martes, 12 de julio de 2011


El límite de la deuda: ¡Que viene el cuco y nos comerá!

Dr. J. D. Foster

Desde que el debate sobre el límite de la deuda comenzó en serio a principios de año, la administración Obama, liderada por el secretario del Tesoro, Tim Geithner, ha dado a entender que Estados Unidos podría declarar el impago de su deuda con garantía pública. Hoy, en su conferencia de prensa, el presidente dijo que “es inaceptable para nosotros no elevar el límite de la deuda y permitir que el gobierno de Estados Unidos caiga en el impago. No podemos poner en peligro toda la confianza y el crédito de Estados Unidos por primera vez en la historia de nuestra nación”.

El temor del incumplimiento del pago y las catastróficas consecuencias que sobrevendrían, esperaba la administración, forzarían a los republicanos en el Congreso a rendirse y aceptar aumentos de impuestos. Para la ostensible gran frustración de la administración y para sorpresa de muchos conservadores, el truco no ha funcionado.

¿Por qué no se han asustado los republicanos con el fantasma del impago de la deuda ahora? En un primer momento sí se asustaron. Especialmente cuando la farsa se repitió una y otra vez, incluso por voces en los medios de comunicación que deberían haber sido más sensatas – y que probablemente lo son. Pero con el tiempo, los hechos se impusieron al miedo.

De hecho, los hechos son bastante claros. En el improbable caso de que el gobierno de Estados Unidos llegara al verdadero límite de la deuda el 2 de agosto, según lo que nos han vendido, el gobierno federal todavía estaría camino de recaudar unos $2,2 billones en este ejercicio fiscal. Eso no va a cambiar. Y el interés neto para el año aún sería de unos $205,000 millones, o sea, menos de una décima parte de los ingresos por recaudación. Y a la luz de las consecuencias, no hay duda de que el presidente Obama y su secretario del Tesoro se asegurarían de que los pagos de intereses se hagan a tiempo y en su totalidad.

Por lo tanto, no debería sorprender a nadie, como escribió Charlie Gasparino, corresponsal sénior del canal Fox Business News, en un artículo para el New York Post hace unos días: “Casi todos los economistas del sector privado con los que hablo dicen que el Tesoro simplemente podría utilizar sus amplios recursos de dinero en efectivo a la mano para pagar a los acreedores primero y luego comenzar a dar prioridad a los pagos de los militares y de los diversos programas sociales”.

Esta opinión parece ser compartida con creces por los mercados de crédito que hasta la fecha han reaccionado con un gran bostezo a las tácticas de miedo de Obama y los medios de comunicación. Cuando los mercados temen el impago en serio, responden elevando los intereses, tal y como lo hemos visto en Grecia, Italia, Portugal, etc. Es lo que está sucediendo ahora mismo en esos países.

En gran contraste, las tasas de interés a largo plazo de Estados Unidos en realidad están bajando. La tasa a 10 años de los bonos del Tesoro, que hace solamente unos días estaba alrededor del 3.15%, ha descendido veinte puntos básicos hasta el 2.95%. Quizá los mercados simplemente no están prestando atención. O quizá saben que Obama y compañía son puro humo. Sea que se eleve el límite de la deuda o no, los mercados confían en que los intereses se pagarán.

El argumento de Geithner era falso desde el principio. Si eso es lo mejor que la administración Obama puede hacer, no es de extrañar que los republicanos se mantengan firmes en sus posiciones.

El foco de luz

El foco de luz: ¿Fin de su prohibición?

Mike Brownfield

Algunos políticos de Washington piensan que Ud. no es todo lo inteligente que se cree. Están convencidos de que Ud. no puede tomar buenas decisiones sobre su propia vida diaria, por tanto, se han propuesto imponerle normativas para protegerlo de Ud. mismo. Y no hay mejor ejemplo que la prohibición del Congreso del foco de luz incandescente, una prohibición que se busca derogar hoy en la Cámara de Representantes.

La ley de 2007 tiene por objeto eliminar paulatinamente el foco de luz, el invento de Thomas Edison, para el año 2012 y reemplazarlos con otros más caros pero energéticamente más eficientes, siendo la más popular la lámpara fluorescente compacta (CFLs). Desde la aprobación de esa ley, las inminentes restricciones se han convertido en la viva imagen de los excesos del Estado Niñera, provocando rechazo en todo el país. Los representantes estatales de Carolina del Sur fueron tan lejos como para intentar buscarle las vueltas al Congreso y forzar a que el estado produjera y usase focos incandescentes solo para su propio uso. Y justo la semana pasada, los congresistas Joe Barton (R–TX), Michael Burgess (R–TX) y Marsha Blackburn (R–TN) propusieron una ley para poner fin a la prohibición del foco de luz.

Pero el hecho de que a algunas personas les guste la libertad de elección del consumidor y prefieran la luz levemente amarillenta de los baratos focos incandescentes frente al blanco poco natural, estilo oficina, de los caros fluorescentes es algo que confunde a políticos y reguladores del Estado Niñera. He aquí un caso típico: el Secretario de Energía Steven Chu.

El secretario Chu, defensor de la prohibición, dijo de la posible derogación: “Estamos eliminando una opción que permite a la gente malgastar su propio dinero”. ¿Confundido por el doble lenguaje burocrático? ¿Necesita consultar su ejemplar de la Guía orwelliana del vocabulario del Gran Hermano? Quizá debería. Chu parece creer que las normativas gubernamentales que reducen la libertad de elección y fuerzan a la gente a aceptar decisiones son algo fantástico para la sociedad porque ellos preseleccionan la mejor opción imaginable, quitándole el esfuerzo de preguntarse cosas al ser pensante libre. Y, por si fuera poco, encima le están ahorrando dinero!

Chu no es el único que cree que la prohibición de los focos incandescentes es una gran idea. El exsenador John Warner (R–VA) dijo: “Será una vuelta atrás en la necesidad de que Estados Unidos se convierta en energéticamente más eficiente”. Y también está Jim Presswood, del grupo activista ecologista Consejo de Defensa de los Recursos Naturales (NRDC), que dice: “Claramente, los consumidores, la economía y el medio ambiente sufrirán si se derogan estos estándares”. La organización afirma que la prohibición ahorrará a los consumidores $85 anuales.

Bueno, eso no es completamente cierto. En California, las compañías de la luz gastan cerca de $550 millones para que los consumidores tengan CFLs subsidiadas, pero ni por eso alcanzaron esos buenos resultados. En marzo, el Wall Street Journal informó de que los ahorros de energía bajo el programa fueron un 73% menos de lo esperado.

Esto no quiere decir que reducir el consumo de energía no sea algo bueno — ciertamente lo es. Pero, ¿sabe qué? Ya está ocurriendo y no es precisamente gracias al Estado Niñera. Nicolas Loris, de Heritage, lo explica:

Cuando echa un vistazo al historial de eficiencia energética de Estados Unidos, no es tan deslucido — y es resultado de la innovación y reducción de costos, no de mandatos y regulaciones del gobierno. En conjunto, el consumo de energía por dólar real de producto interior bruto ha caído drásticamente en los pasados 60 años porque hemos innovado y nos hemos hecho tremendamente más eficientes en el proceso.

En pocas palabras, Estados Unidos ha conseguido ahorros de energía como resultado del libre mercado y al libre mercado lo estimula la libertad de elección del consumidor – exactamento lo que a reguladores y políticos les gustaría eliminar. Afortunadamente, hay otra manera.

“Deberíamos dejar decidir al mercado”, dijo Barton acerca del intento de derogar la prohibición del foco de luz incandescente. “Deberíamos dejar que la gente decida si quiere comprar un foco de 6 dólares o uno de 39 centavos”. Quizá, bien pronto, el Congreso vea la luz y permita a los americanos continuar teniendo esa libertad de elección.

El oscuro asunto de la globalización financiera

El oscuro asunto de la globalización financiera

La reciente turbulencia en los mercados financieros globales, y la contracción de la liquidez y el crédito que le siguió, plantean dos preguntas: ¿cómo es que el no pago de las hipotecas de grado inferior en los estados de California, Nevada, Arizona y Florida condujo a una crisis mundial? Y ¿por qué el riesgo sistémico aumentó en lugar de disminuir en años recientes?

La culpa la tiene el fenómeno de la “titulización”. En el pasado, los bancos mantenían los créditos y las hipotecas en sus libros, y así conservaban el riesgo crediticio. Por ejemplo, durante la crisis de la vivienda de finales de los 1980 en Estados Unidos, muchos bancos que realizaban créditos hipotecarios (las sociedades de ahorro y préstamo) quebraron, lo que condujo a una crisis bancaria, una contracción del crédito y una recesión en 1990-91.

Se suponía que el riesgo sistémico –una conmoción financiera que produce un contagio económico grave—se reducía con la titulización. La globalización financiera significaba que los bancos ya no conservaban activos como las hipotecas en sus libros, sino que los incluían en títulos respaldados por activos que se vendían a inversionistas en los mercados de capital de todo el mundo, distribuyendo el riesgo más ampliamente de esa manera.

¿Qué fue lo que no funcionó?

El problema no fueron únicamente las hipotecas de grado inferior. Las mismas prácticas imprudentes –no pedir un pago inicial, no verificar los ingresos y activos de los deudores, las hipotecas fijadas únicamente a las tasas de interés, la amortización negativa, las tasas señuelo—se dieron en más del 50% de todas las hipotecas estadounidenses de 2005 a 2007. Puesto que la titulización significaba que los bancos no cargaban con el riesgo y cobraban comisiones por las transacciones, ya no les importaba la calidad de sus préstamos.

En efecto, actualmente una cadena de intermediarios financieros ganan comisiones sin correr el riesgo crediticio. Como resultado, los agentes hipotecarios maximizan sus ingresos generando volúmenes grandes de hipotecas, al igual que los bancos que incluyen esos créditos en los títulos respaldados por hipotecas (MBS por sus siglas en inglés). Los bancos de inversión a su vez ganan comisiones por volver a incluir estos títulos en obligaciones de deuda con colateral o CDO (y en ocasiones en CDO de CDO).

Además, las agencias calificadoras de los créditos tenían serios conflictos de interés, porque recibían comisiones de los administradores de esos instrumentos. Los encargados de la reglamentación no hicieron nada, ya que la filosofía era el fundamentalismo del libre mercado. Por último, los inversionistas que compraron MBS y CDO eran codiciosos y creyeron en las calificaciones engañosas. Tampoco podían hacer otra cosa, ya que era casi imposible poner precio a estos instrumentos complejos, exóticos y sin liquidez.

Estas prácticas arriesgadas de préstamos también prevalecían en el mercado de compras apalancadas, donde las empresas de capital privado adquieren compañías públicas y financian las operaciones con altos coeficientes de endeudamiento; en el mercado de créditos apalancados, donde los bancos dan financiamiento a las empresas de capital privado; y en el mercado de papel comercial respaldado por activos, donde los bancos usan esquemas fuera del balance para pedir préstamos a muy corto plazo.

No es sorprendente que cuando el mercado de hipotecas de grado inferior estalló esos mercados también se congelaron. Puesto que no se conocía la dimensión de las pérdidas –se calcula que tan sólo las pérdidas de las hipotecas de grado inferior serán de entre 50 y 200 mil millones de dólares, dependiendo de la magnitud de la caída de los precios de las casas, que también se desconoce—y nadie sabía quién tenía qué, nadie confiaba en sus contrapartes, lo que condujo a una grave contracción de la liquidez.

Pero la contracción de la liquidez no era el único problema. También estaba la cuestión de la solvencia. En efecto, actualmente en los Estados Unidos cientos de miles –tal vez dos millones—de hogares están en bancarrota y por lo tanto no pagarán sus hipotecas. Alrededor de sesenta prestamistas de hipotecas de grado inferior ya han quebrado.

Muchos constructores de viviendas están cerca de la quiebra, al igual que algunos fondos de cobertura de riesgos y otras instituciones altamente apalancadas. Incluso en el sector corporativo estadounidense habrá impagos debido a los márgenes mucho mayores de los bonos corporativos. Una política monetaria más laxa podría fomentar la liquidez, pero no resolverá la crisis de solvencia.

Esto se debe a dos razones:

1. una enorme incertidumbre sobre la magnitud de las pérdidas. La magnitud dependerá en parte de cuánto caigan los precios de las viviendas --¿10%? ¿20%? Además, es difícil poner precio a instrumentos exóticos que no tienen liquidez (es decir, que no tienen precio de mercado).

2. gracias a la titulización, el capital privado, los fondos de cobertura de riesgos y las operaciones interbancarias directas, los mercados financieros se han vuelto menos transparentes. Esta opacidad significa que nadie sabe quién tiene qué, lo que debilita la confianza. En septiembre, cuando finalmente se dio la revalorización del riesgo, el pánico se apoderó de los inversionistas, lo que causó una estampida que afectó la liquidez y una interrupción de los créditos.

Entonces, ¿qué se debe hacer? Será difícil dar marcha atrás en la liberalización financiera, pero sus efectos secundarios negativos –incluyendo un mayor riesgo sistémico —exigen una serie de reformas.

En primer lugar, se necesita más información y transparencia sobre los activos complejos y quiénes los tienen. En segundo lugar, los instrumentos complejos se deben comerciar en las bolsas y no en los mercados directos, y se deben normalizar, de forma que puedan surgir mercados secundarios para ellos.

En tercer lugar, necesitamos una mejor supervisión y regulación del sistema financiero, incluyendo la regulación de instituciones financieras opacas o muy apalancadas como los fondos de cobertura de riesgos e incluso los fondos de riqueza soberana. En cuarto lugar, es necesario repensar el papel de las agencias calificadoras e introducir más regulación y competencia. Por último, se debe evaluar adecuadamente el riesgo de liquidez en los modelos de gestión de riesgos, y tanto los bancos como otras instituciones financieras deben valorar y gestionar mejor ese riesgo. La mayoría de las crisis financieras se desencadenan a causa de la falta de correspondencia de los vencimientos.

Es necesario incluir estos temas cruciales en la agenda de los ministros de finanzas del G-7 para evitar una reacción seria contra la globalización financiera y reducir el riesgo de que las turbulencias financieras provoquen daños económicos graves.

Nouriel Roubini es profesor de economía en la Stern School of Business de la Universidad de Nueva York y presidente de RGE Monitor (www.rgemonitor.com).

Los nuevos cucos del capitalismo financiero

Los nuevos cucos del capitalismo financiero

La crisis de las hipotecas de alto riesgo ha desviado la atención de los crecientes temores sobre los Fondos de Riqueza Soberana (SWF, tal su sigla en inglés) como los nuevos cucos de las finanzas globales. Pero apenas ceda la crisis de las hipotecas de alto riesgo, las ansiedades sobre los SWF regresarán, ya que el surgimiento de este vasto y creciente manojo de fondos controlados por el estado puede tener implicancias de mayor alcance y, por cierto, políticamente más sensibles, que la angustia con suerte temporaria causada por la crisis de las hipotecas de alto riesgo.

De hecho, si los SWF siguen creciendo, sus inversiones están destinadas a alterar de manera permanente el peso relativo de los activos controlados por el estado y los privados en las economías avanzadas. Según Morgan Stanley, se espera que los SWF gestionen 12 billones de dólares para 2015, con respecto a los aproximadamente 2,5 billones actuales. Ambas sumas hacen que los montos controlados por los fondos de cobertura y los grupos de capital riesgo parezcan pequeños. Por lo tanto, algunos de los mayores inversores -tanto pasivos como estratégicos- en los mercados financieros en los próximos años serán instituciones de gobierno. Que entre estas instituciones las más grandes estén en China, en la Rusia de Vladimir Putin y en algunos estados petroleros inestables suma otra preocupación a la mezcla.

El crecimiento de los SWF es una consecuencia directa de la acumulación de más de 5 billones de dólares en reservas extranjeras por parte de las economías de los mercados emergentes en Asia y entre los países exportadores de petróleo y productos básicos. Los excedentes de cuenta corriente de estas economías, junto con las masivas afluencias de capital, llevaron a sus autoridades monetarias a intentar impedir que sus monedas nacionales se apreciaran para mantener la competitividad de sus industrias.

En un principio, estos países invirtieron sus reservas extranjeras en activos líquidos –letras del Tesoro de Estados Unidos y títulos del gobierno a corto plazo emitidos por otros países con monedas de reserva-. Luego se dieron cuenta de que sus tenencias en activos líquidos y de bajo retorno excedían por lejos lo que se necesita para evitar el tipo de corridas especulativas que el este de Asia experimentó en 1997 y Rusia en 1998. Después de todo, ¿por qué tener letras del Tesoro de Estados Unidos con un retorno magro del 5%, bonos alemanes con un retorno del 4% o bonos del gobierno japonés con un retorno del 0,5%, cuando se pueden adquirir firmas extranjeras, invertir en activos reales, mercados bursátiles o bonos corporativos de mayor rendimiento?

La respuesta parecía una obviedad. De manera que los bancos centrales están transfiriendo sus excesos de reservas a SWF existentes o creados recientemente, que a su vez invierten en acciones de alto retorno.

Pero la aparición de los SWF está creando una reacción política violenta en la forma de "proteccionismo financiero". Los ejemplos incluyen el esfuerzo fallido por parte de la National Overseas Oil Company de China por comprar la firma energética norteamericana UNOCAL y la oferta fallida de Dubai Ports para comprar una firma que administra los principales puertos estadounidenses. Hoy hay legislación pendiente en el Congreso norteamericano destinada a intensificar el proceso de aprobación para la adquisición extranjera de firmas norteamericanas, y una reacción similar se está produciendo en Asia y Europa.

Por supuesto, no todos los SWF favorecen las inversiones estratégicas; es decir, asumir participaciones de control en las firmas adquiridas. Algunos, como la Government Investment Corporation de Singapur, prefieren inversiones pasivas y diversificadas sin ninguna participación en el control de las empresas. Y China, cuando adquirió una participación del 10% en el grupo de capital riesgo norteamericano Blackstone, evadió cualquier derecho de voto en la administración de la compañía, tal vez como una manera de mantener contentos a los reguladores financieros norteamericanos.

Un tercer tipo de SWF adopta la forma de fondos de inversión petrolera entre los países exportadores de petróleo/energía, que están ahorrando sus ganancias en activos extranjeros. Noruega, de hecho, viene haciendo esto -muy silenciosamente- desde hace muchos años.

Las opiniones sobre cómo responder a los SWF varían. El Reino Unido adoptó una política de no interferir, mientras que las preocupaciones políticas predominan en Estados Unidos, Francia y Alemania. A algunos les preocupa la reciprocidad: si a las empresas chinas se les permite invertir en compañías norteamericanas y de la UE, ¿las empresas de Estados Unidos y la UE no tendrían que poder invertir libremente en cualquier compañía china? A otros les preocupa la seguridad nacional: ¿qué pasaría si "nuestros" puertos e industrias de seguridad u otras empresas "estratégicas" fueran comprados por China, Rusia o Arabia Saudita?

Y hay quienes se preocupan por el hecho de que los SWF sean propiedad del Estado: ¿qué le sucedería al gobierno corporativo si los inversores tuvieran objetivos que no fueran maximizar los retornos ajustados por exposición a un riesgo? De la misma manera, existen temores por la transparencia: muchos SWF no revelan sus estrategias de inversión ni cómo operan. ¿Qué pasaría si un pequeño grupo de grandes SWF de propiedad del estado hiciera inversiones muy importantes en una variedad de activos? ¿Cómo podrían distorsionar los precios de las acciones o los rendimientos de los bonos gorilas de 200.000 millones de dólares que necesitan invertir 4.000 millones de dólares por semana?

Las predicciones calamitosas de que el surgimiento de los SWF implica que el sistema financiero global se está convirtiendo en una forma de capitalismo de estado pueden ser exageradas. Pero un pequeño grupo de actores gubernamentales que gestionan una vasta cantidad de activos extranjeros sí crea complicaciones. Por supuesto, mientras Estados Unidos tenga déficits anuales de cuenta corriente de casi un billón de dólares, necesitará pedirle prestado a rivales estratégicos como China, Rusia y los estados petroleros inestables de Oriente Medio, que cada vez más prestarán en forma de inversiones en acciones de alto rendimiento y no tanto en letras del Tesoro de bajo rendimiento. De manera que, a menos que Estados Unidos empiece a ahorrar más, le costará quejarse de la forma –acciones en lugar de deuda- que adopta el financiamiento de su déficit externo.

También es cierto que la masiva acumulación de reservas extranjeras que hoy está alimentando el crecimiento de los SWF es excesiva y está impulsada por políticas erróneas de tipo de cambio, donde las monedas muy subvaluadas resultan en excedentes de cuenta corriente. Estos países necesitan permitir una mayor flexibilidad del tipo de cambio y una apreciación de la moneda para reducir sus excedentes externos –y, así, la necesidad de acumular gigantescas reservas extranjeras en primer lugar.

De hecho, las economías de los mercados emergentes deberían reducir su acumulación de activos extranjeros en lugar de querer resistir la reacción política violenta contra los SWF en Estados Unidos y la UE. Al parecer, los SWF están aquí para quedarse y crecer, y es verdad que ofrecen beneficios significativos. Pero si se vuelven demasiado grandes mientras que sus actividades siguen siendo opacas, el “proteccionismo financiero” generalizado se volverá cualquier cosa menos inevitable.

Nouriel Roubini es presidente de RGEMonitor.com, un servicio de información online, y profesor de Economía en la Escuela de Negocios Stern de la Universidad de Nueva York.

Jim Rogers: España ha tenido muchos años de fiesta

Jim Rogers: España ha tenido muchos años de fiesta

España Será Rescatada Eventualmente

"España y otros países incluido Estados Unidos se enfrentan a una década perdida como consecuencia del despilfarro del pasado. España ha tenido muchos años de fiesta y ahora le toca pasar la resaca. Va a necesitar un rescate por parte de algún organismo internacional." - en reeditor.com

Jim Rogers, un oriundo de Demopolis, Alabama, es un autor, comentarista financiero y exitoso inversor internacional. Ha aparecido frecuentemente en Time, The Washington Post, The New York Times, Barron's, Forbes, Fortune, The Wall Street Journal, The Financial Times, y en la mayoría de las publicaciones eferidas a la economía o las finanzas.

Con el agua al cuello EU: deuda para pagar deuda

Con el agua al cuello EU: deuda para pagar deuda

Carlos Fernández-Vega

Con el agua hasta el cuello, Barack Obama, presidente del país más endeudado del planeta, asegura que Estados Unidos siempre ha pagado sus deudas y no dejará de pagarlas.

Sin embargo, para que su afirmación no quede en el discurso, el mandatario sólo tiene dos opciones concretas: llegar a un acuerdo con la oposición republicana (y la encubierta entre los demócratas) para aumentar el techo legal de endeudamiento público federal (fijado por el Congreso de aquella nación) o, de plano, poner a trabajar días extra a la maquinita que imprime dólares con el fin de evitar la moratoria, algo que, de concretarse, arrancaría las cuatro alfileres que con mucha penuria sostienen la supuesta estabilidad económica mundial tras la crisis de 2008-2009.


El plazo para que las partes lleguen a un acuerdo vence el 2 de agosto, y si para esa fecha no hay nada consensuado, simplemente se declararía la moratoria. En esas andanzas se encuentra el otrora motor económico del planeta, con un presidente que ya no siente lo duro sino lo tupido en sus poco más de dos años como inquilino de la Casa Blanca.


Obama no convence a la oposición republicana sobre la necesidad, así la califica, de aumentar el citado techo, una vez que el tope vigente llegó a su límite: modestamente, 14.3 billones de dólares en deuda federal (trillones para los anglos), o lo que es lo mismo, el 100 por ciento del producto interno bruto estadunidense, más un piquito, de tal suerte que, técnicamente, el motor está perfectamente quebrado, pues debe más de lo que vale (ese monto no incluye otros endeudamientos, como el de los estados).


Es tal la urgencia de recursos para cubrir el pago cotidiano de pasivos públicos (con China como primer acreedor del gobierno estadunidense), que el Departamento del Tesoro ha reconocido que, como medida de emergencia, le mete la mano a los fondos de pensiones federales (¿a los mexicanos no les parece conocido el tema?) para cubrir cotidianamente los aproximadamente mil 500 millones de dólares que el gobierno federal requiere para amortizar sus no pocos compromisos en la materia.


Ante la tajante negativa republicana, Obama tendrá que aflojar posiciones, aunque ha subrayado algo obvio:


Si los inversionistas de todo el mundo creen que la confianza y el crédito de Estados Unidos no están respaldados, podría venirse abajo (una vez más) el sistema financiero internacional, algo que dudosamente soportaría el planeta.


Se supone que el imperio nunca ha declarado la moratoria oficialmente, aunque poco más de tres décadas atrás, en 1979, se le hizo bolas el engrudo y dejó de pagar sus obligaciones de deuda por no más de una semana. ¿Será esta la primera vez? Quién sabe, pero tampoco en esta ocasión el sagrado mercado corrigió por sí solo el problema.


¿Qué pasó con la deuda pública de Estados Unidos, que creció hasta llegar a tal extremo?


Simple: que el gobierno estadunidense hizo lo mismo, pero a lo bestia, que criticó a lo largo de los años, a diestra y siniestra, a la comunidad de naciones satélite dependientes de su economía, es decir, endeudarse alegremente para financiar proyectos no redituables para el país (aunque sí para los empresarios amigos), o lo que es lo mismo sus guerras, guerritas e intervenciones, más los salvamentos de los grandes consorcios privados y los rescates de los barones bursátiles y bancarios, creyendo que nunca se le acabaría con qué pagar.


Por ejemplo, la invasión a Irak y la intervención en Afganistán a los contribuyentes gringos les ha costado, hasta ahora y oficialmente, algo así como un billón 250 mil millones de dólares (muy caro para asesinar a un solo hombre, quien, dicho sea de paso, vivía plácidamente en Pakistán), cuando el genocida George W. Bush les prometió que no pasaría de 60 mil millones de billetes verdes.


Sin embargo, estudios más serios (Instituto de Estudios Internacionales Watson de la Universidad Brown) que la simple contabilidad del gobierno estadunidense incrementan dicho costo a 3.7-4.4 billones de dólares, sin incluir el pago de intereses. De hecho, esas cifras continuarán subiendo al considerar obligaciones a largo plazo para veteranos lesionados y gastos de guerra proyectados desde 2012 hasta 2020, como señala tal instituto.


Entre sus muchos logros, baby Bush aumentó brutalmente la deuda pública estadunidense para financiar sus aventuras guerreras. Cuando, felizmente, dejó la Casa Blanca el nivel de dicho débito rondaba 13.64 billones de dólares.


Con Obama el débito externo ha aumentado alrededor de 660 mil millones, pero va por más, le urge un techo mucho más elevado, es decir, lo mismo que hicieron sus predecesores. Así, en las últimas tres décadas la deuda pública de aquel país registró un espeluznante incremento cercano a mil 600 por ciento.


Y aquí aparecen los actores externos, porque, quiéranlo o no, China es parte fundamental del acuerdo al que lleguen republicanos e inquilino de la Casa Blanca, porque tendrán que llegar a uno, el que sea, y a la brevedad.


Sólo hay que imaginar qué pasaría con la economía estadunidense, y con la mundial, si de un día para otro al gobierno de Pekín se le ocurre hacer líquida su voluminosa inversión en bonos del Tesoro estadunidense, y se encuentra con la novedad de que no hay con qué.


Y atrás él, el de Tokio y el de Londres, que ocupan el segundo y tercer escalón, respectivamente, en el inventario de acreedores. Por si fuera poco, en lista de espera se encuentran los países integrantes de la OPEP, Brasil, Rusia y Canadá, entre otros.


Aun así, alrededor de 80 por ciento de la deuda pública estadunidense está denominada en dólares de aquel país. Entonces, queda el viejo truco de poner a producir a la maquinita de billetes verdes.


Obama, pues, en el filo de la navaja, como la economía internacional en conjunto. El problema es que si los republicanos aflojan y llegan a un acuerdo, se incrementará la deuda pública estadunidense para financiar los mismos proyectos que generan más débito, y así hasta que reviente el motor.


Eso sí, en esto no se mete el FMI, ni impone su draconiano programa de ajuste, que para eso hay países jodidos, como México y Grecia comprenderán.


Las rebanadas del pastel


¡Felicidades!, porque dice el emocionado cuan chorero inquilino de Los Pinos que México no va a ser el mismo tras el triunfo de la Sub-17.


Qué bueno, pero –perdón por la ignorancia– sería tan gentil de precisar al respetable:


¿en qué va a cambiar el país? ¿Cuál es el salto histórico que provoca un campeonato mundial? ¿Acabará con el crimen organizado? ¿Generará mayores niveles de bienestar? ¿O qué pasa?

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