viernes, 22 de abril de 2011

Los caminos de la libertad para Latinoamérica

Los caminos de la libertad para Latinoamérica



Este año gané el primer lugar en el segundo concurso Caminos de la libertad para jóvenes en la categoría ensayo por mi texto ¡Libertad!™. El tema, en el marco del bicentenario de Méjico y otras tantas naciones latinoamericanas, era la libertad relacionada con la independencia, ya sea a nivel personal o entre países. La temática me pareció desde un principio algo caprichosa y no demasiado atractiva. Supuse que casi todos escribirían alguna oda a la independencia y la verdad es que no me equivoqué. En todo caso decidí participar con un ensayo que hace una revisión crítica de todos los socialistas que, por alguna razón fuera de todo sentido común, se han apropiado de las palabras "libertad" e "independencia" para transformarlas en parte de su ideario demagogo, populista, victimista y cursi. Cuando en América Latina hablamos de libertad, muchos se imaginan al Che Guevara posando para Alberto Korda o a Fidel fumando su habano tras tomar el poder. Pasa casi lo mismo con la independencia: el héroe en turno es siempre transformado en una especie de santo del pueblo que lucha por todos los desposeídos. Nada más fuera de la realidad: el Che fue un asesino, Fidel un dictador que hizo que Cuba colapsara y los independentistas fueron más bien burgueses.

El latinoamericano suele llevar tatuado en la piel el lema "¡Viva mi miseria!". Es una especie de orgullo triste de nuestra tierra. Sabemos que somos grandes, que nuestros países son ricos en muchos sentidos, pero tenemos una afinidad patológica a sentirnos las víctimas de la historia y de la opresión. América Latina trata de legitimarse a sí misma en la derrota y es por eso que tanta gente acepta la idea de que si no nosotros somos pobres es porque alguien creció a costa de nosotros; primero fueron los españoles y después Estados Unidos. Para muestra hay varios panfletos sentimentales y antiamericanos como Las venas abiertas de América Latina: podríamos ser el más próspero de los territorios pero alguien vino y nos arrebató la riqueza y trató de eliminar lo bello de nuestras tierras.
La glorificación del pasado y de los habitantes originarios es algo que últimamente se ha puesto de moda. El indigenismo ha venido a reivindicar a un grupo que sufrió la explotación y evangelización del español. Esos indígenas hoy son vistos como héroes, como nuestra esencia más profunda. Esto es sobre todo cierto para países como Méjico, Perú o Bolivia, donde la población india es especialmente elevada.
Más que todas estas fantasías cursis de los latinoamericanos - dellusions es una palabra perfecta -, a mí lo que me preocupa es lo que la nueva generación entiende por libertad e independencia. Aunque uno tienda a resignarse a los vicios de un país, siempre hay un dejo de esperanza por los que vienen. Quizá ellos, de alguna forma, puedan cambiar el pensamiento y construir algo mejor. Me temo que estamos lejos de que eso ocurra en América Latina. Una buena muestra de ello es el concurso en el que participé.
Los perdedores abrieron un grupo de Facebook para compartir sus obras: ensayos, poemas, cuentos, videos, música y fotografía. Hay de todo: collages que son videos conspiracionistas sobre el nuevo orden mundial, poemas sobre lo malo que es el dinero y todo lo relacionado con la riqueza, y textos que, como lo sospeché, hablan de cuán glorioso fue el movimiento de independencia, entre otras cosas porque reivindicó al pueblo mejicano, más que nada a los nobles indígenas.

Me temo que toparse con la realidad sería muy doloroso para esas personas. La historia de bronce es anacrónica y carece de todo sustento. Los movimientos de independencia fueron burgueses, gestados por grupos criollos en un contexto de fragmentación y pérdida de poder en España. En el caso de Méjico, fue el cura Hidalgo quien utilizó a campesinos e indígenas para la lucha armada, no porque él sintiera suya la deuda histórica con esos pueblos, sino porque no había de otra. El resultado fue desastrozo: nunca se vio tanta violencia en tan poco tiempo y probablemente no hubo un peor estratega en la guerra de independencia que Miguel Hidalgo, quien logró fragmentar al ejército insurgente, lo que más tarde culminaría con su captura.
Una de las preguntas que me hacía en el ensayo era sobre la identidad latinoamericana. Tal y como dice Vargas Llosa, la identidad es algo exclusivo de los individuos y de lo que carecen las colectividades. Hoy por hoy hablamos español y la comida tiene más de europea que de indígena. El pasado tampoco es glorioso: la conquista se debió no sólo a la tecnología española, sino también a la fragmentación en la sociedad india. Si en México fueron los indígenas oprimidos por el imperio azteca los que se unieron a los conquistadores, en el Perú los españoles se encontraron con un pueblo inmerso en una guerra civil que había fracturado los cimientos del imperio incaico. No se trató sólo de la ingenuidad de los aztecas, que en Cortés vieron a Quetzalcóatl, ni de la bondad de Atahualpa que se dejó engañar por Pizarro. Las sociedades no eran libres ni magníficas. Eran, a lo sumo, sociedades con vicios como cualquier otra. Querer extraer algo romántico y desagarrador de todo esto puede, a mi juicio, resultar peligroso.
América Latina quizá progresaría más si dejara de echar mano de ese imaginario victimista con el que busca justificarse a sí misma. Hace mucho tiempo la historia nos demostró cómo las sociedades más avanzadas son las que entienden que la independencia que debemos de buscar es la del individuo frente a todos los grupos de coacción - sobre todo el Estado -, y no la que muchos sueñan en la selva y los fusiles. Si Latinoamérica insiste en imaginarse víctima de la historia, entonces seguiremos engendrando opresión y mayores afrentas a la libertad, siempre encadenados a esa miseria que parecemos amar.

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