viernes, 27 de mayo de 2011

España y Argentina: Allá la indignación, acá la indignidad

España y Argentina: Allá la indignación, acá la indignidad

Indignados CFK








  



Por Gabriela Pousa
 
Mientras Cristina Fernández de Kirchner va lanzando en cuotas su candidatura, la democracia argentina vuelve a dar muestras de ser un sistema manoseado en demasía. Simultáneamente con la puesta en marcha de las internas primarias, obligatorias y abiertas, surge en su esplendor una de las características más relevantes de la vieja política: el dedo elector. 
 
De ese modo, aparecen en escena las fórmulas Daniel Filmus y Carlos Tomada, Mauricio Macri y María Eugenia Vidal, Pino Solanas y Jorge Selser y muchas otras más. Podría decirse que la reforma electoral tan controvertida que se votó en el Congreso Nacional resulta apenas un artilugio efectista en algunas provincias y para ciertos cargos. Como muchas otras leyes, emerge con parcialidades que vuelven a manifestar la manipulación democrática.
 
El acto de lanzamiento de la fórmula del Frente para la Victoria para la Ciudad Autónoma de Buenos Aires corroboró sin sutileza este extraño mecanismo elector de figuras claves para la elección final, es decir para aquella que terminará de definir si el país se inclina hacia la república representativa y soberana o lo hace aún más hacia un régimen dictatorial, aunque pretenda dársele legitimidad en las urnas.
 
A pesar de tratarse del lanzamiento del candidato a Jefe de Gobierno porteño, la oradora terminó siendo la jefa de Estado: peculiaridades de este extraño presidencialismo instaurado a través de una hegemonía capaz de avanzar por sobre todo lo demás. Lo mismo ha ocurrido en el armado de listas, donde La Cámpora avanza sin obstáculos: jóvenes sedientos de cargos sacados del desierto y lanzados al oasis de frutos encantados.
 
Infinidad de veces aseguramos en este mismo espacio que la concurrencia al cuarto oscuro cada cuatro años no implica ni garantiza la ausencia de totalitarismos. Ejemplos sobran en la historia universal. De los votos puede emanar el más cruel de los villanos si no se continúa ejerciendo deberes de ciudadano sin solución de continuidad.

Es cierto que estamos atravesando una era signada por la puesta en marcha de una especie de industria de derechos. Derechos desvirtuados, torcidos y desde luego hábilmente manejados por líderes o punteros políticos desde el llano. La espontaneidad está lejos de hallarse en la implementación de aquellos.

En ese contexto pareciera que todos tenemos derecho a hacer o deshacer a nuestro antojo y conveniencia, más allá de las normas y reglas básicas de convivencia y, peor aún, de la mismísima letra de la Constitución Nacional.

De allí los piquetes, los cortes de calles, las movilizaciones que bloquean el tránsito a diario, los acampes por reclamos, las tomas de escuelas y hasta las marchas y escraches para defender –supuesta y paradójicamente– una maraña de “derechos adquiridos” en detrimento de deberes intrínsecos.

Sin ir muy lejos, la toma del colegio Carlos Pellegrini obra como fotografía exacta de la herencia que arrojará el “estilo K” en ese aspecto. La ausencia de tradiciones, el vaciamiento de los conceptos de autoridad y jerarquía, la consagración de la fórmula discepoleana “lo mismo un burro que un gran profesor” se asientan en la rebelión.

Pero no fue sino desde la Presidencia de la Nación desde donde se fomentaron el patoterismo y las conductas tendientes a modificar aquello de “los derechos propios que terminan donde comienzan los de los demás”. Los “demás” pasaron a ser meramente deudos sin derechos. Están ahí para satisfacerme o al menos para tolerar.

Basta recordar cuando Néstor Kirchner llamó a boicotear las bocas de expendio de nafta de la compañía Shell y avaló la conducción de piquetes a las estaciones de servicio que organizó Luis D´Elía.

El modelo se plasmó sin interferencias. Pretender profundizarlo parece querer decir infringir libertades y avanzar impunemente con un Estado depredador.

A su vez, la queja colectiva, masificada conlleva en sí la anulación del cambio. Y es que si bien se observa, se ha pasado de aquellas “revoluciones” tendientes a modificar situaciones de opresión a manifestaciones animadas profesionalmente.

“De los planificadores de la insurrección se pasó a los organizadores de diversión”, sostiene Pascal Bruckner. Y es por ello que no faltan en los actos de repudio o en los pedidos sociales los recitales de conocidos cantantes de rock, los bailes, los partidos de fútbol como aquellos que se organizaron en plena avenida 9 de Julio, etcétera, etcétera.

Esta expansión del entretenimiento en los paros, piquetes y reclamos resulta el único medio de mantener la cohesión y atraer adeptos. No hay grandes diferencias entre las verdaderas fiestas populares y los piquetes o acampes. Es como si en lugar de estar carentes de algo se estuviera festejando la posibilidad de terminar siendo asistidos perpetuos del Estado.

Y el Gobierno, confundido o disfrazado de Estado, festeja así la posibilidad de sacar provecho hasta de los reclamos. Nada más sencillo para instaurar el aparato del clientelismo.

Al margen de esta utilización siniestra que se hace de los carenciados llevándolos en masa para encabezar desde bloqueos a diarios hasta protestas de la índole más diversa, subyace otro engaño: el creer que quienes llevan adelante estas “gestas” merecen ser atendidos, respetados.

Una causa no es precisamente justa porque haya hombres que hasta estén dispuestos a morir por ella. El fascismo fue una causa, el comunismo también, el islamismo es otra. En rigor, ningún grupo por oprimido que haya sido o por sentirse con “derecho a…” está eximido de rendir cuentas ni pasar por sobre los fundamentos de la ley y la moral.

Esa verdad está siendo combatida y desvirtuada desde la máxima autoridad para provecho electoral. La diferencia entre estos actores sociales y los indignados españoles radica, quizás, en que los “rebeldes” nacionales carecen de educación y, en consecuencia, de dignidad. Dos requisitos fundamentales para que el gobierno pueda continuar.
Por Gabriela Pousa

Dos recetas para la bancarrota

Dos recetas para la bancarrota

¡Indignaos! Por Alberto Benegas Lynch (h)
Es sabido los graves problemas que engendrados por el endeudamiento estatal, el gasto público y los gravámenes fiscales que año tras año arrastra el Leviatán con renovadas energías y promesas vacías e imposibles de cumplir. En estas líneas me quiero referir a otro plano de discusión, relacionado con el anterior pero que tiene vida propia y, en gran medida, es el causante original de lo demás.
Acabo de preparar una nota para otro medio periodístico en la que detallo los antecedentes y los efectos de los sucesos de estos días en España de modo que no quiero repetirme, pero destaco que resulta en verdad paradójico que “el movimiento de los indignados” proclame en su Manifiesto de 16 puntos la necesidad de adoptar más de lo mismo en lugar de ir al fondo del asunto y demandar una sociedad abierta. Independientemente de que en las elecciones municipales y comunales del pasado domingo el partido gobernante perdió por más de diez puntos pero con un record de votos en blanco, el sistema estatista español y en buena parte del mundo está quebrado por los cuatro costados. No resulta posible ni lógico reclamar más intromisiones en las vidas y las haciendas de los demás alegando “derechos” sobre el fruto del trabajo ajeno. Se torna intolerable vivir en una sociedad que se concibe como un inmenso círculo en el que cada uno tiene metidas las manos en el bolsillo ajeno.
Tampoco es aceptable que se siga pensando que instituciones nefastas como el Fondo Monetario Internacional responden al capitalismo cuando en verdad son expresiones cabales de la prepotencia de burócratas que recetan sandeces y consolidan gobiernos corruptos y estatistas con recursos compulsivamente detraídos de los contribuyentes. Hay quienes se sienten alarmados debido a que el jefe supremo del FMI está ahora detenido por violar una mucama en un hotel de Manhattan, sin reparar en el hecho que el, sus colegas y antecesores venían haciendo lo propio ininterrumpidamente a todos los contribuyentes de los diversos países miembros en un sentido muy próximo al literal, con un entusiasmo, una constancia y una energía dignas de mejor causa. No en vano es que el sujeto de referencia se postulaba para presidente en Francia por el Partido Socialista.
En esta oportunidad quiero circunscribir mi atención en las legislaciones sindicales y en los regimenes de la mal llamada “seguridad social” que han conducido a la quiebra de muchos países. En el primer caso, no se trata del indiscutible derecho de asociación para todo lo que los asociados consideren pertinente. No se trata ni siquiera de la figura de la “personería jurídica” sino de la “personería gremial”, es decir, la formación de una banda, de una asociación ilícita que fuerza a la representatividad de un sindicato por rama de actividad y fuerza a realizar aportes e incluso, a veces, fuerza a la afiliación.
Esta figura esencialmente fascista, copiada de la Carta del Lavoro de Mussolini está estrechamente vinculada a la huelga, entendida no como el derecho a no trabajar que lo debe tener cualquiera, sino con los procedimientos violentos de impedir que los que quieran trabajar lo puedan hacer. Pretenden estar y no estar al mismo tiempo en sus puestos de trabajo: no se presentan a sus labores pero retienen coactivamente su puesto y, como queda dicho, no permiten que otros ocupen esos lugares de trabajo. Lo curioso del caso es que los gobiernos, en vista de esta situación, se arrogan la facultad de decretar si la huelga es legal o ilegal según convenga a sus intereses partidarios. Esto es, semejante atropello a la propiedad de terceros es frecuentemente decretada “legal” por el organismo supuestamente encargado de velar por los derechos de todos.
Estos dislates se basan en la peregrina teoría de que los salarios se pueden establecer a través de decretos y medidas de fuerza en lugar de comprender que son el exclusivo resultado de las tasas de capitalización. Si fuera correcta esta absurda teoría, sería cuestión de mantener huelgas del tipo de las señaladas al efecto de enriquecer a la gente. Los gobiernos adhieren a la tesis que subyace a estas medidas de fuerza y convocan a los tragicómicos Consejos de Salarios con la participación de sindicalistas, burócratas y llamados empresarios que se toman en serio el rol de dictaminar en la “puja de ingresos” como si la asignación de factores productivos pudiera manejarse con voluntarismo de espaldas al mercado.
Los sindicalistas al frente de sus gremios tienen todo tipo de prebendas y se alzan con fortunas al manejar discrecionalmente “obras sociales” compulsivas (que están arruinando severamente la medicina) y demás “prestaciones” que administran monopólicamente sin posibilidad de que entren competidores. Lo verdaderamente gracioso es que aparecen en programas televisivos mal vestidos para impresionar al distraído mientras los espera a la salida su Mercedes Benz o equivalente con chofer y guardaespaldas que los conducen a sus mansiones o a la de sus amantes financiadas generosamente por ellos con recursos de los trabajadores.
Las movilizaciones sindicales así concebidas paralizan cualquier intento de poner orden en las finanzas públicas o en las decisiones de empresas privadas que se consideran un coto de caza de los jefes gremiales y sus secuaces.
El segundo pilar pésimamente construido y peor concebido y en verdad el motivo del derrumbe social es la “seguridad social” basada en descuentos obligatorios para engrosar cajas negras y las blancas operan sobre un sistema de reparto que desde cualquier perspectiva y proyección actuarial está en ruinas desde el momento mismo en que se lanza al ruedo. Es decir, una gigantesca estafa fogoneada con promesas de imposible cumplimiento y que cada gobierno intenta posponer agravando la situación financiera de la siguiente administración.
Como he apuntado en otra oportunidad, este sistema de inseguridad antisocial se recuesta en la peregrina noción de que los pobres no preverán su futuro si no se los obliga al aporte de marras, lo cual subestima a las personas de menores recursos sin detenerse a considerar que esto constituye un insulto a nuestro ancestros ya que todos provenimos de la miseria y las cavernas y no por ello puede sostenerse que descendemos de irresponsables. Por otra parte, casos como el argentino ponen al descubierto el error garrafal del aserto ya que los inmigrantes llegaban a las costas de ese país sin nada y ni bien comenzaban a trabajar ahorraban para invertir en terrenos y luego departamentos que fueron aviesamente confiscados a través de otras “conquistas sociales” como las nefastas leyes de alquileres y desalojos que arruinaron a millones de familias. Además, si se fuera consistente con la mencionada (falsa) premisa de la irresponsabilidad, habría que destinar un oficial de policía para cada uno que reciba su pensión para verificar que no gaste los montos obtenidos en menesteres inconvenientes con lo que se cierra el círculo del Gran Hermano.
No hace falta más que preguntar al azar en las calles de cualquier ciudad cuanto se recibe de las pensiones estatales para percibir que el monto no guarda relación con lo que hubiera obtenido si se hubiera colocado en el mercado. No se necesita ser un experto en interés compuesto para percatarse de la estafa. Pero aunque los montos percibidos estuvieran a la altura de las rentas percibidas en competencia, no se justifica la imposición ya que el fruto del trabajo ajeno debiera considerarse como algo sagrado e intocable. En última instancia no se trata ni siquiera de confrontar sistemas de reparto y de capitalización ni de sistemas estatales o privados, el tema central es la libertad de usar y disponer de lo propio. En este contexto es tan oportuna la reflexión que ha escrito Anthony de Jasay en cuanto a que “Amamos la retórica y la palabrería de la libertad a la que damos rienda suelta más allá de la sobriedad y el buen gusto, pero está abierto a serias dudas si realmente aceptamos el contenido sustantivo de la libertad”.
En el tema de la seguridad social, independientemente del sistema que se adopte, es oportuno señalar que en las familias bien constituidas primero los padres se dedican a los hijos cuando son pequeños y adolescentes hasta la madurez y luego los hijos se ocupan de sus padres cuando estos tienen edad avanzada. En el primer caso, cuando los padres se ocupan de sus hijos, simultáneamente deben ocuparse de sus propios padres cuando ancianos. Es cierto que la vida es complicada pero esto va para todas la generaciones, este tema medular no solo alude a una obligación moral en respuesta a lo mismo que hicieron los progenitores sino que se trata principalmente de una tarea de cariño, afecto y consideración.
Hoy en día por todas partes se pone en evidencia la quiebra de diversos países a raíz de esta operación pinza que estrangula toda posibilidad de mejora y aniquila muy especialmente a los más débiles que se dice se desea proteger. La demagogia ha sido infernal durante décadas y décadas y ahora la situación se torna insoportable. Lamentablemente las propuestas en general revelan un alto grado de inmadurez, ponen al descubierto el “síndrome de Peter Pan”: se niegan a crecer. Dichas propuestas se limitan a estirar la edad de futuros pensionados para endosar la crisis a gobiernos posteriores, se congelan salarios de la administración pública, se recortan gastos sin ir al fondo de la función (es decir, se poda en lugar de eliminar el problema con lo que, igual que con las plantas, crece con más fuerza) o se libran interminables batallas para evitar el déficit como si el problema no fuera el peso del Leviatán. Con todo esto y sandeces similares se crean falsas expectativas y se incentiva a las resultas sociales que solo agravan la situación.
Alguien alguna vez tendrá  que reconocer que los gobiernos han engañado miserablemente a la gente y ha explotado su llamativa candidez, al tiempo que declararán las propias quiebras con lo que es de esperar que nadie le preste sus ahorros a los gobiernos y nadie acepte la intimidación sindical y el fraudulento esquema Ponzi para sus ingresos futuros.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario