viernes, 26 de agosto de 2011

Razones para callarse

EEUU

Alberto Acereda

Los republicanos deberían preparar urgentemente un buen anuncio televisivo para su campaña presidencial. El título podría ser "¿Quién es el antipatriota y el irresponsable?" y poner aquel vídeo de Obama de campaña por Fargo en 2008.

Aquel proverbio español de que la perdiz por el pico se pierde define hoy perfectamente al actual mandatario norteamericano Barack Obama. En estos días vacacionales de mar y golf para Obama en el multimillonario y exclusivo enclave de Martha’s Vineyard, Obama tiene muchas razones para callarse aunque no lo haga. Su vicepresidente Joe Biden, el mismo que recientemente llamó terroristas a los ciudadanos norteamericanos del Tea Party, metió la pata en China hace unos días diciendo aceptar y comprender la inmoral ley china sobre la natalidad, la conocida política de hijo único. Otra aliada de Obama, la congresista negra de California por el Partido Demócrata, Maxine Waters, dijo pública y textualmente estos días que le encantaría que el Tea Party se fuera al infierno.

Esta misma semana, el Washington Post sacaba a la luz el escándalo de otro buen amigo de Obama: Jeffrey Immelt, el multimillonario presidente ejecutivo de la empresa General Electric y, a la vez, zar de empleos puesto a dedo por Obama. En un claro conflicto de ética profesional, Inmelt ha aceptado que su compañía firme acuerdos con el Gobierno de China para enviar tecnología aeroespacial –desarrollada en parte por la NASA con dinero público– a los ingenieros gubernamentales chinos y con la consiguiente pérdida de puestos de trabajo en EEUU. Junto a estos compañeros de viaje de Obama, con una economía en respiración artificial, con el susto del terremoto, el huracán Irene y con el aniversario del 11-S sin presencia de elementos religiosos por orden del Gobierno Federal y voluntad de Obama, al presidente le están saliendo los enanos. Cual perdiz hallada en su silbido, todo lo que fue diciendo en la campaña presidencial de 2008 le va saltando ahora a la cara.

Lo último y más sangrante es el recuerdo de unas palabras pronunciadas por Obama, y recogidas en vídeo, durante un mitin celebrado el 3 de julio de 2008 en Fargo, Dakota del Norte. Por entonces, el candidato Obama ya estaba despedazando al presidente George W. Bush y lo criticó por añadir cuatro billones de dólares a la deuda nacional, indicando que lo hecho por Bush era "antipatriótico" e "irresponsable", al arrastrar así una deuda que perjudicaría a futuras generaciones. Obama indicaba entonces que el problema era que Bush había pedido una tarjeta de crédito al Banco de China a nombre de los niños norteamericanos, elevando la deuda nacional de cinco billones de dólares –la deuda de los primeros 42 presidentes– a nueve billones.

Han pasado tres años desde aquel mitin y menos todavía desde que Obama llegó a la presidencia. Con Obama en la Casa Blanca, la deuda nacional se ha elevado ya en cuatro billones. Según el Departamento del Tesoro, cuando Obama fue inaugurado como presidente el 20 enero de 2009, la deuda nacional era exactamente de 10,6 billones de dólares (para ser exactos: 10.626.877.048.913,08). A día de hoy, la deuda es de 14,6 billones (exactamente: 14.612.435.498.338,62) y sigue aumentando. Con el fatídico aumento del techo de deuda y el incesante gasto de Obama, la realidad es que en tres años este presidente ha gastado más que su predecesor en ocho.

Los republicanos deberían preparar urgentemente un buen anuncio televisivo para su campaña presidencial. El título podría ser "¿Quién es el antipatriota y el irresponsable?" y poner aquel vídeo de Obama de campaña por Fargo en 2008. Y es que con Obama y su pandilla, además del proverbio de las perdices, cabe aplicar también aquel otro de que habló el buey y dijo mu. A fin de cuentas, el otrora senador de Illinois pasó toda su carrera política antes de llegar a la Casa Blanca votando "presente", en silencio, sin hacer ruido. Ahora que ha llegado a Washington, ahora que veranea con los ricos que tanto dice odiar en Martha´s Vineyard, el presidente va de buey a perdiz, de mu al silbo, al cuchicheo, o mejor –por lo cobarde– al ajeo.

Alberto Acereda es catedrático universitario en Estados Unidos y director de The Americano.

Los antisistema y la indignación estéril

Movimiento 15-M

Carlos Alberto Montaner

Si los jóvenes desean, realmente, poseer y conservar un Estado de bienestar que garantice todas esas ventajas y los dote de una existencia segura, la única oportunidad que tienen de lograrlo es dentro del sistema, no fuera.

Se hacen llamar, con cierto orgullo, los "antisistema". En España miles de jóvenes han ocupado las plazas para protestar contra la falta de oportunidades. El desempleo general ronda el 20% de la fuerza laboral, pero entre los menores de 30 años ese porcentaje se eleva al 43. También les llaman los indignados debido a un texto escrito por un anciano francés, Stephane Hessel, titulado ¡Indignaos! El artículo, de apenas 10 páginas, bien intencionado aunque notablemente disparatado, se ha convertido en una especie de memorial de agravios que los jóvenes esgrimen como sustento ideológico.

Los indignados no solo protestan contra la falta de oportunidades laborales. Protestan, además, contra los políticos que recortan el estado de bienestar, y contra el sistema económico –el capitalismo, simbolizado por los bancos—, que supuestamente es el culpable de los quebrantos que ellos padecen. Quisieran disfrutar de un Estado bondadoso que les proporcione o facilite una vivienda digna, atención sanitaria y educación gratuitas, y un puesto de trabajo bien remunerado que culmine, al cabo de la vida, en una jubilación decorosa. ¿Acaso no son esos los "derechos" sociales que se mencionan en el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales firmado por 160 países en la Naciones Unidas?

En realidad, estas aspiraciones no son descabelladas y algunas sociedades las han satisfecho, pero si los jóvenes desean, realmente, poseer y conservar un Estado de bienestar que garantice todas esas ventajas y los dote de una existencia segura, la única oportunidad que tienen de lograrlo es dentro del sistema, no fuera. Eso es lo que han hecho los países escandinavos, Canadá, Estados Unidos, Suiza, Israel, Nueva Zelanda y el resto de las llamadas naciones del primer mundo en donde la inmensa mayoría de las personas viven como confortables clases medias.

Todas esas sociedades han desarrollado un denso y moderno tejido empresarial, altamente competitivo, que, con los naturales altibajos, absorbe a los jóvenes que llegan a la edad de trabajar. En todas ellas, la mayoría entiende que el enemigo no es el sector empresarial, dado que es en las empresas donde único se crea riqueza, y sabe que los bancos, aunque hayan actuado irresponsablemente durante la crisis de las hipotecas, no son otra cosa que instituciones financieras muy importantes que median entre los que tienen capital y los que lo necesitan.

Por otra parte, los países en los que encontramos algo parecido a un Estado de bienestar, los electores están conscientes de la relación que existe entre los excedentes disponibles y el gasto público. La mayor parte de ellos sabe que para consumir, previamente hay que producir, de manera que ponen el acento en fomentar la creación de empresas y admiran a las personas emprendedoras capaces de descubrir una oportunidad de obtener beneficios satisfaciendo las necesidades de la sociedad.

Sin embargo, muy pocos de los antisistema parecen darse cuenta de las relaciones que existen entre el gasto público y la crisis que a ellos les afecta. Y son incluso menos los que están dispuestos a admitir una de las más elementales verdades del análisis económico: un gobierno no puede permanentemente gastar más de lo que ingresa sin que, al final del camino, sobrevenga la catástrofe. A lo que se agrega otra ley inexorable: y si ese gobierno, para hacerle frente al gasto público, absorbe una parte exagerada de los recursos que genera la sociedad, destruye la formación de capital y acaba por destrozar el aparato productivo y por empobrecer a la totalidad de sus miembros, pero, en primer lugar, a los más débiles.

Es cierto que en España, como sucede en Grecia o en Portugal, hay una crisis económica aguda, aunque pasajera, pero el alivio y la superación, insisto, no están fuera del sistema, sino dentro. Fuera sólo quedan el error, la frustración y el abismo.

Bienvenido, Pablo Milanés

Miami

Carlos Alberto Montaner

Cuando Batista dejó la presidencia y viajó a Chile, el camarada Pablo Neruda lo saludó con un texto absolutamente obsequioso lleno de adjetivos entusiastas.

El sábado 27 de agosto actuará en Miami el cantautor Pablo Milanés. Es un acontecimiento lleno de contenido político que vale la pena analizar.

Pablo Milanés ha dicho tres cosas muy importantes en una excelente entrevista que le hizo Gloria Ordaz para Univisión. Dijo que ya no deseaba cantarle a Fidel Castro, que no tiene inconveniente en dedicarles una canción a las Damas de Blanco, y que es un revolucionario crítico comprometido con el sistema socialista.

Bravo. Eso quiere decir, primero, que el famoso cantautor rompió realmente con esa penosa subordinación moral e intelectual hacia el caudillo que caracteriza a las irracionales dictaduras personalistas; segundo, que acepta la pluralidad y las diferencias dentro de una sociedad en la que muchas personas honorables tienen posiciones distintas, sin que ello las convierta en enemigos execrables o en agentes de la CIA; y, tercero, que no ha dejado de ser comunista, pero no está dispuesto a callar ante los errores y los atropellos de su Gobierno. La militancia no exige ser ciego y mudo ante lo que está mal. Lo revolucionario es la rebeldía, no la aquiescente sumisión.

Mi impresión es que por la boca de Pablo están hablando cientos de miles de comunistas cubanos que se consideran verdaderos reformistas. Para ellos, no bastan los cuatro parches que Raúl le quiere poner al sistema productivo para continuar manteniendo su dictadura de partido único manejada por un grupúsculo elegido a dedo por el general entre el círculo íntimo de sus incondicionales. Ése, según se deduce de las palabras de Pablo, no es un gobierno moderno y legítimo, sino una banda al servicio de un jefe todopoderoso que ignora hasta los principios del "centralismo democrático" que supuestamente deben normar las relaciones entre los camaradas. Por eso Pablo quiere cambios reales.

Los demócratas de la oposición deberían hacer un esfuerzo por entender el fenómeno. Pablo Milanés, y con él seguramente cientos de miles de personas que se consideran "revolucionarias", no son enemigas. Son adversarios políticos dotados de ciertas ideas, a mi juicio disparatadas, pero con los que se puede y se debe convivir en una Cuba liberada del dogmatismo estalinista de los Castro. Al fin y al cabo, en las treinta democracias desarrolladas, prósperas y felices del planeta, las familias ideológicamente diferentes conviven en los parlamentos y son capaces de encontrar zonas de colaboración.

Tal vez los cubanos jóvenes no lo sepan, pero entre los años de 1940 y 1944, en un periodo democrático, el general Fulgencio Batista, acompañado y apoyado por los comunistas, fue libremente electo a la presidencia de la república por la mayoría de los cubanos. En esa época, de impetuoso crecimiento, por cierto, los comunistas-batistianos defendían la pluralidad y así llegaron al gabinete de gobierno dos ministros de esa cuerda política. Cuando Batista dejó la presidencia y viajó a Chile, el camarada Pablo Neruda lo saludó con un texto absolutamente obsequioso lleno de adjetivos entusiastas.

Tras más de medio siglo de descalabros, fusilamientos, exilios masivos, empobrecimiento progresivo, aventuras militares, violaciones de los derechos humanos y ejercicio arbitrario del poder por un caudillo iluminado empeñado en reinventar todo lo que existe, desde los seres humanos a las vacas, pasando por el café o la avicultura, ha llegado la hora de que la sociedad, toda la sociedad, asuma la dirección de su destino de forma pacífica, racional, plural y colegiada. Ese proceso comienza por un sobrio apretón de manos entre los comunistas reformistas y los demócratas de la oposición. Son, o deben ser, adversarios respetuosos, no enemigos. Bienvenido, Pablo Milanés.

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