viernes, 3 de junio de 2011

Figuras mesiánicas

Mesiánicos I

Mesiánicos II

Por Federico Bauer Rodríguez

El Periódico, Guatemala

El Estado es un concepto que integra un territorio, su población y su gobierno. El Estado de Derecho es un conjunto de normas generales y abstractas que garantizan los derechos individuales de los miembros de dicha población, con el fin de convivir en una sociedad que respeta el principio de igualdad ante la ley, y que tiene el mayor nivel de paz y prosperidad posible, para el mayor número de miembros de dicha sociedad.

En una sociedad que se rige por el sistema de Estado de Derecho, no es importante quién gobierna, ya que la que manda es la Constitución y las leyes menores, siendo los miembros del Gobierno meros administradores de la cosa pública sin poder discrecional. En este sistema, la Constitución es realmente un límite a la capacidad de maniobra de los empleados públicos, ya que estos solo pueden cobrar impuestos que respeten ciertos principios –especialmente el de igualdad ante la ley– y gastar en las cosas que son estrictamente necesarias, priorizando la seguridad y la justicia. En un Estado de Derecho no se puede operar con déficit, ni gastar para promocionarse mediante programas clientelistas; el papel subsidiario del Estado se limita a casos de emergencia y no a políticas sociales con el fin de perpetuarse en el poder.

El capital privado y el mercado son las instituciones que satisfacen las necesidades materiales de la población, por lo que son respetados; la correlación entre el respeto a la libertad económica y el nivel de vida de los integrantes de una sociedad es muy fuerte, y así lo ha sido durante muchas generaciones.

En lo político, es la democracia representativa la que permite nombrar a los administradores de la cosa pública; la democracia no puede utilizarse para violar derechos individuales de las minorías.

Aunque no hay países que cumplan con los principios del Estado de Derecho a la perfección, podemos analizar a los que tienen los mejores estándares de vida, y vemos que son los que más se acercan al paradigma anterior, que por cierto es el paradigma liberal clásico.

La alternativa al régimen de convivencia anterior son los sistemas en que el Estado de Derecho ha sido sustituido por un régimen de poder discrecional –socialismo, fascismo y populismo– y cuya dirección está a cargo de figuras mesiánicas que afirman poseer una omnisciencia absoluta, y un poder de determinar lo que le conviene a cada uno de los miembros de la sociedad; esta figura mesiánica, ya sea por la fuerza de las armas o por medio del engaño a la población, ejerce un poder casi absoluto sobre el resto de los habitantes quienes lo ven como una autoridad cuasi-religiosa y en quien confían el destino de toda una sociedad.

El socialismo es el mejor ejemplo de este tipo de sociedad en que figuras mesiánicas, utilizando las enseñanzas del profeta Karl Marx (todas ellas ya fallidas), han mantenido esclavizada a una buena parte de la población mundial, y dejando más de cien millones de muertos en el proceso.

Lenin, Stalin, Mao, Hitler, Mussolini, et al. fueron los mesías más sangrientos, pero en la actualidad, los Castro, Chávez y sus pupilos quieren continuar con el reguero de sangre y pobreza solo por esa ansia de poder ilimitado.

Estos sistemas apelan a los dos sentimientos morales más fuertes que tenemos los humanos, la caridad y la envidia, con el fin de ejercer el poder; eso sí, la caridad siempre la llevan a cabo con los bienes ajenos que toman de la población que produce, pero que es víctima de la envidia de los menos afortunados.

Nada más injusto que la justicia social

Nada más injusto que la justicia social

Social Justice

Por Gabriel Gasave

El instituto Independiente

Que América Latina es una de las regiones más postergadas del planeta no es nada nuevo. Tampoco lo es el hecho de que la brecha entre pobres y ricos en la región cada día se está ampliando más y más. Décadas de estatismo y clientelismo político lo único que han logrado es que está situación sea cada vez más grave y notoria. Sin embargo, desde el Río Grande hasta Tierra del Fuego se sigue insistiendo en la necesidad de que los gobiernos jueguen un rol preponderante en la tarea de tornar más justas y equitativas a nuestras sociedades.

Una vez más, nuestros caciques políticos hacen hincapié en que los ajustes de las economías regionales no deben traer aparejado un nuevo sacrificio para los sectores más desprotegidos de la sociedad.

Gran parte de la opinión pública coincide con ello y ruega por la puesta en práctica de la vieja idea de la redistribución de ingresos, creyendo que si se pone a la solidaridad en manos de esos iluminados burócratas, la condición de la gente va a mejorar-como si la situación actual de nuestros paupérrimos conciudadanos no fuese una muestra de lo que sucede cuando la solidaridad es colectivizada.

Por ello, resulta imperioso analizar qué idea económico-filosófica se encuentra detrás de las políticas redistribucionistas, aglutinadas hoy día bajo esa contradicción en términos que se ha dado en llamar la justicia social.

Repartiendo el pastel

Existen básicamente dos concepciones acerca de la riqueza y de la forma en que la misma debería ser distribuida en la sociedad.

1) La altruista-colectivista, actualmente predominante entre la opinión pública y la llamada clase dirigente. La misma sostiene que: a) Dada una cantidad de riqueza determinada, lo que debemos hacer respecto de ella es ver de qué manera la vamos a repartir, a redistribuir entre todos nosotros; b) Nadie se cuestiona en esta posición respecto de cómo surgió esa riqueza, ni de quiénes fueron los que contribuyeron a su concreción. Tan solo se preocupan por ver cómo hemos de repartirla; y c) Finalmente, esta postura considera además a la riqueza como algo estático, como lo sostenían los mercantilistas en el siglo XVIII. Al ser ese “pastel” algo estático, siguiendo con este punto de vista colectivista, si alguien obtiene una porción más grande del mismo va a ser en desmedro de algún otro que ha recibido una más pequeña.

La sociedad se convierte así en una especie de “Juego de Suma Cero,” en el cual lo que uno gana es lo que otro ha perdido. Es ante esta injusticia, sostienen sus defensores, que el Gobierno debe utilizar la totalidad de sus medios a fin de que todos reciban una idéntica tajada.

2) La otra posición sobre el particular, es la que tiene lugar en una sociedad libre y a la que podríamos sintetizar de la siguiente manera:

a) Siguiendo con la metáfora del “pastel,” el mismo no tendría límites, y nunca terminaría de estar “cocinado,” pues ese día pondríamos fin a la evolución de nuestra especie y comenzaríamos nuestro regreso a la época de las cavernas.

b) La riqueza no nos viene dada, sino que debe ser creada a través del proceso de mercado. Permanente les escuchamos decir a nuestros petulantes mandatarios que Latinoamérica es una región naturalmente rica, con amplias y fértiles extensiones de tierra y abundantes recursos naturales. Esto es cierto, pero no suficiente.

Hoy día la riqueza está dada fundamentalmente por el hecho de contra con cosas tales como computadoras, satélites de comunicaciones, fibra óptica, etc., y todo ello requiere esencialmente de un previo proceso de acumulación de capital para su realización, proceso al que nos hemos empecinado en atacar y destruir en aras de la “Soberanía Nacional” de manera sistemática desde hace ya muchísimos años, a través de toda una gama de artillería intervencionista, de la destrucción de varios signos monetarios y de una presión fiscal agobiante.

c) En una sociedad libre, cada uno recibirá de ese “pastel” en función de cómo haya contribuido con sus recursos y su esfuerzo personal en su elaboración. Esto es a lo que Ulpiano se refería al definir a la justicia como un “darle a cada uno lo suyo,” principio nada atractivo para los parásitos que aspiran a vivir de sus semejantes productivos y que pregonan que “a cada cual según su necesidad” en lugar de la racional “a cada cual conforme su capacidad.”

Cuando el robo se vuelve legal

Bajo un sistema de genuino laissez faire, la única alternativa que tiene cada uno de nosotros a fin de subsistir y de progresar, es atendiendo de la mejor manera posible las necesidades del mercado, es decir, de nuestros semejantes. Por supuesto que contamos con otra posibilidad para alcanzar dichos objetivos: la de robar. Este camino podría adoptar dos modalidades básicas: Hacerlo revolver en mano, lo que no solamente no es elegante y trae aparejado el descontento de nuestras víctimas, sino que además puede conducirnos a la cárcel; o realizar el saqueo de una manera mucho más sutil y menos riesgosa, logrando que el gobierno robe por nosotros.

Todo aquel que goza de un subsidio, de una exención fiscal, de una protección arancelaria, de un monopolio concedido por ley, etc., se está beneficiando en desmedro de todos nosotros, es decir nos está robando, con la ventaja de que ese acto, a todas luces ilegítimo, goza del amparo de la ley.

¿Justicia Social o Zoocial?

Ese saqueo legalizado es el corazón de las políticas que tienen por objeto redistribuir ingresos o de justicia social. Con esta expresión suele ocurrir algo parecido a lo que sucede con aquellos que creen haber presenciado un fenómeno ovni: se la pasan hablando de él, pero no pueden precisar realmente de qué se trata. Con la justicia social ocurre otro tanto. No hay dirigente político, sindical o eclesiástico que no deje de apabullarnos hasta el hartazgo con la necesidad de alcanzarla. Ahora bien, en cuanto uno los interroga acerca de su real significado y de qué aspectos de la misma la convertirían en más loable que la mera justicia, no se obtiene respuesta alguna.

Si concordamos en que lo justo es “darle a cada uno lo suyo” y observamos como las políticas de justicia social le quitan a unos lo que les es propio, para darle a otro lo que no le corresponde, ni le pertenece, notamos entonces que estamos ante una clara injusticia.

Podemos concluir, que no hay nada más injusto que una buena justicia social, la que no es otra cosa que ponerle un nombre sofisticado al viejo acto de robarle al prójimo, motivo por el cual, a nuestro juicio, más que social debería denominársela “zoocial,” en virtud de que nos trata a todos como animales de sacrificio para los fines de terceros. El ser humano es un fin en sí mismo, mientras que la justicia social nos considera a cada uno de nosotros como un mero medio para los fines de los demás, como “carne de cañón” que debe ser sacrificada en aras de la tribu o de ese engendro imposible de definir llamado bien común.

Primera del singular

Al sostener una posición como la descrita, no es extraño que alguien nos cuestione acerca de ¿qué sucederá con los pobres y los necesitados en una sociedad libre? ¿Qué vamos a hacer por ellos?

Aquí es precisamente donde radica el error. No se trata de qué vamos a hacer, sino de ver qué voy a hacer yo por los necesitados (si es que entre mis valores se encuentra el hecho de brindarles mi ayuda.)

Debemos comprender de una buena vez que tanto la solidaridad como la caridad son actos esencialmente individuales y libres, imposibles de ser colectivizados sin perder su esencia. Yo soy solidario o caritativo cuando voluntariamente me desprendo de algo que me pertenece (si me roban so pretexto de ayudar a un tercero, ni yo, y mucho menos el ladrón, estamos siendo solidarios, y si además se hace demagógica propaganda del hecho, el mismo se convierte en una verdadera burla al supuesto beneficiario).

Debe entenderse que la única obligación que debería sernos impuesta para con nuestros semejantes es la de no molestarlos, ni inmiscuirnos en el ámbito de su libertad. Todo lo demás que deseemos hacer
con y para ellos, debería quedar librado exclusivamente a decisiones personales y voluntarias. Para cerrar estas reflexiones, nada me parece más adecuado que acudir a los argumentos que la Sra. Ayn Rand expone en una de sus obras:

La próxima vez que usted se encuentre con uno de esos soñadores “inspirados por el bien público”, que le espete con rencor que “ciertas metas muy deseables no pueden ser alcanzadas sin la participación de todos” dígale que, si no puede obtener la participación voluntaria de todos, será mejor que esa meta permanezca sin ser alcanzada- y que las vidas humanas no le pertenecen, ni tiene derecho a disponer de ellas. Y, si lo desea, déle el siguiente ejemplo de los ideales que pretende. Es posible para la medicina quitar las córneas de los ojos de un hombre inmediatamente después de su muerte y transplantarlas a los ojos de un hombre vivo ciego, devolviéndole así, en ciertos tipos de ceguera, la vista. Esto, de acuerdo con la ética colectivista, presenta un problema social.¿Debemos esperar a que un hombre muera para quitarle los ojos cuando hay otros hombres que los necesitan? ¿Debemos considerar los ojos de todos como propiedad pública y proyectar un método de distribución justo? ¿Estaría usted de acuerdo en que se le quite a un hombre vivo un ojo para dárselo a un ciego e “igualar” así a ambos, NO? Entonces no continúe bregando por cuestiones relacionadas con “proyectos públicos” en una sociedad libre. Usted conoce la respuesta. El principio es el mismo.(“La Virtud del Egoísmo”- Éticas Colectivizadas. p.20.)

Tras largas décadas de haber atacado sistemáticamente a la generación de riqueza, nuestros mandatarios deberían añadirle algo de sentido común a sus ya conocidas nobles y buenas intenciones. Deberían percatarse de que la solución no pasa por el hecho de terminar con los ricos sino por ampliar su número.

¿Hay un candidato menos malo en Perú?

¿Hay un candidato menos malo en Perú?

Por Andrés Oppenheimer

El Nuevo Herald

Es difícil decir cuál de los candidatos presidenciales que compiten en la segunda vuelta electoral de Perú el domingo —Keiko Fujimori, de centro derecha, y Ollanta Humala, de centro izquierda— sería menos malo para la democracia peruana. Ambos tienen antecedentes horribles.

Fujimori es hija del ex presidente Alberto Fujimori, quien durante su presidencia hizo un auto-golpe y cerró el Congreso en 1992, y hubiera tratado de permanecer eternamente en el poder si los países latinoamericanos y Estados Unidos no le hubieran puesto sanciones. Ahora está preso, cumpliendo una condena de 25 años por violaciones a los derechos humanos y corrupción.

Keiko Fujimori dice que los hijos no tienen la culpa de los pecados de sus padres, y que ella era una adolescente en 1992, cuando su padre clausuró el Congreso. Pero el hecho es que pocos años más tarde Keiko reemplazó a su madre en el rol de primera dama de Perú, y que no hace mucho afirmó que el gobierno de Fujimori fue “el mejor de la historia de Perú”.

Humala, un ex oficial del ejército, estuvo involucrado en dos intentos de golpe militar, y fue candidato presidencial en el 2006 con un discurso radical de izquierda y el apoyo de Venezuela. Su padre, Isaac Humala, es un ex dirigente comunista y fundador del Movimiento Etnocacerista, que aboga por un régimen racista-indigenista, y su hermano Antauro está preso por la sangrienta intentona golpista contra un gobierno democrático en el 2005.

Ollanta Humala ahora niega que haya participado en esos intentos de golpe, y dice que su modelo ya no es el presidente venezolano Hugo Chávez. Pero el hecho es que Humala apoyó ambos intentos golpistas, y que la plataforma de su partido hasta hace pocos proponía la formula chavista para reformar la constitución y perpetuarse en el poder.

Entonces, ¿cuál de los dos sería el mal menor?

El escritor y periodista Alvaro Vargas Llosa —quien, como su padre, el Premio Nobel Mario Vargas Llosa, respalda a Humala— me dijo que, de resultar electo, Humala no sería un peón de Chávez.

“No existe la más remota posibilidad de que Humala se quede un minuto más de los cinco años de su mandato”, me dijo Alvaro Vargas Llosa. “Eso lo cambió en el 2007, cuando rompió con Chávez y se acercó (al ex presidente de Brasil Luiz Inácio) Lula da Silva”.

¿Cómo puedes estar tan seguro, considerando que tanto Chávez como sus pupilos en Bolivia y Ecuador dijeron lo mismo en su momento?, le pregunté a Vargas Llosa. Me respondió señalando el hecho de que Humala tendría que gobernar con una minoría en el Congreso, que existe un amplio consenso pro-democracia y pro-libre mercado en Perú tras dos décadas de crecimiento económico, y que el establishment empresarial y gran parte de los medios están en contra de él.

“En el caso de Venezuela, Chávez no tenía un gran contrapeso”, dijo Vargas Llosa. “Aquí, si Humala va en contra del establishment, no dura cinco minutos”.

Hernando de Soto, un economista de fama internacional que se menciona como el probable primer ministro de Keiko Fujimori en caso de que resulte electa, me dijo en una entrevista separada que las credenciales democráticas de Fujimori son muy superiores a las de Humala.

“A diferencia de su contrincante, ella nunca apoyó un golpe”, dijo De Soto. “Por el contrario, luchó por la democracia en dos ocasiones cuando era primera dama. La primera vez, para librarse de Vladimiro Montesinos (el ex jefe de inteligencia) cuando éste dominaba el gobierno, y la segunda cuando se opuso a que su padre se presentara a un tercer mandato”.

¿Cómo puedes estar tan seguro de que un gobierno de Keiko no será controlado por su padre?, le pregunté a De Soto. “Porque ella ha declarado claramente que quiere limpiar su nombre de cualquier transgresión cometida por su padre”, respondió.

Mi opinión: Sé que voy a desilusionar a muchos de ustedes al no jugarme por uno de los candidatos, pero lo cierto es que dudo de la sinceridad de ambos. Me siento como Fernando de Szyszlo, el más reconocido artista viviente de Perú y uno de los mejores amigos de Mario Vargas Llosa, que en una entrevista del diario El Comercio dijo: “Lo siento, pero no puedo votar a ninguno de los dos”.

Supongo que muchos peruanos sienten lo mismo, y que votarán exclusivamente según su conveniencia económica. Los más pobres de los pobres votarán por Humala, y las nuevas clases medias emergentes votarán por Fujimori.

El domingo sabremos si después de dos décadas de crecimiento constante, periodo en donde el porcentaje de pobres cayó del 54 por ciento al 31 por ciento, Perú se ha convertido en un país de clase media, como Chile, o si todavía hay una mayoría de peruanos a los que no les llegó la prosperidad del país.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario