miércoles, 22 de enero de 2014

El equilibrio sin estado

Autor:


La sociedad de mercado sin estado (un acuerdo social pacífico basado en relaciones voluntarias entre individuos en el que no está presente el estado) no es una idea popular. Mucha gente cree que a esta sociedad le faltaría la capacidad de definir y aplicar derechos de propiedad y esto llevaría al caos, la tiranía de los ricos o la vuelta a un estado. Esta creencia ha llevado a un rechazo extendido del paradigma de la sociedad sin estado.
Murray Rothbard es considerado por muchos el defensor de la doctrina de la sociedad sin estado. Sin embargo, incluso Rothbard concedía que “no puede haber ninguna garantía absoluta de que una sociedad puramente de mercado no caiga presa de la criminalidad organizada”.[1]
Aunque es verdad que las garantías absolutas de cualquier resultado social son generalmente inapropiadas, creo que hay buenas razones para creer que son improbables, en ausencia de un estado, resultados como el caos, la tiranía de los ricos o incluso la “criminalidad organizada”.

Libertarios y Anarquistas

by Rodrigo Betancur

Libertarios y anarquistas, de Albert Libertad

Lo mejor que he leído en mucho tiempo:
“Muchos piensan que se trata de una simple disputa sobre las palabras lo que hace que algunos se declaran libertarios y otros anarquistas. Tengo una opinión completamente diferente. Yo soy un anarquista y tengo a la etiqueta no por adorno vano de palabras, sino porque significa una filosofía, un método diferente que el de los libertarios.
El libertario, como la palabra lo indica, es un adorador de la libertad. Para él, es el principio y fin de todas las cosas. Convertir en un culto a la libertad, escribir su nombre en todas las paredes, erigir estatuas que iluminan el mundo, para hablar de ello a tiempo y a destiempo, para declararse libre del determinismo hereditario cuando sus movimientos atávicos y abarcantes te hace un esclavo. .. este es el logro de los libertarios.

Los impuestos son un robo, parte 2

Autor:

[De Out of Step: The Autobiography of an Individualist. Veasé parte 1 en español]

 Una inmoralidad básica se convierte en el centro de un vórtice de inmoralidades. Cuando el Estado invade el derecho del individuo al producto de su trabajo se apropia de una autoridad contraria a la naturaleza de las cosas y por tanto establece un modelo no ético de comportamiento, tanto para él como para aquéllos contra los que ejercita su autoridad. Así que el impuesto sobre la renta ha hecho al Estado cómplice de lo obtenido del crimen; la ley no puede distinguir entre rentas derivadas de la producción y rentas derivadas del robo; no le preocupa su origen. Igualmente esta negación de la propiedad genera un resentimiento que se convierte en perjurio y falta de honradez. Hombres que en sus asuntos personales difícilmente recurrirían a esos métodos, o que se verían en el ostracismo social por practicarlos, se enorgullecen y les felicitan al evadir las leyes del impuesto de la renta: se considera adecuado emplear las mentes más hábiles para esto. Aun más degradante es animar al espionaje mutuo mediante sobornos. Ninguna otra medida en la historia de este país ha causado una indiferencia de principios comparable en los asuntos públicos o ha tenido un efecto tan deteriorante en la moralidad.

Los impuestos son un robo, parte 1

Autor:

[De Out of Step: The Autobiography of an Individualist]
 
 La Enciclopedia Británica define el sistema tributario como “la parte de los ingresos de un estado que se obtiene por cuotas y cargas obligatorias a sus sujetos”. Es casi tan adecuada y concisa como puede ser una definición: no deja espacio para discutir qué es un sistema tributario. En esa exposición de los hechos, domina la palabra “obligatorias”, sencillamente por su contenido ético. La reacción inmediata es preguntarse por el “derecho” del Estado a este uso del poder. ¿Qué permiso, en términos morales, aduce el Estado para apoderarse de propiedades? ¿Es su ejercicio de la soberanía suficiente por sí mismo?

Liberalismo no es codicia

por Juan Ramón Rallo

Como ya sucediera con Alessio Rastani, aquel bróker impostor que hizo las delicias de la hinchada antiliberal por vestirse de la Bruja Avería y entonar aquello de “Viva el mal, viva el capital”, también en España hemos sido capaces de parir versiones especialmente antipáticas de los operadores financieros. Sin ir más lejos, desde hace unos días ha ido ganando una creciente popularidad un corte del programa de Intereconomía ‘Queremos opinar’ en el que uno de los tertulianos se autodefine como un desideologizado “neoliberal capitalista” cuyo único propósito es ganar dinero vendiéndose al mejor postor. En otro video, el susodicho se reconoce “prostituta financiera” defensora de los derechos de sus clientes –las clases pudientes, como estamento enfrentado a las clases proletarias– y justifica su veneración por el dinero bajo el argumento de que “mueve el mundo” al otorgar poder absoluto a sus poseedores, poder incluso para contratar a sicarios que hagan desaparecer a personas incómodas.

Un nuevo rasgo de la fatal arrogancia

Juan Ramón Rallo
Recientemente se ha publicado en la web un artículo mío en el que sostengo que los fallos del mercado son fruto de un error analítico de los intelectuales que consideran que la sociedad debería producir unos bienes y servicios distintos a los que produce. Estos intelectuales carecen de respeto por las libres decisiones de la gente, fuerzan a los individuos, mediante el gobierno, a que produzca lo que ellos consideran el óptimo social, las auténticas necesidades de la gente.

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