domingo, 17 de abril de 2011

El caso de Wikileaks: ¿espionaje de Estados Unidos?

El caso de Wikileaks: ¿espionaje de Estados Unidos?

La reciente publicación por parte de Wikileaks de diversos documentos provenientes de los Estados Unidos pone de manifiesto una paranoia antiamericana que no es nueva. Desde que Estados Unidos se convirtió en potencia mundial y se estableció como la economía más importante, los victimistas de todo el mundo se han encargado de decir que la Unión Americana es, básicamente, la prinicpal amenaza para la humanidad, la enemiga de los pueblos, el imperio malévolo que busca establecer un nuevo orden. Sobre todo fue la guerra fría la que puso de manifiesto el poder de Estados Unidos y el pensamiento capitalista por encima de la Unión Soviética y el socialismo totalitario, que hasta antes era considerado como el sueño de libertad para muchas personas que jamás entendieron que, por su propia naturaleza, el colectivismo es la más terrible amenaza para el individuo.
Naturalmente, Estados Unidos no está libre de pecados. Más que nada se le condena la pretensión norteamericana de sentirse el libertador del mundo. Las guerras, en muchos casos, suelen esgrimirse sobre el argumento de que las tropas son un mecanismo para devolver la libertad y las democracias a lo largo de los países. En Estados Unidos quien esté en contra de esta doctrina es visto como un aislacionista y antipatriota. No es raro que sea así y tampoco es del todo malo: todas las sociedades tienen sus vicios, algunos ridículos, otros estúpidos y muchos más resultan peligrosos. En muchos casos son conflictos estériles que tienen como consecuencia la muerte de inocentes.
Todo eso lo sabemos y lo condenamos. Lo injusto, en todo caso, es elevar a Estados Unidos a nivel de enemigo de la humanidad. Todo lo que se haga en aquel país será en perjucio de los demás pueblos. Los estadounidenses tienen que lidiar con el odio irracional de las personas. Se olvida que aquel país es un ejemplo de cómo la libertad hace crecer a un país. No es cierto que Estados Unidos haya crecido a costa de los demás. El desarollo norteamericano no se puede entender si no se toman en cuenta las ideas liberales sobre las que se fundó el país. Estados Unidos nació de una rebelión en contra del Estado inglés, que veía en sus colonias una fuente de financiamiento. Muy temprano, los estadounidenses comprendieron que vivir en una sociedad donde los impuestos son muy elevados y donde no hay libertad individual es una tragedia. Poner al individuo en primer plano debería ser la prioridad de toda nación. Más tarde, Estados Unidos no pudo - ni debía - estar al margen del mundo: finalizada la Primera Guerra Mundial, la Unión Americana se convirtió en acreedora de las potencias devastadas y en decadencia. En ese sentido, asilarse política y economicamente de los demás mercados supone un suicidio. Con el paso del tiempo la realidad iba cambiando y polarizándose ante el ascenso del colectivismo. Es cierto que las sociedades tienen derecho a autodeterminarse, pero también es cierto que el Estado no debe decidir cómo manejar la vida de los individuos. El ascenso del comunismo, como bien dijo Ludwig von Mises, no era más que la negación del individuo en la sociedad.
Esto tuvo que repercutir necesariamente a lo largo del mundo. En muchos casos los liberales - sobre todo los anarcocapitalistas - se olvidan de que, por más críticas legítimas se puedan lanzar a los gobiernos, la estructura mundial está regida por Estados y lo seguirá estando durante mucho tiempo más. Por eso existe la diplomacia, con el fin de que, para bien o para mal, se establezcan los términos de entendimiento o desacuerdo de las naciones. Las relaciones internacionales en materia política y económica no tendrían sentido sin un aparato diplomático: son puentes necesarios entre la economía interna y la externa, así como la política propia de los países.
Es natural pensar que cada nación tiene distintos intereses. Es perfectamente legítimo y nadie podría estar en contra de esa afirmación - salvo algún anarquista irracional. Más allá del bien o del mal que esto pueda causar, es una tarea natural de los diplomáticos cuidar los intereses nacionales en tierras extranjeras. Esto es sobre todo cierto en un contexto globalizado como en el que vivimos actualmente.
La polémica desatada tras la aparición de documentos de Estado que Wikileaks reveló es muchísimo más estéril de lo que mucha gente cree. En realidad, los escándalos obedecen más a la paranoia antiamericana que a la razón. Es curioso, pues lo que se condena es que los embajadores estaudounidenses hagan su trabajo: analizar la realidad interna de los países y de las repercusiones que esto puede tener dentro de su propia nación. Eso es algo que, en teoría, deberían hacer todos los diplomáticos de todo el mundo. No es, de ninguna manera, un caso de espionaje ni de violencia en contra de la soberanía nacional. En México, por ejemplo, a diario se discuten temas migratorios de Estados Unidos y siempre se intenta influir en la legislación norteamericana: el gobierno, las secretarías, los intelectuales, todos emiten opiniones y recomendaciones y no por ello son condenados. Si, en cambio, Estados Unidos da su punto de vista sobre la política de Hugo Chávez o la inseguridad mexicana, entonces es visto como espionaje.
Esto no es nuevo y seguirá pasando. Cada vez que Estados Unidos, el así llamado imperio, diga algo, será criticado. Ellos, los paranoicos, olvidan que dentro de sus países se hace lo mismo. Pero ellos se sienten víctimas de la realidad y, por tanto, creen que tienen un derecho legítimo a hacer lo que condenan de Estados Unidos.

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