jueves, 25 de agosto de 2011

Al menos 53 muertos en el ataque a un casino en Monterrey

Los asaltantes lanzaron granadas y causaron el incendio del local que según el alcalde carecía de permisos.- Es el peor atentadco contra la población en lo que va de la guerra antinarco

SALVADOR CAMARENA /AGENCIAS | México

Al menos 53 personas han fallecido este jueves en la ciudad mexicana de Monterrey, Nuevo León (noreste del país), después de que un grupo criminal provocara un incendio en un local de apuestas. Se trata del peor ataque contra la población civil en la historia reciente de México. A las 15.20 (22.20 en la España peninsular), un grupo de personas armadas llegó hasta el Casino Royale y tras proferir amenazas a quienes se encontraban en esos momentos en el local de apuestas realizaron disparos con armas de alto poder y lanzaron, según los testimonios recogidos por la prensa local, granadas de fragmentación. Otra versión, no confirmada, sostiene que los criminales habían rociado gasolina o bien usado bombas molotov.

Tras el ataque se propagó un incendio que consumió el local durante al menos tres horas. Cuando el fuego fue controlado por los bomberos y tras derrumbar varios muros, los cuerpos de rescate encontraron decenas de personas que fallecieron, sobre todo por intoxicación. El comandante Ángel Flores, jefe de servicios médicos de la Cruz Verde, ha informado a este periódico que al menos una decena de cuerpos fue encontrada en los baños. Las personas fallecidas tenían en sus manos teléfonos móviles con los que buscaron ayuda infructuosamente.

"Con profunda consternación expreso mi solidaridad con Nuevo León y con las víctimas de este aberrante acto de terror y de barbarie", ha publicado el presidente Felipe Calderón en su cuenta de Twitter casi cinco horas después del ataque. "Estos repudiables actos nos obligan a todos a perseverar en la lucha contra esas bandas de criminales sin escrúpulos. Todo el apoyo a NL", ha agregado el mandatario, que dispuso que Francisco Blake, secretario (ministro) de Gobernación se trasladara hasta Monterrey (ubicado a 900 kilómetros de la capital mexicana) para coordinar con el gobernador de Nuevo León las investigaciones sobre el ataque.

Sin permiso municipal

El diario El Norte, el de mayor tirada en Monterrey, ha publicado en web el testimonio de una mujer que narró una estampida humana: "Todos quisimos salir al mismo tiempo, pero muchos empujamos y caímos al suelo. Yo sólo escuchaba las explosiones y corrí para salvarme (...) los pistoleros nos apuntaban con las armas y nos pedían que saliéramos o que nos iba a llevar la chin... (sic). Vi muchas personas que fueron pisoteadas y cayeron desmayadas, la puerta trasera de emergencia era muy pequeña, y no todos pudimos salir".

El alcalde de Monterrey, Fernando Larrazábal, ha denunciado por la noche ante la prensa que el Casino Royale carecía de permisos municipales de protección civil. En unas primeras declaraciones, el gobernador Rodrigo Medina, que no ha cumplido dos años en el cargo y durante todo este tiempo ha sido severamente cuestionado por ser incapaz de frenar la ola de violencia que azota a su entidad, deslizó culpas al gobierno federal de Calderón por permitir los casinos.

Las autoridades estatales han informado que una versión dada por testigos apunta a que fueron 6 los autores del ataque, que aún no ha sido reivindicado por ningún grupo criminal. Se desconoce si se ha tratado de una represalia por extorsión en contra del casino.

El 8 de julio pasado, otro local de Monterrey, el bar Sabino Gordo, fue escenario de una matanza en la que murieron 21 personas. Esta misma semana se cumplió un año del descubrimiento, en San Fernando, Tamaulipas (estado contiguo a Nuevo León) de 72 migrantes, mayoritariamente centroamericanos, asesinados.

'Acto de terror y de barbarie', el del casino en NL, afirma Calderón

El Presidente expresa su profunda consternación y solidaridad con ese estado por el asesinato múltiple en Monterrey

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Monterrey, ataque


CIUDAD DE MÉXICO, 25 de agosto.- El presidente Felipe Calderón calificó como un "aberrante acto de terror y de barbarie" el asesinato múltiple que se registró este viernes en el "Casino Royale" en la ciudad de Monterrey, con más de 50 víctimas.

"Con profunda consternación expreso mi solidaridad con Nuevo León y con las víctimas de este aberrante acto de terror y de barbarie", escribió el mandatario en su twitter.

En un segundo mensaje, Calderón señaló que "estos repudiables actos nos obligan a todos a perseverar en la lucha contra esas bandas de criminales sin escrúpulos".

Reiteró "todo el apoyo a NL".

Hombres armados ingresaron, dispararon y prendieron fuego en el interior del casino, sin que hasta entrada la noche se tuviera un saldo definitivo de víctimas.

Fotogalería: Drama de fuego y muerte en el Casino Royale

El Consejo Estatal de Seguridad de Nuevo León sólo ha confirmado la muerte de seis personas, cinco de éstas, mujeres

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Monterrey vivió una tarde de drama


CIUDAD DE MÉXICO, 25 de agosto.- Aún las versiones siguen siendo confusas, ya que algunas afirman que este centro de entretenimiento fue atacado con granadas; sin embargo, hay quienes sostienen que el lugar fue incendiado de manera deliberada por hombres armados.

Hasta el momento, el Consejo Estatal de Seguridad de Nuevo León sólo ha confirmado la muerte de seis personas, cinco de éstas, mujeres.

Pero otras fuentes oficiales admiten que los decesos llegarían a una decena de personas.

Rescatistas y personal de Bomberos y de Protección Civil continúan trabajando en el lugar, del que todavía salen grandes columnas de humo.

Escenas dramáticas se pueden constatar en los momentos cuando rescatistas sacan del local personas aparentemente inconscientes que son colocadas sobre el piso para ser atendidas por personal de la Cruz Roja.

Tragedia en el ‘Casino Royale’ suma 53 muertos en Monterrey, Nuevo León

Bomberos logran sofocar el incendio que, según testigos, fue provocado por un grupo de seis personas armadas que irrumpieron en el centro de apuestas que operaba ilegalmente

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Monterrey, casino violentado; llegan las asistencias


MONTERREY, 25 de agosto.-El incendio provocado por un grupo armado en el 'Casino Royale' dejó al menos 53 personas muertas, en el poniente de esta ciudad, informó el gobierno de Nuevo León.

De acuerdo con los primeros informes, el ataque se perpetró alrededor de las 16:00 horas en el 'Casino Royale', ubicado en el cruce de las calles San Jerónimo y Gonzalitos.

Según testigos presenciales, un grupo de seis personas armadas ingresó en el centro de apuestas para realizar la agresión. En el lugar se estima había 50 personas.

Acto seguido, los delincuentes con armas de grueso calibre se dieron a la fuga. El lugar quedó envuelto en llamas y humo a consecuencia de las granadas.

Los cuerpos ya fueron trasladados al anfiteatro del Hospital Universitario. Paramédicos y corporaciones de auxilio proceden al rescate de personas que permanecen lesionadas en el casino, cuyos alrededores están sitiados por policías estatales y federales.

Casino ilegal

En conferencia de prensa, el alcalde Fernando Larrazábal informó que el casino operaba de manera ilegal, pues apenas hace unas semanas le habían sido retirados los sellos de clausura.

En enero de este año, algunos clientes del 'Casino Royale' denunciaron que habían sido víctimas de la delincuencia organizada, sin embargo, el apoderado legal, Enrique Hernández Navarro, lo negó pese a que en la fachada del inmueble eran visibles varios impactos de bala.

¡Viva la especulación!

Juan Ramón Rallo -

La especulación se asocia tradicionalmente con subidas de precios y con desabastecimientos. Al parecer, los especuladores sólo entran en escena para acaparar las disponibilidades de algún bien, limitar su oferta, encarecer su precio y lucrarse con el padecimiento ajeno.
Difícil, pues, congraciarse con un oficio que, según relato popular, tiene por cometido hacer sufrir a las masas para concentrar la riqueza en cada vez menores manos.

La realidad, como suele acontecer, es bastante distinta a la que narran los prejuicios liberticidas. Primero por el hecho nada desdeñable de que, en cierto modo, todos y cada uno de los seres humanos, desde el más ilustre de los indignados al más despreciable de los Rockefeller, seamos especuladores: especular viene del latín speculare, es decir, observar con detenimiento algo. Todos, en nuestro mundano día a día, cuando decidimos comprar un kilo de manzanas, adquirir un vehículo, invertir en un paquete accionarial o prestarle dinero a algún Gobierno manirroto, y también cuando decidimos no hacerlo, estamos tomando decisiones de manera especulativa y contribuimos a la determinación de los precios de mercado. Al hacerlo, todos vislumbramos con mayor o menor claridad un escenario futuro en función del cual tomamos nuestras decisiones (las manzanas no me ocasionarán dolor de estómago y no podré encontrarlas más baratas en otro sitio cercanos; el vehículo no se estropeará a corto plazo ni aparecerá en el futuro cercano otro modelo mucho mejor y a un precio más asequible; las acciones se revalorizarán o no caerán sensiblemente; y el Gobierno manirroto honrará sus compromisos y no impagará sus deudas) y, por consiguiente, especulamos.

Sin embargo, no pretendo convalidar la actividad especuladora simplemente jugando con las palabras. Analicemos más en detalle a qué se dedican los especuladores profesionales, aquellos que por su visibilidad y especialización reciben toda la inquina social. ¿Cuáles son las funciones fundamentales que desarrolla el especulador profesional? Básicamente las reduciría a dos que tienen el idéntico propósito de coordinar a los agentes económicos. Por un lado, los especuladores redistribuyen los bienes o activos interespacial e intertemporalmente. Por otro, facilitan los intercambios y la acumulación de bienes y activos, dotándoles de un mayor volumen de negociación e incluso de precio.

Empecemos por la primera de estas funciones. Los especuladores intentan comprar los bienes o activos cuando o donde están baratos para venderlos cuando o donde estén caros. Gracias a ello, los bienes se encarecen en aquellos lugares o momentos en los que son relativamente más sobreabundantes para abaratarlos en aquellos lugares o momentos en los que son relativamente más escasos. Sin la especulación, las diferencias de precios entre dos puntos geográficos o temporales distintos serían mucho más abruptas.

Por ejemplo, supongamos que este año en Australia se producen unas brutales malas cosechas de trigo, mientras que en Estados Unidos tienen lugar unas cosechas excelentes de este cereal. Sin especulación –en su modalidad particular de arbitraje–, los precios del trigo en Estados Unidos se derrumbarían, hasta el punto de destinarlo para actividades muy poco valiosas (alimentar a los cerdos, por ejemplo), mientras que en Australia la gente se moriría de hambre. Sin embargo, gracias al especulador, quien comprará barato en Estados Unidos para revender caro en Australia, el precio del trigo tenderá a igualarse internacionalmente y a destinarse a sus usos más urgentes (que no serán alimentar a los porcinos yanquis, sino a los ciudadanos australianos).

Lo mismo sucede con la distribución intertemporal de los bienes, si bien en este caso, dado que el nivel de abstracción es mucho mayor, los efectos de la especulación suelen ser bastante peor comprendidos. El especulador compra hoy, cuando un bien o activo está barato por ser sobreabundante, con el propósito de vender mañana, cuando ese mismo bien será bastante más escaso y por tanto más caro; gracias a ello, encarece el bien o activo en el presente y lo abarata en el futuro. Sigamos con el ejemplo del trigo: imaginemos que este año ha habido una cosecha muy cuantiosa en Estados Unidos y que el especulador, gracias a su profundo conocimiento del campo, del clima o de la demografía (o simplemente por azar), sabe o intuye que en el futuro serán más escaso que hoy. Por ello, comprará trigo hoy –elevando su precio y volviéndolo más escaso–, lo almacenará y lo venderá mañana cuando sea más escaso (abaratando su precio). Y quien habla del abastecimiento de trigo a un año, puede hablar de vivienda a una década vista o de petróleo a medio siglo vista. Merced a ello, las fluctuaciones de precios (y de las disponibilidad de bienes) a lo largo del tiempo se reducen muy sensiblemente, evitando saltos abruptos.

De hecho, el especulador que esté muy seguro de sus previsiones podrá potenciar su actividad de estabilización de precios pidiendo prestado dinero. Yo puedo saber que los precios subirán en el futuro, pero si carezco de dinero no podré comprar bienes hoy para venderlos mañana. En cambio, cuanto más crédito me proporcionen, más bienes presentes podré controlar y, por tanto, más huella dejarán mis pronósticos sobre el futuro en el presente.

Llegados aquí conviene matizar que la distribución de los bienes que efectúan los especuladores no tiene por qué basarse únicamente en la estrategia más común de comprar barato para, después, vender caro. También puede operar en el orden inverso: el especulador puede empezar vendiendo caro para, después, comprar barato. Imaginemos que el propietario de un inmueble espera que, en el futuro, se reduzca su precio. La manera de estabilizar intertemporalmente su oferta y su precio sería enajenarlo hoy (contribuyendo a reducir su precio) recomprarlo más asequible en el futuro (contribuyendo a incrementarlo).

Y al igual que el especulador podía pedir prestado dinero para comprar mercancías o activos hoy y revenderlos mañana, también puede pedir prestados los propios bienes o activos para venderlos hoy y recomprarlos mañana (saldando el préstamo mediante la entrega física de esos bienes o activos). A esta operación se la suele denominar venta corta. Asimismo, puede darse el caso, un tanto más radical, de que el especulador venda a plazo bienes que ni posee ni ha pedido prestados; en tal supuesto, lo que realmente enajena el especulador es el compromiso de entregar en un momento determinado ese bien o activo; a esta operación se la conoce como venta al descubierto.

Junto con la distribución espacial y temporal de los bienes, hay que mencionar otra función de la especulación al menos tan fundamental como la anterior: facilitar el intercambio y la acumulación de bienes y activos dotándolos de un mayor volumen de negociación e incluso de precio.

Sin especuladores, una persona sólo podría vender un bien o un activo si encontrara justo en ese momento a otra persona que deseara comprar ese mismo bien o activo a un precio y en unas condiciones que beneficiaran a ambos. Así pues, si yo quisiera desprenderme ahora mismo de 5.721 acciones del Banco Santander, debería encontrar a una persona o grupo de personas que también ahora mismo quisieran adquirir al menos 5.721 acciones. Análogamente, si produzco cien mil kilos de naranjas, una vez cosechadas, debería encontrar rápidamente a un número suficiente de consumidores finales que quisieran adquirirlas.

Es evidente que en un mundo así, los intercambios serían notablemente menores a los actuales (es costoso encontrar siempre a la contraparte necesaria en el momento deseado) y, por tanto, la tendencia a acumular grandes cantidades de bienes o de activos de los que nos querremos desprender en el futuro también sería menor. En otras palabras, las menores posibilidades de intercambiar bienes y servicios se traducirían en un menor incentivo a invertir en empresas que los produjeran en gran escala (adiós, pues, a las economías de escala) y, asimismo, la mayor dificultad para desprenderte de acciones o de bonos a buen precio (por la falta de contrapartes) también implicaría un menor incentivo a ahorrar e inmovilizar tu capital en esos instrumentos (de modo que los mercados de capitales se atrofiarían, encareciendo la financiación empresarial).

Afortunadamente, empero, los especuladores también actúan como intermediarios para conectar a los dispersos compradores y vendedores finales. Son ellos quienes sirven como contraparte para comprar o vender cuando pocos más quieren hacerlo. Además, en los casos extremos en los que nadie más quiera comprar o vender, los especuladores serán los únicos agentes de mercado que se atrevan a tasar (dar precio) ese bien económico o activo, tanto para que otros puedan comprarlo (asked price o precio pedido) como para que puedan venderlo (bid price o precio ofrecido). En pocas palabras, los especuladores, conscientes de que las órdenes de compra y de venta están distribuidas irregularmente en el tiempo y el espacio, acumulan inventarios de un bien o activo cuando todos quieren vender y liberan su inventario cuando todos quieren comprar. La fuente de su beneficio procede, en este caso, de que –como cuando vamos al banco a obtener divisas– compran el bien o activo más barato de lo que después lo venden.

Gracias a la función de la creación de mercado, por consiguiente, los especuladores orientan la valoración de los bienes o activos (en momentos en que nadie más quiere intercambiarlos) y, sobre todo, les proporcionan un volumen de negociación lo suficientemente amplio como para que otras personas, al saber que casi en cualquier momento podrán desprenderse de ellos a buenos precios, ahorren e inviertan en su producción.

En definitiva, los especuladores facilitan enormemente la coordinación de los agentes económicos llevando, por un lado, los bienes o activos al lugar o momento más valorado y facilitando, por otro, las operaciones de intercambio y acumulación de estos últimos. Por supuesto, ese santo patrón del capitalismo que es el especulador puede equivocarse y, en lugar de estabilizar los precios, puede desestabilizarlos todavía más (comprando cuando él cree que está barato y teniendo que vender luego todavía más barato o vendiendo cuanto cree que está caro para recomprar luego todavía más caro), en especial si realiza sus operaciones vía crédito. Pero no parece muy consistente poner en duda la actividad especuladora por el hecho de que pueda resultar falible; todo en la vida lo es y no por eso sometemos a severísimas críticas las relaciones en pareja, las inversiones productivas o el auxilio caritativo del prójimo. Más que nada porque el especulador se enriquece cuando acierta, pero se hunde en la miseria cuando fracasa (en ausencia de rescates estatales): comprar caro para vender barato o vender barato para recomprar caro no parecen los negocios más lucrativos que uno pueda imaginar, en especial si para llevarlos a cabo te has endeudado. Otra cosa distinta, y más habitual, es que laceremos a los especuladores cuando aciertan y porque aciertan; nadie dijo que la verdad fuera un plato sencillo de digerir. Pero, desde luego, si lo que nos molesta son los errores de la actividad empresarial, inherentes sea cual sea ésta, lo que deberíamos hacer es sacar a hombros a los especuladores exitosos y reprimir a los fracasos. Sin embargo, creo que con el mecanismo de mercado es suficiente: que se forren cuando acierten y se arruinen cuando fallen. Ese sistema de premios y castigos, sin distorsiones estatales, se me antoja ya más que suficiente.

Encadenados al Estado del Bienestar

Fernando Herrera

Hasta hace un par de años, el españolito medio soñaba con su jubilación, que el Gobierno le había dicho que tendría lugar a los 65 años, momento a partir del cual cobraría una pensión que le permitiría vivir sin trabajar hasta el fin de sus días: El justo premio a todos sus años de trabajo y cotización a las arcas del Estado.

Entonces llegó la crisis económica, y el sueño comenzó a hacerse añicos. Resulta que, a las primeras de cambio, todos esos importes cotizados no son suficientes para sostener el sistema. El feliz momento se postergó, de momento hasta los 67 años, y se descremó, endureciendo la forma de cálculo de la cuantía a recibir. E imagino que muchos españoles (y europeos), viendo el guindo desde abajo, serán conscientes de que tampoco está claro que se vayan a poder jubilar a los 67, ni a los 70, ni a los 75, si es que alguna vez pueden (entendiendo jubilarse como dejar de trabajar para recibir una pensión del Estado).

Y eso de retrasar la edad de jubilación, ¿es lo normal? ¿Es lo que debería ocurrir? Veamos qué ocurriría en un mercado no intervenido.

En este mercado, los emprendedores acometen proyectos en los que creen que van a acrecentar el valor de los recursos. Si aciertan en sus previsiones, se crea riqueza, una parte de la cual la retiene el emprendedor, y la restante se transmite a los demás individuos. Si se equivocan, destruyen riqueza, la suya propia, y son forzados a abandonar el proyecto. Por tanto, una sociedad libre tiende a generar riqueza, por la sencilla razón de que los proyectos que la crean sobreviven, y los que la destruyen, desaparecen.

Este aumento de valor se transmite hacia los recursos involucrados en el proyecto, siempre que, como ocurre en el libre mercado, no haya barreras legales de entrada. El mecanismo es muy sencillo: al observar los beneficios del emprendedor exitoso, otros emprendedores comienzan a imitarle, y hacen así que suban los precios de los recursos necesarios para acometer el proyecto.

Sea cual sea la actividad económica, hay una cosa segura: necesita el concurso del factor trabajo. Por tanto, esa creación de riqueza que ocurre en la sociedad libre supone una revalorización del factor trabajo, lo que se traduce, ceteris paribus, en una subida real de los salarios.

Desde otro punto de vista, los activos que añade el emprendedor exitoso a la estructura productiva hacen que aumente la productividad de los trabajadores. Ello, a su vez, posibilita que tienda a incrementare su sueldo.

Si se produce una subida en términos reales de los salarios, automáticamente resulta posible para los trabajadores incrementar la parte de su renta que dedican al ahorro, aunque lo que hagan o no dependerá de sus preferencias temporales. En todo caso, en general, el ahorro de los trabajadores se incrementa.

Este incremento en el ahorro es paralelo con el aumento de ahorro que también tendrán los emprendedores (por la riqueza generada con su idea), así como otros propietarios de recursos, cuya revalorización también se produce. En suma, aparece un mayor ahorro, que posibilita nuevos proyectos de inversión a los emprendedores, que tendrá de nuevo el efecto benéfico explicado más arriba.

De esta forma, en el mercado no intervenido se produce un círculo virtuoso que, desde el punto de vista del trabajador, se materializa en una capacidad creciente de ahorro.

Siendo así, es claro que los trabajadores que opten por hacerlo conseguirán acumular la cantidad que creen necesaria para sobrevivir sin trabajar, antes que si no se produjera este círculo virtuoso. Por tanto, en el mercado libre, la edad de jubilación tendería a anticiparse.

Compárese con lo que ha ocurrido en la actualidad. Esas maravillosas pensiones que el Estado pretende garantizarnos ya solo las podremos cobrar a partir de los 67 años. Por tanto, en lugar de anticiparse el momento en que el trabajador puede liberarse de sus "cadenas", se retrasa. Simplemente por el análisis teórico expuesto, deberíamos ser conscientes de en qué tipo de manos hemos depositado nuestro futuro. ¿Es acaso posible que el Estado del Bienestar nos trate peor que el mercado libre?

La respuesta es simple: ese Estado depende de los ingresos de los trabajadores para su supervivencia. Y, como a todo el mundo en sus transacciones comerciales, le interesa obtener lo máximo a cambio de lo mínimo: que los trabajadores paguen el máximo (trabajen cuanto más tiempo generando materia sujeta a impuestos y cotizaciones) y cobren el mínimo (disfruten el menor tiempo posible de su retiro, y con la pensión más reducida posible).

En este contexto sí podemos entender el término "cadenas" asociado al trabajo: nos obligan a trabajar y cotizar con el caramelo de la exigua jubilación. En cambio, en el mercado libre, el trabajo no supone ninguna cadena, pues cada individuo puede anticipar tanto como quiera (y pueda) su jubilación.

¿Será la crisis actual el fin de nuestro encadenamiento al Estado del Bienestar?

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