domingo, 24 de abril de 2011

El amor en tiempos de Obrador

El amor en tiempos de Obrador
La Semana de Román Revueltas Retes
Román Revueltas Retes

Sí, es cierto que a los seres humanos nos vendría muy bien amarnos los unos a los otros, pero AMLO, con perdón, no parece ser el emisario ideal de la misericordia y de la armonía. Por el contrario, es el primer responsable del clima de encono que vivimos actualmente. En este sentido, le ha causado un daño terrible al país: ha sembrado dudas y fomentado la división
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López Obrador nos habla ahora del “amor”. No está mal. Es muy oportuno. Haz el amor y no la guerra, proclamaban los hippies en los tiempos de Vietnam. Hoy día, ¿quién hace la guerra, en México? El “espurio”, evidentemente. ¿Y quién habla de “amor”? Pues, ya ven, Rayito. Tiene muy claras sus estrategias, el hombre.

El amor se ha vuelto así una propuesta de política pública. Nadie puede estar en contra. El problema es la “implementación”, como se dice en la jerga de los tecnócratas. ¿Cómo vas a lograr que nos amemos los ciudadanos de este país?

Para mayores señas, imaginen ustedes, en el mismo barco, a los representantes de la “mafia en el poder” y a los otros, a los “pobres”. La confraternización me parece muy complicada. Los primeros, además, nos advirtieron que Obrador era “un peligro para México”. No es una declaración muy amorosa, por donde la mires.

Y, habiendo sido proferida por los mismísimos encargados de administrar la cosa pública, con todo el aparato del Estado a su servicio, al destinatario le pareció excesiva, violatoria, arbitraria, injusta y abusiva, por no decir ilegal. Un agravio de este calibre no se olvida tan fácilmente.

En fin, en lo que toca al amor uno pensaría, en un primer momento, que no es un tema que compete a los líderes políticos. Por el contrario, es un asunto que interesa grandemente a los líderes espirituales. Esta distinción es muy importante: al César lo que es del César, dicen los clásicos. Lo otro es materia bien distinta.

Sin embargo, la figura de Mohandas Karamchand Gandhi, promotor de la resistencia no violenta y de la desobediencia civil, pareciera encarnar elementos de espiritualidad lo suficientemente decisivos como para lograr cambios en los ámbitos de la política: este hombre logró la independencia de la India invocando principios que no suelen formar parte de las estrategias políticas tradicionales.

Justamente, los partidarios de López Obrador alegaron que el bloqueo del Paseo de la Reforma en la capital mexicana, para protestar por el presunto fraude electoral de 2006, era una expresión de desobediencia civil perfectamente legítima y aceptable.

¿Se puede comparar una cosa con la otra? En lo personal, yo pensaría que la razón, como un proceso que parece tener una lógica intrínseca e incuestionable, se puede utilizar de manera muy abusiva.

Sí, es cierto que a los seres humanos nos vendría muy bien amarnos los unos a los otros. Jesucristo, hace ya dos mil años, fue quien promulgó la doctrina del amor y la compasión (los hombres de la Iglesia como que tergiversaron un poco las cosas y se dedicaron, durante siglos enteros, a perseguir a sus semejantes, a quemarlos en la hoguera, a torturarlos, a asesinarlos cruelmente y a aterrorizarlos).

Pero López Obrador, con perdón, no parece ser el emisario ideal de la misericordia ni mucho menos de la armonía. Por el contrario: es el primerísimo responsable del clima de encono y enfrentamiento que vivimos actualmente en la sociedad mexicana.

En este sentido, le ha causado un daño terrible al país: ha sembrado dudas sobre las instituciones de la República, ha acusado a los militantes de su propio partido, ha fomentado la división entre los ciudadanos que se sienten profundamente agraviados por la especie del “fraude” y los que —a duras penas, en un entorno de sempiternas sospechas y ancestrales desconfianzas— confían todavía en la viabilidad de la joven democracia mexicana, ha lanzado insidiosas denuncias, ha revivido el espantajo de la lucha de clases y, en su papel de gran agitador capaz de movilizar a la población, ha acojonado a una clase política que, ahora menos que nunca, se arriesgará (porque, en efecto, lo ve como un riesgo) a tomar las grandes decisiones que México necesita para modernizarse.

Para mayores señas, ahí están las huestes del SME, representantes del corporativismo más cavernario, a las que, luego de desmanes y algaradas, promete recompensar con puestos de trabajo en una empresa que se creará en un estado donde él ni siquiera habrá de gobernar.

A este hombre, de pronto, le viene a la cabeza hablarnos de amor…

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