domingo, 17 de abril de 2011

Carlos Salinas, neoliberalismo y populismo

Carlos Salinas, neoliberalismo y populismo


Hace poco el expresidente de México Carlos Salinas de Gortari, enemigo público número uno del país, publicó su más reciente libro, Demcracia republicana. Ni Estado ni mercado: una alternativa ciudadana, curioso título para una obra escrita por uno de los presidentes que los intelectuales de México y América Latina catalogan como neoliberal. Quizá lo más interesante no es el contenido de su ensayo, sino la reacción por parte de los medios de comunicación, los opinadores y los mexicanos en general. En algún punto de la historia el que era conocido como el presidente que había traído la modernidad al país, de pronto se convirtió en una figura que inspira un miedo metafísico en toda la población. De Salinas se dice que controla al país en las sombras, conspira contra los buenos políticos, impone a los presidentes, trajo el perverso neoliberalismo junto al nefasto TLC y, por si fuera poco, provoca terremotos cada vez que regresa a México. Los conspiranoicos no podrían estar más felices: su fetiche está de vuelta en los reflectores. Ahora se dice que la publicación de su libro no es más que una mera pantalla para que él pueda intervenir en las elecciones de 2012, apoyando quizá a Enrique Peña Nieto, actual gobernador del Estado de México.
Periódicos tan lamentables como La Jornada, El Universal y Proceso (este último revista política) tienen centenares de artículos y cartones de moneros pronosticando el final de los tiempos. Furibundos articulistas expresan cuán peligrosa es la presencia de Salinas en el país y para eso recuerdan aquellas historias del fraude electoral y de la pérdida de la soberanía.
Hay algo de legítimo en toda esta molestia: durante la presidencia de Salinas por fin se estaba saliendo de una crisis, producto del populismo durante la década de los setentas y que en realidad se remonta a los tiempos del así llamdo desarrollo estabilizador, una etapa de gran crecimiento y baja inflación, periodo en el que las distorsiones en la economía real, provocadas en gran parte por un mal manejo en la política cambiaria y la falta de competitividad, fueron el motivo de un largo ciclo económico. Se decía que México, depués de aquellos momentos traumáticos, por fin estaba ingresando al primer mundo. Años más tarde, en diciembre de 1994, apenas finalizada la presidencia de Salinas, se hizo presente una de las peores crisis económicas, que además tuvo consecuencias a lo largo de Latinoamérica. El mito había caído y el liberalismo comenzó a caer en descrédito. Sumado a esto, la firma del Tratado de Libre Comercio supuso una polémica que hasta hoy subsiste como efecto del dogmatismo de los mexicanos, que ven en el campo al México profundo, a ese espacio que debería ser nuestro y de nadie más. Poco importa si después de más de una década de TLC el país ya sea mayoritariamente de clases medias y que en la actualidad es posible adquirir una enorme variedad de productos que antes no existía, a precios mucho más bajos que en el pasado.
Hace poco la reconocida escritora mexicana Sabina Berman entrevistó a Carlos Salinas en su programa Shalalá. Quizá es una de las mejores charlas que se han tenido con el expresidente. No porque Sabina sea especialmente brillante en temas económicos - en realidad ignora muchas cosas -, sino por la inteligencia de su discurso. Hablaron sobre todo del nuevo libro. En un momento ella le preguntó el porqué de ese título, ¿cómo era posible que Carlos Salinas se pusiera ahora en contra del libre mercado a ultranza? El expresidente, que no paraba de hacer comentarios sobre el malbec que estaban tomando, dijo que era necesario despojarnos de los dogmas del neoliberalismo y el populismo, para así construir una sociedad basada en la participación ciudadana. Es decir, no dijo nada relevante que no hayamos escuchado. Para Salinas el libre mercado irrestricto puso de manifiesto su naturaleza cíclica e inestable en la crisis de 2008, de tal modo que es necesario repensar la manera que se hace la economía, dotando a las políticas públicas de un sentido social sin caer en el neopopulismo de corte chavista. En pocas palabras, construir una economía social de mercado.
Sabina Berman, que siempre ha militado en la izquierda socialdemocráta, se burlaba de los conservadores norteamericanos, sobre todo de la gente que encabeza al Tea Party. Salinas, como era de esperar, le daba la razón. En un momento ella, haciendo gala de su desconocimiento de temas económicos, dijo a modo de burla "es que ahora los liberales dicen que el welfare es socialismo". Salinas, el neoliberal consentido de México, volvió a darle la razón. Ya lo decía Huerta de Soto, la definición marxista del socialismo es anacrónica y debe superarse. Hoy al socialismo se lo entiende como todo sistema de coacción en materia institucional, política y económica. El welfare, por más que economistas que han ganado el premio Nobel, como Amartya Sen, hayan hecho una apología del estado de bienestar, es hoy por hoy una de las caras del socialismo. La idea de John Rawls sobre la naturaleza de la ayuda que debe prestar el Estado es vulgar. Dice Rawls que, si las personas desconocieran de cuestiones legales o económicas, todo mundo apoyaría el welfare; por tanto Rawls concluye que no hay nada mal con las políticas redistributivas. Tal es el pensamiento que la socialdemocracia y los keynesianos han promocionado. Se olvidan Rawls, Amartya y toda la gente de izquierda, que las políticas redistributivas atentan contra algo más profundo: los derechos naturales, la propiedad y la libertad. El welfare es socialismo. Si es bueno o malo económicamente hablando, es otro tema.
La presidencia de Carlos Salinas, la de Ménem en Argentina y la de Fujimori en Perú son consideradas neoliberales porque, en mayor o menor grado, dieron inicio a una etapa más agresiva de desregulación, privatización y liberalización del comercio. Esto, no obstante, nubla la verdadera naturaleza del mal llamado neoliberalismo. Salinas tenía precios oficiales y un tipo de cambio artificialmente apreciado, algo que cualquier liberal condenaría. Es pecisamente la pretensión de los gobiernos por controlar la economía lo que genera las distorsiones que han de culminar en la crisis. Respecto al tema, Ludwig von Mises desarrolló muchos años atrás el teorema de la imposibilidad del cálculo económico en un régimen socialista, que bien puede extrapolarse a toda autoridad central que pretende dirigir los mercados - llámense bancos centrales y gobiernos que inciden en los precios.
Hay varios hechos irrefutables. La crisis de 1994 no fue, como insiste Salinas, consecuencia de la devaluación imprudente que Ernesto Zedillo anunció mal momento, sino la manifestación de una economía endeble que crecía por encima de sus posibilidades como efecto de las distorsiones y de una expansión artificial del crédito; la devaluación y posterior catarsis sólo fueron un reajuste necesario de una economía que por fuera parecía liberal y que por dentro se encontraba fuertemente manipulada. A pesar de la crisis, México es hoy un país más rico, con más poder de compra y con una estabilidad que no había sido vista en décadas. La crisis de 2008 no es consecuencia de la desregulación, sino del intervencionismo monetario.
El reto no es crear una economía social de mercado ni hablar de algo tan abstracto como la participación ciudadana. Ésta y las siguientes generaciones tendrán que seguir luchando por reivindicar la libertad, sobre todo ahora que la incomprensión de los economistas y la ignorancia de los intelectuales amenaza con traer de regreso las prácticas peligrosas que ya en algún momento de la historia demostraron que el intervencionismo es lo peor que puede ocurrirle a la economía.

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