domingo, 17 de abril de 2011

Elecciones peruanas: ¿entre dos males?

Elecciones peruanas: ¿entre dos males?

El domingo pasado los peruanos votaron para elegir presidente. Ninguno de los candidatos consiguió superar el 50% de los votos, con lo cual hay segunda vuelta. Los que han pasado a segunda vuelta son el ex militar Ollanta Humala y la hija del presidente Fujimori, Keiko. El primero con un 30% de los votos y la segunda con un 23% (escrutadas 80% de las mesas). Según lo que he visto y escuchado en las últimas 24 horas, paradójicamente, los dos candidatos que dirimirán la presidencia son los que más rechazos tienen entre la población peruana. Según Vargas Llosa, los peruanos tendrán que elegir entre “el sida y el cáncer” ya que aquellos representan la extrema izquierda (Humala) y la extrema derecha (Fujimori). Los candidatos centristas, moderados, que continuarían con las políticas actuales que han permitido que la economía peruana crezca un 6% promedio anual en los últimos 8 años (es cierto que el “viento de cola” mundial ha hecho crecer al 90% de los países del planeta) se presentaron divididos y ninguno de ellos pudo meterse en la segunda vuelta. La economía peruana se ubica en el puesto 41 en el índice de libertad económica, con una calificación cercana al 70%, superando el promedio regional y mundial.

El 5 de junio parecería que el electorado peruano estará eligiendo entre dos vías: una que aparentemente podría conducir hacia el modelo bolivariano o el socialismo del siglo XXI que conduce Hugo Chávez, la otra que encarna la hija del ex presidente Fujimori, que también expresaría un populismo democrático autoritario. Lo que se sabe es que quien sea elegido presidente lo hará con votos moderados, de gente que ha elegido por “el menos malo” (en el ballotage siempre es así cuando el candidato propio no supera la primera vuelta. Quizás esto le ponga ciertas restricciones al triunfador en su acción de gobierno. Seguramente veremos al candidato Humala esforzarse denodadamente en captar ese voto moderado, separándose en público de los “sospechosos de siempre” y supuestos amigos (Chávez, Evo Morales, Correa, etc.) que no parecen ser mayoritariamente apoyados o queridos por el electorado peruano. Humala tendría que hacer un esfuerzo mayor que Fujimori en esta segunda vuelta ya que él representaría más claramente la posibilidad de abandonar las políticas de los últimos años. Rápidamente empezaremos a saber hacia dónde se inclina el electorado peruano mediante las encuestas. Parece una película de terror, donde el protagonista tiene que elegir entre ser alcanzado por Frankenstein o por Drácula.

¿Moraleja? Si hay una es que por querer quedarse con todo no consiguieron nada: los que todos dicen ser los candidatos moderados obtuvieron, sumando todos los votos, un 45% del total. Lo cual los hubiera convertido en el partido más votado de haber ido con un candidato único (si bien, como dicen los analistas y encuestadores, en política 1 +1 no es 2 muchas veces). El ex presidente Toledo y su ex ministro de economía obtuvieron sumados el 35% de los votos. Me pregunto: ¿por qué no habrán hecho una fórmula conjunta? ¿Qué habrá sido lo que los separó en esta oportunidad?

La guerra del narcotráfico llega a Centro América

La guerra del narcotráfico llega a Centro América

La revista The Economist en su versión electrónica publicó hace tres días una columna que desnuda la violenta realidad que estamos viviendo. La columna se titula “The Drug War Hits Central America” y en la primera parte hace un recuento de la débil situación de las instituciones del país, del control de las mafias de las prisiones y señala que el triángulo norte de Centro América (léase Guatemala, Honduras y El Salvador) es una de las áreas más violentas del mundo. Agrega que para arreglar la situación se necesita una lista de cosas: una reforma en la policía, en las prisiones y en el sistema de justicia; mejor manejo de la inteligencia del estado y de la información; más oportunidades para la gente joven y más equipo para combatir el narcotráfico. Eso ya se sabe y el artículo lo enfatiza.

Ahora bien, la parte medular del artículo es la siguiente y está al final del mismo. Señala que “los gobiernos de Centro América no son los únicos responsables y agrega que las políticas anti-drogas de los EEUU son parte de la culpa ya que cualquier programa anti-drogas que se implemente no resolverá el problema fundamental: mientras las drogas sean prohibidas y, por ende, suministradas por criminales, sacar a los narcotraficantes de un lado sólo los empuja hacia otro lado”. Termina diciendo el artículo que ‘’a menos que las drogas sean legalizadas, eso es lo único que puede hacer Centro América”. La traducción es mía y les recomiendo que mejor lo lean por sí mismos. Hagan el link. Se los recomiendo.

Los límites del populismo en Guatemala

Los límites del populismo en Guatemala

¿Cómo definir al populismo? De manera sintética serían aquellas políticas económicas cuyo objetivo es incrementar la redistribución de ingresos (vía el Estado) mediante el consumo del capital. ¿Cómo se hace esto? De múltiples maneras: controles de precios, incremento tributario a las personas de mayor capacidad de ahorro, prohibiciones de exportación, congelamiento de las tarifas de servicios públicos, regulaciones, etc. En síntesis, “pan para hoy y hambre para mañana”.

Todos en el planeta sabemos que ni Santa Claus ni los Reyes Magos existen, son los padres o abuelos o parientes los que hacen los regalos el 24 de diciembre y el 6 de enero de cada año. Los bienes y servicios no son maná del cielo, hay que producirlos. Y para producirlos tiene que haber un proceso de capitalización previo, es decir, ahorro y luego inversión. El populismo intenta, muchas veces con éxito rotundo, que el consumo presente se incremente a niveles altísimos gracias a la redistribución que puede hacer el Estado. Claro que para eso alguien tiene que pagar la “fiesta”. El reparto de bienes y servicios se financia, en este tipo de políticas, confiscándoles a otros sus ingresos y patrimonios, es decir, afectando en última instancia la inversión presente y por ende el consumo futuro. No hay producción futura si no hay inversión presente.

Hace un par de semanas participé de un debate en la universidad en el cual discutimos las posibilidades que en Guatemala existen para que un proceso de populismo se profundice (mayor al que tradicionalmente hay). Después de idas y vueltas, mientras los otros ofrecían sus diversos argumentos a favor o en contra, hice una cuenta simple. Si se considera que una persona deja de ser pobre (creo que esto lo mide así el Banco Mundial) cuando su ingreso supera los $3 diarios, me pregunté: cuánto costaría que el Estado guatemalteco reparta esa cantidad de dinero entre la población pobre. Veamos: si hay aproximadamente 7 millones de pobres en Guatemala (el 50% de la población total) este programa anti-pobreza tendría un costo de unos $7.665 millones anuales, el equivalente a casi 20% del PIB. El presupuesto actual del gobierno central guatemalteco es de unos 52.000 millones de quetzales y este programa tendría un costo de poco más de 61.000 millones de la misma moneda. O sea, habría que incrementar el gasto público en un monto similar a las erogaciones actuales que financian todas las funciones del Estado guatemalteco. Para ser más precisos habría que aumentar el gasto público un 117% más. Obviamente, imposible.

En los últimos 25 años cientos de millones de personas en el planeta han salido de la pobreza pero no gracias al reparto populista sino al aumento de ingresos vía una mayor productividad. El mejoramiento del “clima de negocios” ha desatado un proceso de inversión en regiones como la India, China, países africanos y latinoamericanos cuyas tasas de crecimiento superaron anualmente el 6 o 7% (en China un poco más, el 9 o 10% anual).

Este tipo de procesos no es un juego de suma-cero, como el que aman los populistas, sacarle a unos para regalarle a otros. Es un juego de suma-positiva, un proceso donde todos ganan. Mayores inversiones en contextos de mercados abiertos y competitivos conducen a un aumento de productividad que se refleja en mayor cantidad de bienes y servicios, menores costos de producción unitarios, mayor rentabilidad y, también, mejores salarios. El populismo tiene “patas cortas”, claro que a veces ese corto plazo dura demasiado respecto a la vida de las personas. Quitándole el fruto del esfuerzo a algunos para repartirlo entre otros solo mejora la situación de los más pobres al principio, pero los condena a la pobreza en el mediano y largo plazo ya que el stock de inversiones sufre por la mayor confiscación.

Publicado originalmente en Proceso Económico el 7 de marzo de 2011.

Publicado por Pablo Guido

Al fin, un avance en el TLC con Colombia

Al fin, un avance en el TLC con Colombia

Sin sorprender a muchos, la administración de Obama anunció ayer que ha logrado un acuerdo con Colombia para abordar las preocupaciones acerca de las protecciones laborales y finalmente avanzar hacia la ratificación del estancado tratado de libre comercio entre nuestros dos países. Esta es una buena noticia para la expansión del comercio y para fortalecer los lazos con un un aliado clave en América Latina.

Se espera que la llegada a Washington a fines de esta semana del presidente colombiano, Juan Manuel Santos, consolide el tratado. A cambio del acuerdo, Colombia ha accedido en aumentar sus esfuerzos para proteger de la violencia a los miembros de sindicatos y enjuiciar a los responsables con más severidad.

Como mi colega Juan Carlos Hidalgo y yo documentamos a principios de este año en un estudio publicado por el Cato Institute, las preocupaciones sobre las protecciones laborales nunca fueron una razón válida para demorar la vigencia de este acuerdo. La tasa de homicidios en Colombia ha disminuido dramáticamente durante la última década y la tasa de asesinatos de trabajadores sindicalizados ha disminuido aún más rápidamente. Un trabajador sindicalizado en Colombia tiene hoy un sexto de la probabilidad de ser víctima de homicidio que la que tiene un ciudadano común que no pertenece a un sindicato. Mientras tanto, el gobierno de Colombia ha aumentado las condenas por homicidios de sindicalistas por un factor de ocho durante los últimos tres años.

Como señalaron esta semana los senadores del Partido Demócrata John Kerry y Max Baucus en un artículo de opinión que respaldaba el acuerdo, la Organización Internacional del Trabajo ha certificado que Colombia está cumpliendo con sus acuerdos internacionales de trabajo.

El obstáculo de la violencia laboral fue sólo una cortina de humo política que había sido utilizada por los dirigentes sindicales en EE.UU., quienes buscaron cualquier argumento para oponerse al tratado. Incluso el acuerdo anunciado no logrará convencer a la Federación Americana del Trabajo-Congreso de Organizaciones Industriales (AFL-CIO, por sus siglas en inglés). El gobierno de Colombia podría haber resucitado a un centenar de sindicalistas asesinados y los sindicatos estadounidenses todavía hubiesen dicho que no se había hecho lo suficiente.

El avance de esta semana despeja el camino para que el congreso apruebe, con lo que según mis predicciones serán cómodas mayorías bipartidistas, los acuerdos comerciales pendientes con Colombia, Panamá y Corea del Sur.

Publicado por Daniel Griswold

Viaje con percance al final

Viaje con percance al final

La Universidad Francisco Marroquín me invitó a Guatemala del 16 al 25 de marzo último. Primero, para un seminario organizado por Liberty Fund de EE.UU. y, luego, para dictar clase a profesores, a empresarios, a alumnos de distintas facultades, para presentar un libro que coedité con el Rector de esa casa de estudios en homenaje a su fundador, para pronunciar la conferencia inaugural en un evento interuniversitario en la dieciochesca Universidad de San Carlos de la misma ciudad y, finalmente, como invitado a un programa de televisión y a otro de radio (el programa televisivo se llama “A Solas”, el mismo nombre del célebre conducido por Hugo Guerrero Marthineitz en Buenos Aires al que tantas veces fui invitado por este periodista peruano —ejemplo de independencia y coraje frente al poder— que hizo escuela en medios argentinos y al que aprovecho para rendirle sentido homenaje a raíz de su muy reciente muerte).

En Latinoamérica no hay un campus como el de la Francisco Marroquín, ni con jardines tan espaciosos y tan estéticamente concebidos, ni con una biblioteca mejor dotada ni con aulas acondicionadas con tanto apoyo logístico sofisticado. En la visita todo marchó sobre rieles y fue sumamente gratificante hasta que, de regreso, me topé con los agentes de seguridad del aeropuerto guatemalteco. Aclaro que ya de por si las migraciones y, sobre todo, las aduanas afectan grandemente mi psique, mi estado físico y moral. No alcanzo a comprender las razones de la existencia de los llamados “vistas de aduana” que estimo podrían liberarse para que dediquen sus energías a actividades útiles, cuya misión consiste en alegar que traer bienes más baratos y de mejor calidad perjudicaría gravemente la condición económica de los locales y, en no pocos casos, la viva insinuación de cohecho (o ambas cosas a la vez), sin percibir que toda la parafernalia montada a esos efectos apunta a otorgarle mercados cautivos a barones feudales que la juegan de empresarios con serios perjuicios para todos los consumidores. De allí es que el contrabando viene a mitigar semejantes daños, en lugar abolir las barreras aduaneras que, entre otras cosas, anulan gigantescos esfuerzos de la humanidad para reducir los costos de fletes marítimos, aéreos y terrestres.

Y si en el control aduanero se pretende frenar el tráfico de drogas alucinógenas para usos no medicinales (que por otra parte en todos los países ingresan por vías facilitadas por autoridades corruptas comprometidas en el negocio), es menester insistir en que el flagelo no se combate con la prohibición (de la misma manera que no sirvió para el alcohol con la Ley Seca) que, debido a descomunales márgenes operativos, solo estimula a los “pushers” para colocar el estupefaciente en colegios, bailables y similares y que permite la producción de las sintéticas al tiempo que afecta severamente las libertades individuales con costos siderales (de vidas y crematísticos), todo lo cual —salvo el entuerto del opio debido a la prohibición en China— no sucedió durante unos cuatro mil años que es muestra suficientemente representativa: desde dos mil años antes de Cristo hasta 1971 en la que comenzó esta inaudita y contraproducente “guerra” declarada y pergeñada por ex mafiosos del alcohol en vista de que perdieron sus descomunales ganancias anteriores.

Además, como Milton Friedman y Salvador de Madariaga, personalmente objeto la existencia del pasaporte, un salvoconducto característico de los regimenes totalitarios para permitir que ciertas personas puedan moverse de un lado a otro. En lugar de contar con documentaciones cruzadas provistas por privados en las relaciones sociales y comerciales cotidianas, se opta por documentos únicos exhibidos en las susodichas aduanas, lo cual facilita enormemente la falsificación y los desmanes terroristas (tal como ha escrito J. Harper esa inseguridad sería mejor entendida por la gente el día que los gobiernos decidan que las personas dispongan de una sola y misma llave para su casa, la oficina, el automóvil y la caja fuerte y, por si esto fuera poco, fabricada por el aparato estatal).

Además de mis escritos y cátedras en la materia, mi modesta contribución en el sitio consiste en pararme sobre la línea amarilla en la antesala de migraciones y no agradecer nunca después de haber sido vejado en absurdas revisaciones de mi equipaje (me afecta mucho incluso cuando observo que someten a otras personas a ese hurgar morboso, humillante y vacuo). Esta es entonces mi natural predisposición al cruzar fronteras que desde mi modo de ver solo y exclusivamente sirven para fraccionar el poder y evitar así la peligrosa concentración de funciones de un gobierno universal, pero nunca para suponer que un río, una montaña o una delimitación siempre artificial y fruto de evoluciones geológicas o acciones bélicas signifique transformar naturalezas y nexos causales diferentes de los que ocurren dentro de un país.

En el caso que nos ocupa, al llegar al detector de metales un señor estaba cruzando el artefacto de marras y pude comprobar que como lo habían obligado a sacarse los zapatos, sus medias oscuras estaban revestidas casi por completo de una especie de ungüento, como si el sujeto en cuestión hubiera metido los pies en sendos platos de sémola aunque, curiosamente, no dejaba huellas en el piso. Como a mi también me obligaron a descalzarme (y sacarme el cinturón y el saco) opté por caminar en puntas de pie realizando un esmerado y atento ejercicio de memoria para no apoyar mis extremidades donde lo había hecho mi antecesor.

Del otro lado me encontré con un ciudadano español que mantenía un acalorado debate con la mujer encargada de la seguridad en ese tramo. Pude escuchar el final del altercado con los ánimos ya muy caldeados por parte de ambos contendientes. En esa parte, la mujer que portaba una cara de mastín tipo dogo (un can que se produce en tierras argentinas para la caza del jabalí) pero con más papada y de cuya parte delantera brotaban inmensos pechos que a cierta altura se confundían con un muy adiposo abdomen, le gritaba al pasajero que si valoraba tanto el licor que pretendía portar que se lo bebiera allí mismo. Ese diálogo nada conciliador me alertó sobre lo que se me venía. Miré a los costados buscando con alguna ansiedad si lograba divisar algún otro u otra con quien tratar pero no tuve éxito en la pesquisa puesto que me tocó la referida dama con cara de mastín quien me indicó que abriera mi valija. Le dije del mejor modo posible que cuando viajo sin mi mujer el equipaje está muy mal acondicionado y que si lo abría no lo podríamos cerrar nuevamente. Me replicó de mala manera que si no la dejaba inspeccionar labraría un acta consignando mi “rebeldía para con la autoridad”. En vista del clima poco amistoso procedí a abrir el bulto y de acuerdo a mi conjetura saltaron como un resorte mis calzoncillos, camisas y demás prendas junto con varios libros que se desparramaron por la mesa inquisitorial que tenía delante de mí a la altura de las rodillas. El rostro púrpura de la funcionaria se tornó en una expresión de satisfacción directamente proporcional a mi estado de preocupación. Agarró mis efectos personales con la mayor de las desaprensiones y los pasaba a una bandeja de plástico bastante roñosa.

Después de este ejercicio detectivesco me miró fijamente y me dijo que me debían “decomisar” un jabón y un regalo para mi mujer de parte de una ex alumna mía que en ese instante percibí eran candelas que venían en un envase bastante llamativo. Le dije a esa especie de Gestapo autóctona que si se trataba de evitar episodios que pudieran poner en riesgo la seguridad de la aeronave que procedieran a verificar los dos adminículos para constatar sus inocencias. Me interrogó sobre el uso que le daba al jabón a lo que le respondí que era para lavarme la cabeza con la esperanza de mantener el volumen capilar (la conversación era digna de una producción cinematográfica de Woody Allen). No aceptó mi explicación que adornó con gestos enfáticos de reprobación con lo que mi paciencia se fue agotando paulatinamente y consigné que destrozaría el jabón y que el regalo para mi mujer también lo rompería (para que el mastín no usufructuara de esto último ya que lo primero no le serviría de mucho ya que se la veía con una calvicie bastante avanzada). Acto seguido arrojé con marcada vehemencia el obsequio al suelo y observé que no se rompió ni se afectó en los más mínimo, entonces decidí saltar sobre el, primero con un pie y luego con los dos sin obtener ningún resultado visible. A todo esto, se fueron agolpando pasajeros que no solo no mostraron ninguna solidaridad conmigo —tal como muchas veces ocurre con un asalto en la vía pública donde los vecinos se reúnen a mirar sin inclinación a ayudar a la víctima— sino que algunos me observaban con cierta sorna y en ademán de solicitarme que dejara de saltar como un energúmeno para desahogar mi fastidio.

Dado que el presente de mi ex alumna parecía absolutamente indestructible, la burócrata a cargo del operativo insistió en quedarse con mis dos pertenencias lo cual refrendó leyendo en voz alta la disposición correspondiente que con una ambigüedad superlativa declaraba casi todo como “elemento peligroso” y el resto lo dejaba en manos de la discrecionalidad “de la autoridad competente”. Le hice notar que se trataba de un texto ridículo. Frente a “tamaña manifestación” procedió a solicitar la presencia de un colega al que le trasmitió el adjetivo que yo había utilizado. Ese colega me llamó a un aparte y en aire doctoral me dijo que las normas se promulgaban para ser cumplidas. Le contesté que esas eran anti-normas puesto que las normas son para la cooperación social y la convivencia civilizada y que si en lugar de contar con disposiciones tan omnicomprensivas y arbitrarias que provenían del vértice del poder, cada empresa de aeronavegación pudiera establecer las pautas en competencia en el contexto de una inventiva descentralizada y a través de un proceso de prueba y error, se lograría un equilibrio entre la seguridad del avión y la comodidad de los pasajeros y que por no prestar atención a estas cosas es que pudo ocurrir la masacre del 11 de septiembre de 2001 en EE.UU. puesto que tres líneas aéreas habían desarrollado armas sin detonación para la defensa de la tripulación pero una ley federal prohibió su uso con lo que los antedichos asesinatos masivos fueron perpetrados con cuchillitos de plástico frente a una tripulación que los criminales sabían indefensa.

En esta instancia y sin demostrar demasiado interés por mis reflexiones (aunque por momentos parecía que prestaba alguna atención) y mirando repetidamente su reloj, sorpresivamente me invitó a que ilustrara la idea de la anti-norma antes mencionada. Pensé que dado que estábamos solos y a un costado del centro de las trifulcas que generaban estas averiguaciones malsanas debía recurrir a un lenguaje un poco más gráfico por lo que decidí usar algunas palabras subidas de tono. En esta nota empleo sinónimos y dejo a la imaginación del lector los términos que utilicé en esa ocasión. Le dije al encargado que si una disposición me autorizaba a pegarle un patada en los testículos ese era un ejemplo de anti-norma ya que no aludía a la convivencia ni a la cooperación, y en un momento de entusiasmo irrefrenable le comenté que por esas resoluciones absurdas es que terminaban poniéndoles una bomba en el trasero como lo ocurrido con las célebres y pacíficas Torres Gemelas. Dicho esto me amenazó con hacerme detener si continuaba articulando esa variante discursiva a lo que le dije que él mismo me había pedido que ilustrara el punto. De todos modos, a ojos vista el asunto estaba completamente empantanado, por ende, si quería conservar lo mío no tenía más salida que volver sobre mis pasos y despachar el equipaje, lo cual hice sin obtener tampoco la más mínima comprensión de los otros empleados en el mostrador respectivo quienes se limitaron a repetir que son las normas las que contienen esas disposiciones que deben ejecutarse y no me pareció el momento de reiterar mis consideraciones sobre la anti-norma (las que, por otra parte, hoy desafortunadamente el Leviatán dicta a diestra y siniestra en todos lados y para los más variados propósitos) y, por otro lado, me sentía exhausto y falto de glándulas salivares para continuar argumentando frente a una audiencia adversa, nada entusiasta, sumamente apática y, por cierto, escéptica a rajatabla.

En todo caso, todos somos diferentes y, si se quiere, arrastramos nuestras anormalidades (en este sentido recordemos el título de una de las obras de Erich Fromm: La patología de la normalidad). Es para mí un disgusto gigante el cruzar fronteras debido a los siempre presentes vigilantes aduaneros, como para que ahora se agregue este mal tratado tema de la seguridad. Como también le manifesté a la mujer con quien trabé esta infortunada, frontal e imprevista relación que para viajar a Guatemala sugerí a mis invitantes hacerlo vía Panamá para evitar el masaje prostático en Miami y resulta que me tropiezo con que me dicen que mi jabón “puede ser una bomba plástica” y que las candelas “pueden encerrar un explosivo” sin recurrir a las elementales constataciones que provee la tecnología moderna y sin tener en cuenta las más básicas reglas de la cortesía y el buen trato. Se que no pocos son los que se abstienen de quejarse por estos atropellos y no toman a mal los embates al sentido común pero me parece que actúan como meras ovejas (con perdón del ganado lanar). Se que en otros casos el enojo no surge porque los transeúntes suscriben mansamente aquellos esperpentos del “ser nacional” y la “protección a la industria nacional” y demás contrasentidos económicos, jurídicos y éticos (aunque en ese trance aduanero suelen ocultar productos en los lugares más increíbles del cuerpo).

Como bien muestra Adam Smith en La teoría de los sentimientos morales, este tipo de regulaciones estatales saca a relucir lo peor del ser humano, mientras que marcos institucionales que establecen el respeto recíproco estimulan e incentivan lo mejor de cada uno y son altamente educativos ya que en esas relaciones interpersonales se debe satisfacer al otro para procurar una ventaja propia, por lo que después de haber realizado las transacciones o intercambios correspondientes ambas partes se agradecen recíprocamente.

De cualquier manera, la desazón de episodios como el aludido en este artículo es tan grande, tanto me afectan que de ahora en más me desplazaré exclusivamente si los honorarios son especialmente abultados (a pesar de haber realizado múltiples travesías sin cobrar), de lo contrario no lo haré si bien he llevado a cabo en los meses recientes viajes placenteros sin sobresaltos a la Universidad del Desarrollo en Chile, a la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Perú y, poco antes, al Instituto de Estudios para la Sociedad Abierta en la propia Panamá y hace unos pocos meses a la Universidad Católica de Córdoba y a la Universidad del Aconcagua en Mendoza, atendido en todas partes a las mil maravillas igual que siempre ocurre en la tan apreciada Universidad Francisco Marroquín y en todas las casas de estudio que tuvieron la amabilidad de acogerme en sus aulas. Pero es que la espada de Damocles siempre pende de un hilo y se me ha desplomado en varias oportunidades con el correr de los años al trasponer límites fronterizos. Al fin y al cabo ya mis periplos académicos incluyeron lugares como Japón, Australia, Taiwán, Corea del Sur, Canadá, EE.UU., Europa, todos los países latinoamericanos y Brasil, y en vuelos de cabotaje, los más diversos rincones de Argentina. De lo contrario, si esto de los excepcionalmente jugosos emolumentos no tuvieran lugar, espero se comprenda que, a esta altura, el traqueteo, por más agradables, estimulantes y queridos que sean los anfitriones, no amerita absorber tanta adrenalina.

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