lunes, 6 de junio de 2011

¿Ciudadanos o vasallos?

¿Ciudadanos o vasallos?

Por Diego Márquez Castro

Correo del Caroní

Es evidente y claro que cuando el Estado providencialista asume el papel de Estado interventor en la vida económica de un país, incluyendo por supuesto el control de la propiedad, los ciudadanos son convencidos de que es el Estado quien tiene que velar por ellos y resolver todos sus problemas, lo cual como en las adicciones humanas se transforma en una patología representada por situaciones de dependencia pasiva. Es así como se generan actitudes políticas y socialmente tóxicas entre el todopoderoso Estado y los ciudadanos. De allí que el Estado paternalista se convierta en tiránico y sin discusión alguna imponga medidas y leyes en contra de la voluntad de los destinatarios que a fin de cuentas, a pesar de algunas protestas, terminarán aceptándolas y finalmente se acostumbrarán a ellas.

En consonancia con lo planteado, cabe citar a la profesora Adela Cortina, autora de varias obras sobre temas ético-sociales, quien en su libro Ética de la sociedad civil, ofrece un conjunto de interesantes reflexiones en torno a la pasividad no sólo individual sino colectiva con sus correspondientes implicaciones morales. En ese contexto, la autora mencionada señala: “Ocurre con las virtudes y con los vicios que, aunque son personales, dependen en muy buena medida de la situación social; y no sólo porque lo que unas épocas consideraron virtudes, otras las tienen por vicios, sino también porque determinadas condiciones sociales afectan a las personas y constituyen una actitud generalizada y difícil de superar”. A lo expuesto agrega que “este es el caso de un vicio como la pasividad, muy extendido en nuestras sociedades democráticas, cuando precisamente lo que exige una moral de ciudadanos es que sean ellos mismos quienes asuman sus orientaciones y se hagan responsables de ellas, desprendiéndose de esa actitud de vasallaje, que resulta totalmente impropia de nuestra época, aunque sea por desgracia, tan común”.

Dentro de ese orden de ideas, la profesora Cortina recuerda que la condición de vasallaje se remonta al feudalismo del pasado pero puede recrearse dentro de sistemas verticales y autoritarios que en el fondo se traducen en nuevas expresiones de feudalismo político que van más allá del despotismo tradicional, sobre todo cuando la combinación Estado-partido-líder se impone no por la fuerza de la ley sino por la ley de la fuerza en una sociedad. La democracia, por el contrario, ha privilegiado la condición ciudadana, pero curiosamente “esta ciudadanía política no suele tener su trasunto en una ciudadanía moral, que consistiría en asumir, como persona, la propia autonomía”. En contraposición se asume como moralmente vasallo quien al renunciar a su libertad personal y política, la hipoteca y la cede a un individuo con poder para que piense, hable, decida y actúe por él. Por esa y otras razones, esta escritora urge “a tomar buena nota de que somos las propias personas las que, asumiendo nuestra autonomía, hemos de llegar a juzgar qué tenemos por correcto y qué tenemos por bueno”, no dejando que tal derecho recaiga en los dictámenes de otro u otros, que tercamente se empeñan en tratar de dirigir la vida individual y colectiva.

En torno al comportamiento de pasividad social, la autora que nos ocupa recomienda conocer su origen “si es que nos importa superarla en la línea de una actitud activa y autónoma” dado que el mismo se encuentra en “el arraigado hábito de poner todas las decisiones en manos de los gobernantes” lo que deviene en el poder paternalista del Estado, ante el cual los ciudadanos pueden quejarse y reclamar, pero se van quedando incapacitados para percatarse que son ellos quienes han de encontrar las soluciones. Este tipo de Estado genera un ciudadano que “no se siente protagonista de su vida política” y, en consecuencia, “lo que exige un verdadero estado de justicia es que los ciudadanos se sientan artífices de su propia vida personal y social”, cosa que es muy discutible, por decir imposible, dentro del “socialismo salvaje” como una nueva forma de feudalismo y sí es posible en la democracia.

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