jueves, 19 de mayo de 2011

Inmigración y Crisis en Europa

EL COMENTARIO

Inmigración y Crisis en Europa

Europa podría estar despertando abruptamente de un sueño prolongado artificialmente con el sedante de enormes gastos y despilfarros
Pablo Izquierdo

Los ministros europeos del asunto se reunieron la pasada semana para ver que hacían con eso del Tratado de Schengen. Schengen es un pequeño pueblo de Luxemburgo, de apenas 500 habitantes, fronterizo con Francia y Alemania y donde, en 1985, cinco países iniciaron el complejo y proceloso proceso de supresión de las fronteras interiores en la que luego se llamaría Unión Europea.

No todos los países de la UE han suscrito el Tratado de Schengen (Reino Unido e Irlanda solo participan en determinados aspectos) y otros que no son miembros se han adherido a lo que se define como el espacio de cooperación Schengen (Noruega, Islandia, Suiza y Liechtenstein). Schengen dio lugar a un complejísimo y costosísimo entramado de cooperación en materia policial, judicial y armonización de normativas nacionales con el fin de no perjudicar la seguridad de los países al abrir las fronteras interiores de Europa y el propósito de potenciar para ello las fronteras exteriores con el fin de obstaculizar la inmigración ilegal de terceros estados.

El espíritu de Schengen o el “acervo” de Schegen como se dice en la retórica comunitaria forma parte de su entramado jurídico e institucional. Todo un marco diseñado para alcanzar el sueño de la unidad europea. Sin embargo no son pocos los que piensan que, aparte de su complejidad o sus beneficios en materia de cooperación en la lucha contra la delincuencia de cualquier tipo, es un invento ideológico profundamente contradictorio en si mismo: un espacio interior sin fronteras y férreas fronteras exteriores. La realidad de cada día desmiente el propósito y las contradictorias políticas nacionales lo hacen imposible.

Dinamarca ha intensificado los controles aduaneros. Francia e Italia han escrito al presidente de la Comisión reclamando facilidades para hacer lo propio. El detonante: las inmigraciones masivas de tunecinos a Lampedusa. Pero el fondo de la cuestión es otro. La crisis está pasando factura electoral a los gobiernos del norte por el apoyo a las “dificultades” financieras de los deficientemente administrados países del sur. El caso de España es paradigmático. Promovió regularizaciones masivas de inmigrantes sin avisar a sus socios comunitarios y ahora agobiada por la tasa de paro más elevada de Europa y de toda la OCDE reclama ayuda para proteger sus fronteras.

Europa podría estar despertando abruptamente de un sueño prolongado artificialmente con el sedante de enormes gastos y despilfarros. Todo el entramado europeo es un gigantesco motor de generar gasto ineficiente y, además, sin controles eficaces. Luego se quejarán de que oportunistas extremos enarbolen xenofobias injustificables y saquen rédito de las miserias y dificultades humanas. Y olvidarán sus fantasías multiculturales provocadoras de voluntarios guetos y sus políticas manirrotas generadoras de atroces cifras de desempleo y paro.

Reconozco que en esto de la inmigración tiendo a no ser “responsable” y añoro los tiempos de pasadas globalizaciones cuando el pasaporte era inexistente y el reclamo lo eran las oportunidades ciertas de encontrar trabajo y una vida mejor. Si ahora toca volver a la responsabilidad deberíamos, por lo menos, poder exigir a nuestros gobernantes políticas “inteligentes” que, por ejemplo, favorezcan la contratación libre y legal de los trabajadores y no todo lo contrario como en España sucede tanto a extranjeros como nacionales. Estemos, además, prevenidos contra el racismo y la xenofobia que viene y es consecuencia de políticas públicas equivocadas, como también lo es la crisis que padecemos.

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