martes, 31 de mayo de 2011

Presidentes como reyes absolutistas

Presidentes como reyes absolutistas

3 Stooges Por Jesús Ruiz Nestosa

SALAMANCA. - Con bastante frecuencia los comentarios que escriben los lectores al pie de algunas noticias en la edición digital de nuestro diario suelen ser más interesantes que el artículo en cuestión porque se dicen cosas que no están dichas, por algún motivo o por otro, en el texto que se comenta. Además, es de apreciar la velocidad con que se recibe la reacción de la gente, el retorno de la noticia, o, como dicen los teóricos de la comunicación, el “feedback”, que es una de las fuentes importantes que enriquece al periodista.

He visto que ha comenzado ya la carrera por obtener las firmas necesarias para lograr la reelección de Fernando Lugo por un periodo más (eso es lo que creo) gracias a un referéndum y posterior reforma de la Constitución Nacional (esto es también lo que creo). ¿Por qué estas dudas? Porque nadie me garantiza que al introducir cambios en el texto de la Constitución no se limiten a permitir que el presidente pueda gobernar por dos periodos consecutivos ni que tampoco se aproveche la ocasión para meter mano en otros artículos.

Entre los comentarios que traía dicha información la gente opinaba, en su mayoría, que no debía tocarse la Constitución. Uno de los autores se preguntaba por qué había que permitirle optar por otro periodo si no hizo otra cosa más que viajar (65 viajes en lo que va de su mandato) y otro le respondía que logró muchas cosas. Por ejemplo: una donación de treinta y un millón de dólares. Con treinta millones de dólares cualquiera de nosotros soluciona todos sus problemas de por vida. Pero realizar 65 viajes para lograr esta suma parece ser una broma de mal gusto. En pocas palabras: no es una donación, es una limosna internacional.

Otros comentarios aludían al parecido o no con campañas similares que se realizaron en Venezuela, Ecuador y Bolivia. Cuba no necesitó hacer ninguna modificación porque todos los que podían haberla hecho o están en Miami o hace tiempo fueron fusilados. Parecidas o no, lo cierto es que Hugo Chávez, Rafael Correa (su vicepresidente se llama Lenin Moreno) y Evo Morales han logrado ya la presidencia vitalicia a través de “consultar al pueblo” que ha decidido darle su voto de confianza. No es de extrañar la pervivencia de esta idea en los países bolivarianos ya que Simón Bolívar pensaba en la creación de una presidencia vitalicia por ser el camino más efectivo para lograr consolidar las nuevas naciones. La primera Constitución que tuvo Bolivia, redactada de puño y letra del Libertador, aseguraba tal privilegio. Claro que entre el Gran Mariscal de Ayacucho, Antonio José de Sucre, y Evo Morales hay un algo más que ciento ochenta años de historia.

Nosotros no pertenecemos a esa tradición bolivariana, ni a la verdadera de Simón Bolívar ni a la circense de Chávez. Tenemos la nuestra propia: José Gaspar Rodríguez de Francia se proclamó a sí mismo “supremo dictador perpetuo” de la república y nadie dijo ni “pío”. Gobernó por un largo periodo de veinticuatro años que se interrumpió por muerte.

En una oportunidad Numa Alcides Mallorquín me contó que cuando el golpe militar de 1954 se decidió poner de presidente a Alfredo Stroessner porque era “un militar honesto, disciplinado, trabajador y carecía de ambiciones políticas”. Y tenía para largo, pues el artículo de la Constitución Nacional de 1967 que decía “El Presidente no podrá ser reelegido por más de dos periodos” fue corregido por el doctor Luis María Argaña, quien propuso: “El Presidente podrá ser reelegido”. Punto. La pena es que Fernando Lugo no tenga esposa para alternar de por vida en la presidencia como quisieron hacer los Kirchner en Argentina, proyecto suspendido por muerte. O bien podría divorciarse de ella como lo está haciendo la pareja presidencial de Guatemala, porque allí no se permite que el cónyuge le suceda en la presidencia.

Como diría Sir Winston Churchill: “Nos costó sangre, sudor y lágrimas” el poder llegar a esta inestable, imperfecta y precaria democracia para regalarle a Fernando Lugo la posibilidad de gobernar un periodo más. O quizá hasta que Dios lo llame para pedirle cuentas de sus andanzas, gobernando hasta entonces como aquellos monarcas absolutistas de la vieja Europa.

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