miércoles, 13 de abril de 2011

¿China está superando a Estados Unidos?

Por Joseph S. Nye, Jr

Diario las Américas

CAMBRIDGE – El siglo XXI es testigo del retorno de Asia a lo que podrían considerarse sus proporciones históricas en cuanto a población y economía del mundo. En 1800, Asia representaba más de la mitad de la población y la producción global. Para 1900, representaba apenas el 20% de la producción mundial –no porque a Asia le hubiera sucedido algo malo, sino más bien porque la Revolución Industrial había transformado a Europa y Norteamérica en el taller del mundo.

La recuperación de Asia comenzó con Japón, luego se trasladó a Corea del Sur y al sudeste asiático, empezando por Singapur y Malasia. Ahora la recuperación está centrada en China, y cada vez más involucra a la India, mientras en el proceso permite que cientos de millones de personas salgan de la pobreza.

Este cambio, sin embargo, también crea ansiedades respecto de las relaciones de poder cambiantes entre los estados. En 2010, China superó a Japón para convertirse en la segunda economía más grande del mundo. De hecho, el banco de inversión Goldman Sachs espera que el tamaño total de la economía china supere al de Estados Unidos para 2027.

Pero, aún si el PBI chino general alcanza una paridad con el de Estados Unidos para 2020, las dos economías no serán iguales en composición. China seguirá teniendo un amplio sector rural subdesarrollado. Suponiendo un crecimiento del PBI chino del 6% y un crecimiento de Estados Unidos del 2% después de 2030, China no sería igual a Estados Unidos en términos de ingresos per capita –una medición mejor de la sofisticación de una economía- hasta algún momento cercano a la segunda mitad del siglo.

Es más, las proyecciones lineales de las tendencias de crecimiento económico pueden ser engañosas. Los países emergentes tienden a beneficiarse de las tecnologías importadas en las primeras etapas del despegue económico, pero sus tasas de crecimiento generalmente se ralentizan conforme alcanzan niveles más elevados de desarrollo. Y la economía china enfrenta serios obstáculos para un crecimiento rápido sostenible, debido a sus empresas estatales ineficientes, una creciente desigualdad, una profusa migración interna, una red de seguridad social inadecuada, corrupción e instituciones inapropiadas, todo lo cual podría fomentar la inestabilidad política.

El norte y el este de China han superado al sur y al oeste. China -casi el único caso entre los países en desarrollo- está envejeciendo extraordinariamente rápido. Para 2030, China tendrá más personas mayores a su cargo que niños. Algunos demógrafos chinos temen que el país se vuelva viejo antes de volverse rico.

Durante la pasada década, China pasó de ser el noveno exportador en importancia del mundo a ser el líder, desplazando a Alemania del puesto número uno. Pero el modelo de desarrollo liderado por las exportaciones de China necesitará ajustarse a medida que los equilibrios comerciales y financieros globales se vuelvan más contenciosos. Por cierto, el duodécimo Plan Quinquenal de China apunta a reducir la dependencia de las exportaciones y estimular la demanda doméstica. ¿Funcionará?

El sistema político autoritario de China hasta ahora demostró una capacidad sorprendente para alcanzar objetivos específicos -por ejemplo, montar unos Juegos Olímpicos exitosos, construir proyectos ferroviarios de alta velocidad o incluso estimular la economía para recuperarse de la crisis financiera global-. Que China pueda o no mantener esta capacidad en el largo plazo es un misterio para los de afuera y hasta para los propios líderes chinos.

A diferencia de la India, que nació con una constitución democrática, China todavía no ha encontrado una manera de canalizar las demandas de participación política (si no democracia) que tienden a acompañar un creciente ingreso per capita. La ideología comunista desapareció hace tiempo, de manera que la legitimidad del partido gobernante depende del crecimiento económico y del nacionalismo étnico. Si China puede desarrollar o no una fórmula para manejar una clase media urbana en expansión, una desigualdad regional y un resentimiento entre las minorías étnicas todavía está por verse. El punto básico es que nadie, ni siquiera los chinos, saben de qué manera el futuro político de China afectará su crecimiento económico.

Algunos analistas sostienen que China apunta a desafiar la posición de Estados Unidos como la potencia dominante del mundo. Aún si ésta fuera una evaluación precisa de las intenciones de China (y ni los chinos pueden saber las opiniones de las generaciones futuras), es improbable que China tenga la capacidad militar para lograrlo. Sin duda, los gastos militares chinos, que subieron más del 12% este año, han venido creciendo aún más rápido que su economía. Pero los líderes de China tendrán que lidiar con las reacciones de otros países, así como con las limitaciones que trae aparejada la necesidad de mercados y recursos externos para satisfacer sus objetivos de crecimiento económico.

Una postura militar china que sea demasiado agresiva podría producir una coalición de contrapartida entre sus vecinos, debilitando así el poder duro y blando de China. En 2010, por ejemplo, cuando China se volvió más enérgica en su política exterior hacia sus vecinos, sus relaciones con la India, Japón y Corea del Sur se vieron afectadas. En consecuencia, a China le resultará más difícil excluir a Estados Unidos de los acuerdos de seguridad de Asia.

El tamaño y la alta tasa de crecimiento económico de China casi con certeza aumentarán su fortaleza relativa frente a Estados Unidos en las próximas décadas. Esto seguramente acercará a los chinos a Estados Unidos en términos de recursos de poder, pero China no necesariamente superará a Estados Unidos como el país más poderoso.

Aún si China no sufre ningún revés político doméstico importante, muchas proyecciones actuales basadas exclusivamente en el crecimiento del PBI son demasiado unidimensionales: ignoran al ejército estadounidense y las ventajas del poder blando, así como las desventajas geopolíticas de China en el equilibrio de poder al interior de Asia. Mi propia estimación es que entre el rango de posibles futuros, los escenarios más factibles son aquellos en los que China le planteará un fuerte desafío a Estados Unidos, pero no lo superará en cuanto a poder general en la primera mitad de este siglo.

Más importante aún, Estados Unidos y China deberían evitar desarrollar miedos exagerados de las capacidades e intenciones del otro. La expectativa de conflicto puede en sí misma convertirse en causa de conflicto. En realidad, China y Estados Unidos no tienen intereses en conflicto que estén profundamente arraigados. Ambos países, junto con otros, tienen mucho más para ganar en un contexto de cooperación.

Narcotráfico, marxismo y antiimperialismo

Narcotráfico, marxismo y antiimperialismo

Por Orlando Ochoa Terán

Ideas - Libertad Digital, Madrid

Hace algunos años, Cuba y otros regímenes marxistas fueron seducidos por la noción de que promover el tráfico de drogas hacia EEUU y la UE era una forma legítima de lucha contra el capitalismo. Crearon un monstruo incontrolable que amenazó con devorarlos. ¿Incurre el socialismo bolivariano en el mismo error?

De acuerdo con el reporte de 2010 del National Drug Intelligence Center, 25 millones de norteamericanos mayores de 12 años han consumido alguna vez drogas. Las consecuencias del consumo de drogas van más allá de la salud de los consumidores: el coste asociado a la violencia y la criminalidad ha sido calculado en 5.000 millones al año. Según el referido informe, la mayoría de la droga consumida en EEUU procede de América Latina y el Caribe.

No obstante los esfuerzos del gobierno de EEUU, dentro y fuera de sus fronteras, para combatir el narcotráfico, el problema no ha hecho sino agravarse a medida que las operaciones de contrabando han ganado en sofisticación. Por otro lado, no hay un solo producto agrícola que pueda competir en rentabilidad con el cultivo de coca.

Simbiosis drogas-revolución

A fines de la década de los 90, la alianza entre los narcos y la guerrilla llegó a ser tan poderosa que amenazó la gobernabilidad de Colombia. Lo cual probablemente dio nuevos bríos a la noción de que, con la ayuda de las drogas, podía tumbarse una democracia capitalista a la mayor gloria de la revolución.

Las revelaciones de Walid Makled actualizan esa vieja prédica marxista de usar el tráfico de drogas como un arma antiimperialista. Y eso que a Cuba y a varios países africanos tal experiencia les resultó devastadora: el daño que causaron al capitalismo fue mínimo; en cambio, hicieron que se dispararan los índices de corrupción, violencia y criminalidad. Ahora bien, Castro aprovechó la coyuntura para asesinar a disidentes y peligrosos rivales políticos como el general Arnaldo Ochoa.

Las advertencias

No era necesario ser un consumado estratega para prever que el Plan Colombia y, en consecuencia, la ofensiva militar contra la narco-guerrilla tendría repercusiones en Venezuela, especialmente si se tomaba en cuenta la condescendencia bolivariana con aquélla, pese a que se declaró inicialmente "neutral" en el conflicto del país vecino.

A las primeras advertencias del periodista Roberto Giusti –que con inusitada precisión reveló hechos concretos sobre esas relaciones y sobre los lugares que servían de aliviadero a la narco-guerrilla en Venezuela– siguió, en noviembre de 2003, un reportaje de la periodista americana Linda Robinson, que causó un gran revuelo internacional por las presuntas vinculaciones de funcionarios venezolanos con la narco-guerrilla colombiana y con terroristas islámicos.

Robinson fue descalificada por el gobierno bolivariano de una manera sospechosamente brutal. El presidente Chávez calificó el reporte de "asqueroso, cínico y cochino": "Se busca –añadió– justificar cualquier cosa, un magnicidio o una invasión''. El entonces vicepresidente Rangel advirtió sobre los peligros inherentes a "ese periodismo basura".

Esta noción de lucha antiimperialista pudo haber seducido a los bolivarianos. Sin embargo, la incompetencia y la desidia que les caracteriza permitieron que el monstruo, alimentado por una insaciable codicia, creciera desaforadamente, hasta hacerse incontrolable; al punto de que amenaza con devorarlos.

Walid Makled es sólo un vástago de ese monstruo.

Perú: La otra mitad

Perú: La otra mitad

Keiko Ollanta Por Alvaro Vargas Llosa

El Instituto Independiente

Washington, DC—Las recientes elecciones peruanas produjeron los resultados que muchos habían temido. En un momento de estabilidad política y auge económico sin precedentes en el Perú, los votantes han optado por dos candidatos con credenciales autoritarias que ahora se enfrentarán en la segunda vuelta.

El primero –el gran ganador, con más del 31 por ciento de los votos –es Ollanta Humala, un ex teniente coronel nacionalista que hasta hace poco mantenía una estrecha relación con Venezuela, aunque ahora afirma que admira el modelo de “Lula”, refiriéndose al ex Presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, que combinó la economía de mercado con cuantiosos programas sociales y respetó los límites de su mandato. La otra, con el 23 por ciento de los votos, es Keiko Fujimori, hija y estrecha colaboradora del ex dictador Alberto Fujimori, actualmente en prisión por delitos de lesa humanidad y corrupción.

Casi la mitad del país votó a favor de candidatos que representan a la democracia de mercado bajo la cual el país ha prosperado considerablemente. Pero estos candidatos fragmentaron el voto de millones de peruanos que quieren mantener y ampliar el modelo actual y se neutralizaron mutuamente.

Uno no puede minusvalorar alegremente que la otra mitad de Perú —la única que estará representada en la segunda vuelta— tiene muy poco entusiasmo por la democracia liberal y considera que la economía de mercado está sesgada en contra de ella. Latinobarómetro, una respetada organización que lleva a cabo sondeos de opinión en todo el continente, reveló hace unos días que el 52 por ciento de los peruanos está a favor de un régimen dictatorial. El resultado coincide con la suma total del voto que se repartieron Humala y Fujimori.

Las razones por las que tantas personas están enojadas no son difíciles de determinar: los grandes bolsones de pobreza donde los beneficios del “boom” aun no han tenido gran impacto; la contradicción entre una economía que ha reducido la pobreza a un tercio de la población y el hecho que uno de cada tres ciudadanos no tiene acceso directo al agua potable y el sistema judicial es percibido como profundamente corrupto; y la inseguridad que prevalece en un país donde una de cada tres personas ha sido víctima de algún tipo de delito o crimen.

Aun así, los progresos alcanzados en la última década van mucho más allá de una pequeña élite. En términos políticos, estamos hablando de la diferencia entre el día y la noche. La libertad de expresión, la libertad de asociación, el derecho de hábeas corpus, los comicios libres y la condena a los violadores de derechos humanos dan fe de ello. En lo económico, el logro también es notable: sólo en los últimos cinco años, el Perú ha saltado 24 posiciones en el Indice de Desarrollo Humano de la ONU. La cuestión en estas elecciones, entonces, no era si los peruanos deben reemplazar el sistema con el populismo autoritario, sino cómo corregir sus graves deficiencias y ampliar las oportunidades sin poner en peligro lo que está bien. La división de las fuerzas más razonables en tres candidaturas que se destruyeron mutuamente hizo que la segunda ronda se convirtiera, no en un diálogo entre las dos grandes tendencias de la sociedad peruana, sino en una potencial batalla campal entre dos fuerzas que recelan de la modernidad ya sea en sus aspectos políticos o económicos.

Aunque Fujimori contará con el apoyo del “establishment” peruano ante el temor de que Humala pueda convertirse en otro Chávez, es más probable que el ex soldado se haga con el triunfo. Tiene más votos en este momento y una mayor presencia nacional y, con la ayuda de asesores de Brasil, ha construido una imagen de sí mismo que es más moderada de lo que era hace cinco años, cuando también compitió en las elecciones.

Si Humala llega a ganar, ¿será otro Chávez o seguirá el modelo de Lula? La respuesta no dependerá de instituciones fuertes capaces de frenar los excesos de un emulador de Chávez sino de Humala y sólo de él. Si decide seguir adelante con sus planes de modificar la Constitución y, ante la resistencia del actual Congreso, convoca a elecciones para una nueva asamblea constituyente, la oposición sencillamente será barrida. Y entonces el cielo, como dicen, será el límite.

Sin embargo, existe la posibilidad, si gana, de que se contente con la preservación del sistema democrático, evite las nacionalizaciones y se embarque en el populismo con la cantidad colosal de reservas que el Perú ha acumulado en los últimos años. Un resultado que probablemente afectará el crecimiento en algún momento y retardará el progreso que el país está experimentando actualmente, pero que no conducirá a una dictadura ideológica.

Eso, en la situación actual del Perú y en vista de la alternativa posible, sería casi una bendición.

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