorreo.

¿Por qué debió ser diferente? Los tropiezos al inaugurar la sede del Senado reflejan a nuestra clase política y nuestra idiosincrasia, producto de un lamentable modo de ser, entender, reaccionar y vivir. Somos lo que comemos y tenemos lo que merecemos, me decía Paco Ignacio Taibo. Podríamos ser campeones en cultivar y padecer vicios ocultos. ¿Por qué la vida pública no tendría que ser al ahi se va? La imprecisión, en política, no respeta edad, sexo, profesión o condición.

La sede funcionó como un changarro de El Charifas: “Mire usté —nos dice el maistro—, llévese su carro así. Úselo para que los frenos se asienten. Es que están nuevos y por eso fallan”. Y se lo creemos, por descuidados: nos rifamos la vida, porque todo puede funcionar mal, antes de asentarse.

El virus de los aztecas es contagioso. La española empresa de seguridad Indra, por 455 mil pesos, sacó huellas dactilares y, por 260 mil, del iris de los legisladores, pero los lectores no leyeron. Ya servirán, como lo demás, cuando se asienten.

Los senadores terminaron el miércoles sin aprobar ni una iniciativa, votando a mano alzada. Como en 1970. Pasaron del iris al irigote, pero como los frenos, los lectores ya se asentarán. Y si no, ni modo. Se trata de que trabajen, cuando lo hagan, moviendo un dedo para entrar a zonas exclusivas, pasar lista, votar y consultar dudas en touch screens.

Y la seguridad ha de ser notable. Activistas de Greenpeace la calaron. Entraron tres días antes y de la azotea colgaron una manta amarilla de 100 m2 con la leyenda: “¿Nuclear? No Gracias”.

Otra española, Sutega, instaló equipos por 170 millones en el salón de plenos, los de juntas, el auditorio y en los lounges para el snack (pues los padres de la patria a veces descansan y botanean).

¿Listo para un párrafo de poesía pura, ofensivo para la modestia republicana?: “El equipamiento destaca por los máximos niveles de calidad y diseño, incluyendo piezas clásicas del mobiliario contemporáneo del siglo XX, como la Silla Barcelona, de Ludwig Mies van der Rohe, la Silla Panton, de Verner Panton, La Silla Eames de la Bauhaus y LC2 de Le Corbusier”.

En el parque jurásico del priato, la solemnidad era un atributo para representar a la república. Cuidar las formas supuestamente ayudaba a la sobriedad y la firmeza para sostener instituciones y leyes ante enormes desigualdades e injusticias. Hoy eso ha de resultar una molestia demodé.

Quizá no ha cambiado mucho en otros aspectos: abundantes discursos con denso y solemne hipoclorito de sodio, una lejía oratoria, oxidante y económica, que todo lo deja blanquito. De entonces, si acaso, perduran los trajes oscuros, siempre del gusto preferente entre los émulos de Belisario Domínguez.

Los ciudadanos de a pie estamos cambiando. Los legisladores quisieran que los periodistas los percibiéramos siempre debatiendo en bien de la patria y, por ahora, debemos aplaudir que fueron genios del humor involuntario. De la chunga, pues.

MONJE LOCO. La mole que nos costó 2 mil 300 millones la proyectó el yucateco Javier Muñoz Menéndez. Cobraba menos que el maestro Teodoro González de León, me dijeron. Y, más irreverencias: ¿qué pasará con el mobiliario de la Torre Caballito?, ¿una venta de garage? Sería un éxito. ¿Por qué no bajo la bóveda del Monumento a la Revolución? Digo… Yo no’más digo… Y viene la Semana Mayor. Así que cierro el changarro. Cada quien a lo suyo. El Monje Loco, también. Nos leemos el lunes 25. Mientras, descansen.

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