domingo, 24 de abril de 2011

Coctel de la muerte

Coctel de la muerte

La lucha contra el narcotráfico es un rotundo fracaso
Regino Díaz Redondo

Pase lo que pase ahora y después, si es que hay un después, la lucha contra el narcotráfico es un rotundo fracaso. La sociedad está contaminada. Vaya usted a cualquier reunión política, financiera, social, deportiva, de espectáculos; escuche a la clase media, a los taxistas, a los vendedores callejeros, a los tenderos; mézclese con los parias, con los que duermen en la calle, y verá que todos están irritados y con miedo.


Duele comprobar que los criminales están asfaltando los caminos con sus crímenes y que los cárteles de la droga viven a sus anchas sembrando el pavor y la desconfianza.


Añada a este descontrol la confusión que existe.


Salvo poquísimas veces en que los periódicos, la radio y la televisión hacen el favor de publicar algunos acontecimientos menores y otros mayores pero sin darles la importancia que merecen, llegamos a la conclusión de que se ha formado un coctel estremecedor. El coctel de la muerte que, sin embargo, se olvida de los muertos en aras de una falsa posición que se caracteriza por negar la realidad.


Aterrorizante panorama


Nunca en las últimas siete décadas, puedo afirmarlo, el país se había encontrado con este aterrorizante panorama. La gente sale menos de sus casas. Con precaución, con recelo, aborda, porque es irremediable, autobuses y automóviles con el temor de no llegar a su destino.


Las carreteras de México se han convertido en campo minado. En el norte, el centro y el sur la semilla del peligro florece convertida en hongo venenoso.


Vea, oiga o lea los medios de comunicación y encontrará que el Pacto México 2011 es un proyecto fallido —propiciado por intereses económicos y no para coadyuvar al bienestar de todos— que se maneja a capricho de los monopolios informativos que son sólo empresas oligarcas.


Curioso. Los que se hicieron la histórica foto del acuerdo contra la violencia en semanas pasadas mandan a un segundo plano los asesinatos que cotidianamente se perpetran y ocultan la información sobre las canalladas de los narcotraficantes y de sus compinches.


Es impresionante la falsa ingenuidad de los que piensan que si no se publica la noticia o se minusvalora, disminuye el calosfrío que corre por las espaldas de los ciudadanos. Juicio erróneo, cínico y poco inteligente.


¿Quiénes se benefician?…

Desde luego los delincuentes y los emboscados afines a aquéllos y se vanaglorian de que la mayoría de las autoridades estén, ahora sí, temblando, sobrecogidas, por no haber sabido manejar tal insania.


Afortunadamente todavía algunos medios siguen en su lucha por mostrar a su público que el mal persiste y que ocultarlo es de cobardes y de quienes quieren seguir gozando de preeminencia y mando, dólares, euros, pesos, yuanes o yenes, todos en su poder.


En Europa, los gobiernos de cualquier signo recomiendan a sus ciudadanos “tener cuidado” si viajan a México. Y hay muchos países que nos consideran como territorio minado a expensas del crimen. Y nos recriminan el que seamos tan violentos, tan brutales y tan primitivos.


Mientras tanto, el presidente Felipe Calderón desmiente y desmiente la escabechina sin tomar en cuenta que cada 24 horas las víctimas superan la quincena de personas.


En pequeños huecos, a una columna, a lo máximo a dos, se da fe de lo ocurrido al lado de las parrafadas verbales e inconexas de quienes lo niegan en los foros internacionales como en la reciente junta antidrogas de Cancún, en donde se afirma categóricamente que el problema no se ha salido de madre.


Si de madre no se ha salido, esta señora está a punto de dar a luz y producirá un aumento de narcos y la multiplicación de los homicidas.


Equivocado en tu política institucional —me digo— lo menos que debes hacer es rectificarla. No niegues la realidad. Acaba de frente, con todos los medios a tu alcance, con el mal que se ha convertido en una faceta más de nuestro presente cotidiano.


No te ocultes bajo el manto de ignorar lo que ocurre. Deja de meter la cabeza entre las cobijas. No grites que se exagera. No, señor presidente, si ya se metió en este lío al declararle la guerra al narco no se esconda, no mienta. Los embustes alimentan a los criminales. Saque a relucir los nombres de los que están coludidos aunque hasta el momento tengan fama de personas honestas.


Nombres, nombres,
señor presidente


Dé apellidos concretos de los que son investigados, de los sospechosos que aún no se atreve a castigar, de los que ya han sido encarcelados y se dice que lo fueron por otros motivos distintos a los verdaderos.


Destape las cabezas-cloacas de muchos implicados. No deje que se le adelanten sus enemigos, los que invaden el mundo y que representan al mayor poder hegemónico en este planeta seco y agrietado, adolorido, casi resignado, por el dinero, las drogas, el oro y el petróleo.


Las instituciones son imprescindibles. Forman parte de la estructura de nuestra sociedad y deben fortalecerse.


Pero para lograrlo se necesita reforzar su credibilidad. De no ser así la sociedad perderá la ínfima seguridad que aún le queda.


Vendrá, llegará la anarquía. Los asesinos se confundirán con los poderosos y éstos no tendrán más remedio que aceptarlos.


No se olvide, señor Calderón, que está usted al frente de un país que tiene una historia internacional envidiable. Que siempre condenamos las injusticias fuera y dentro. Una nación que fue protagonista contra la injusticia mundial en los momentos más difíciles del siglo pasado.


Recuerde que siempre México estuvo a favor de los que sufrieron dictaduras de derecha o izquierda y que el derecho internacional tiene en México a un primerísimo representante que propugnó el combate a la criminalidad civil y bélica con razonamientos impecables.


En tanto resuelve usted, don Felipe, junto a nosotros o, cuando menos reduce la incertidumbre que nos invade e impide un rendimiento mayor en cada uno de los mexicanos, sepa que antes de anteponer un nuevo criterio porque están cerca las elecciones del 2012, es preciso que recapacite, que solicite la colaboración de todos y que demuestre su deseo, franco y desinteresado, de dejar el país en mejores condiciones que las actuales.


No es mucho pedir. Por tanto, vegetar y dormir en cama blanda sin darse cuenta de que los muelles están en malas condiciones no traerá más que el incremento de las censuras a esta nación que se precia, por méritos incuestionables, de ser la que predomina en Latinoamérica.


Que tenga suerte y voluntad.


El último error


A mi juicio, don Felipe, el último error que acaba de cometer aunque sea de buena fe —sigo creyendo en que usted actúa así— es el exclamar desde la tribuna que el “ya basta” debe pedírsele al crimen organizado.


Me quedé estupefacto.


Interiormente mis neuronas protestaron al unísono. A ver, me preguntaron qué quiere decir el jefe del Ejecutivo con esa frase porque ya la habíamos oído. Les respondí que la analizaran y, al fin, después de un buen rato, llegaron a la conclusión que transcribo por órdenes de ellas: el primer mandatario pedía a los aliados del narcotráfico que se detuvieran.


Dio a entender, me dijeron, que no puede desenredar el nudo gordiano y que aún no sabe a ciencia cierta de dónde proceden los homicidas ni en qué lugar encontrarlos.


Está un poco angustiado. Sus palabras fueron un grito estentóreo pidiendo ayuda a Dios, al Gran Arquitecto del Universo, a Javé, a Buda, a Alá, a la extinta María Sabina o a quien corresponda. Se apoderó de la voz de la gente. Pero hasta ahora, no ha contestado a este reclamo. Se nota que está harto de la ineficacia de sus asesores. Está decepcionado de casi todos. Ahí está el ejemplo de San Fernando, Tamaulipas, con sus más de cien muertos y los que faltan, por desgracia.


En resumen, no hay ningún control. No se aprehende a los homicidas. Estos se mezclan con soldados y policías y echan mano muchas veces de alcaldes y jueces.


La desesperación aumenta y la inseguridad crece aunque la sabiduría del ciudadano es la más positiva. En todas las encuestas y entrevistas realizadas en la calle se les ve con una sonrisa de resignación que demuestra la desconfianza que le tienen al poder público.


Y eso es peligroso. ¿O no?…

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