lunes, 6 de junio de 2011

Memoria de Libia

Memoria de Libia
Jean Meyer ( Ver todos sus artículos )

Breve repaso histórico

Libia aparecía pocas veces en los medios de comunicación hasta que resultó afectada por la pronta caída de los dirigentes de sus dos países vecinos, Túnez y Egipto. Incluso en ese momento, cuando la agitación se propagaba en el Medio Oriente, los expertos afirmaban que en Libia no pasaría nada porque el coronel Muammar Gadafi tenía todo perfectamente controlado. Se equivocaban, precisamente, porque en los 40 años anteriores habían identificado siempre a Libia con su jefe; agitador desordenado para unos, genial campeón del arabismo y del tercermundismo para otros, además de ser indispensable y hábil rector de una milagrosa renta petrolera para Europa y Estados Unidos. Las extravaganzas del joven coronel, su responsabilidad en dos atentados aéreos, su apoyo a todas las guerrillas del mundo aparecían durante unos días en la primera plana de los periódicos y ya. Hace más de dos meses (escribo el 28 de abril de 2011) que la OTAN bombardea Libia para provocar la caída o la muerte de Gadafi. Podemos apostar que si lo logra, Libia volvería a caer muy pronto en la inexistencia internacional, con todo y su petróleo, sus seis millones de habitantes y su millón 700 mil kilómetros cuadrados de desierto, o casi desierto.

La personalidad del coronel y su arte para conseguir muchas cosas con el petróleo explican el gran papel que Libia ha tenido en las relaciones internacionales desde la revolución de 1969, la cual puso fin a una efímera monarquía nacida en 1951.

Durante más de 10 años la monarquía vivió de la renta de bases militares a los americanos y a los ingleses. Las grandes compañías conocían la existencia de petróleo en Libia pero empezaron a sacarlo, realmente, a partir de 1964-1965. De un momento a otro Libia se volvió un país rico gracias a la relación muchos petrodólares/pocos habitantes (quizá dos millones en 1951). El viejo y pacífico monarca empleó bien esa renta para desarrollar el país y mejorar el nivel de vida de la población; después de la desastrosa guerra de los Seis Días (1967), desastrosa para los países árabes, ayudó a Egipto y a Jordania. Entonces, ¿por qué cayó?

La renta petrolera hubiera permitido poner fin al alquiler de las bases militares a los anglosajones que ayudaron a Israel en dicha guerra; no haberlo hecho antes de la guerra golpeó duramente la legitimidad del régimen, considerado por los libios como cómplice (involuntario) de Israel.

Es cuando surge el personaje del entonces capitán Muammar Gadafi. A sus 27 años el joven oficial era producto del modernismo árabe. Por sus orígenes era beduino, hijo del desierto, criado en el recuerdo de la resistencia del pueblo libio contra Italia (1911-1943), pero por sus estudios y su opción por la carrera militar, se había vuelto un tecnócrata militar, sobre el modelo de los “oficiales libres” de Nasser.

Al tomar el poder con un golpe seco, sin efusión de sangre, Gadafi creía que el petróleo le daría la posibilidad de realizar su proyecto árabe de liberación y unificación, el proyecto de un Nasser que adoraba. Sin embargo, con todo y la inesperada alza formidable de los precios del petróleo, no pudo realizar su ambición. Nasser murió en 1970, su sucesor Anuar al Sadat rechazó la unión que le ofrecía Gadafi, no le permitió participar en la guerra del Kippur (1973) y abandonó a los palestinos. Además, Arabia Saudita y sus aliados del Golfo desconfiaban del “oficial libre”, partidario del “socialismo árabe antiimperialista” y seguían en su alianza con Estados Unidos. Unos Estados Unidos bastante molestos porque, tan pronto como tomó el poder, Gadafi había cerrado las bases inglesas y norteamericanas.

Huérfano de Nasser, Gadafi se vuelve “el jinete del Apocalipsis”: apoya la lucha palestina contra Israel y sus aliados, directa e indirectamente se le relaciona con el terrorismo (financia y arma ETA, IRA, los nacionalistas corsos, etcétera), participa en la guerra con Francia en el Chad vecino, establece la alianza con la URSS, algo que lleva al presidente Ronald Reagan a ordenar el bombardeo de la residencia de este “perro loco” (así lo llama) que quiere matar (1986). La pe-restroika no es una ayuda para Gadafi, quien ha comprado a la URSS enormes arsenales, pero sigue subvencionando en el mundo entero periódicos, partidos, sindicatos y guerrillas (en Centroamérica, por ejemplo, además de que jóvenes católicos mexicanos, recibidos en Trípoli con todos los honores, se llevan maletas llenas de dólares para comprar armas para el Frente Farabundo Martí). Como respuesta al ataque estadunidense el líder libio comete el error de destruir dos aviones civiles: el vuelo 103 de PANAM en 1988 y el 772 de UTA en 1989.

De manera muy normal, a la hora de la primera guerra del Golfo (1991), apoya a Saddam Hussein y logra recuperar sus posiciones en el Chad. La invasión de Irak y la derrota de Saddam Hussein no lo toma desprevenido, porque inmediatamente después de los atentados del 11 de septiembre 2001, cometidos por Al Qaeda, había puesto sus servicios de seguridad a disposición de Estados Unidos: les dieron información muy valiosa en la lucha contra el terrorismo. Al Qaeda era un enemigo para Gadafi desde los años noventa, cuando organizó un levantamiento alrededor de Bengasi, una rebelión armada islámica que fue duramente aplastada. Logra la reconciliación con Europa, Estados Unidos y todos los gobiernos se precipitan para participar al banquete petrolero entre 2005 y 2010.

Memoria de Libia En todos estos años Gadafi había gastado mucho dinero en grandes obras públicas, algo que no se puede negar. Al mismo tiempo, los libios conocían un nivel de vida muy superior al de cualquier habitante de África y de Medio Oriente. Este empleo positivo de los petrodólares desestabilizó a la sociedad, con una urbanización acelerada: Trípoli tiene casi dos millones de habitantes y Bengasi un millón 200 mil. Se creó una clase media próspera, unas masas mantenidas en forma de clientela, y un subproletariado de trabajadores inmigrados, venidos de diversos puntos de África (entre ellos Egipto), de Asia (Filipinas, Pakistán, India y China). Además de los seis millones de libios, en febrero de 2011 había un millón 300 mil extranjeros: la mitad huyó de la guerra en marzo y abril. Dato importante: 40% de la población tiene menos de 20 años.
Y de repente, en marzo de 2011, para algunos dirigentes occidentales el amigo, el aliado Gadafi, volvió a su situación de mad dog.
Todos pensaban que iba a caer en unos días y una vez más sorprende, ahora con su resistencia .


Un brinco hacia atrás

Recorrí Libia en el verano de 1970, desde la frontera tunecina hasta la de Egipto, siguiendo la costa, sin entrar al inmenso desierto. En una pequeña libreta verde —Muammar Gadafi aún no dictaba su Libro Verde— garabateé unos apuntes que transcribo tal cual.

1 de julio
En el barco de Marsella a Túnez. El panarabismo, la ummah, la antigua comunidad con la cual sueñan los pueblos árabes despertados por Nasser, ¿no es rehacer el imperio regenteado por los turcos durante cinco siglos? ¿Quiénes serán los nuevos turcos? ¿El nacionalismo es compatible con este sueño? ¿Será el futuro un retorno del pasado? ¿Eso es la revolución del día de hoy? Un imperio islámico cuyos visires son cristianos, cuyos marineros son griegos renegados del cristianismo, cuyos banqueros son judíos…

Un día en Túnez. Es Cartago de nuevo, la gran ciudad-Estado de la Antigüedad. Todo el país útil trabaja para mantener la metrópolis que concentra todas las energías y consume todos los recursos. ¿Para cuándo la crisis de la ciudad-Estado? Debilidad de las megalópolis antiguas. Y de las nuestras. París, México…

6 de julio
Ya. Atravesamos la frontera de Libia y llegamos a Trípoli. Por todos lados los retratos del joven capitán (¿coronel?) Muammar Gadafi cuya existencia desconocía. Mi guía en inglés y en tres volúmenes, uno para Tripolitana, otro para Cirenaica y otro para Fezzan, la antigua Phaisana romana, habla del viejo rey, descendiente de los famosos Senussi. El simpático Mohammed G., natal de Misurata, nos cuenta con entusiasmo quién es el joven oficial que tomó el poder, mediante un golpe seco, sin muertos, hace menos de un año.

Nos lleva al mercado de Trípoli, nos ofrece una horchata (se dice “luz”); compro unos chalecos bordados. Café turco en el puerto. Mohammed nos invita a cenar en casa de unos amigos, todos de Misurata, menos Habib que es de Sirta, y pertenece a la tribu de Gadafi. “¿Franceses? ¡Qué viva De Gaulle!”, exactamente como cuando llegué a México en 1965, son más “gaullistes” que los franceses que corrieron al general hace un año.

Hablamos en inglés. Mohammed quiere ir a Estados Unidos para aprender a pilotar aviones. (Comentario de 2011: lo hizo, se casó con una estadunidense y se quedó en Huntsville.)

7, 8, 9 de julio
Acampamos en la playa en Sabrata, un sitio arqueológico romano monumental. El teatro que deja ver el mar al fondo es una locura. Bernard, con su arpón, saca pescado para cada comida y la gente nos regala melones y sandías.

10 de julio
Pasamos el día en Trípoli, pero todas las oficinas están cerradas porque es viernes. Señoras italianas mayores salen de la misa de 11 en catedral. Parece que hay todavía muchos italianos, que los libios les han perdonado el colonialismo. Cena en casa del simpático Abd-ul Wahad.

11 de julio
Todo el día en Lebda, la antigua, famosa y enorme Leptis Magna cuyo esplendor me llena de entusiasmo. Tomo fotografías como loco, en blanco y negro y transparencias a colores. Aquí nació el futuro emperador Séptimo Severo. Creo que es una de las ciudades romanas más monumentales de toda África. Un foro inmenso, una basílica impresionante, termas, calles y calles según un plano geométrico, construcciones bizantinas con iglesias. El guía que nos ofrece un té caliente, nos dice que los italianos se llevaron muchas estatuas a Roma. Leptis Magna me impresiona más que Pompeya que conocí en 1961 cuando iba a Israel.

Llegamos a Misurata. Como lo acordamos, Mohammed G. nos esperaba en su casa y nos ofrece un delicioso cuscús a la hierbabuena. Acampamos en la playa.

No hay ningún turista, no hemos visto ni uno desde que entramos al país. En los libros, a la entrada de los sitios arqueológicos, en los últimos dos meses han pasado unos cinco yugoslavos, nadie más. El guardián único del sitio calienta su tetera de metal sobre un pequeño fuego entre tres tabiques. Nos ofrece de su té verde “a la menthe”, densamente azucarado. La gentileza, la hospitalidad de la gente es espectacular. La seguridad total. En Misurata, la policía ni siquiera nos pide nuestros pasaportes: nos ofrece pasar el día (no hay un solo árbol en la playa) a la sombra de su gran tienda mucho más fresca que las dos chiquitas nuestras.

12 de julio
Comida a las 12 en casa de Mohammed, antes de recorrer 250 kilómetros de desierto: las Sirtas. Llegamos a Sirta y nos alojamos en un hotel destartalado, paraíso de las cucarachas, atendido por unos muchachos malencarados. Salgo todo enjabonado de la regadera porque se acabó el agua.

13 de julio
Por todos lados fotos de M. Gadafi. De Sirta a Brega, puro desierto. La costa es invisible e inaccesible porque corre a nuestra izquierda una alta duna. Pasamos la noche en Brega, en una casa en construcción. Nos invitaron a hacerlo dos vigilantes. A la entrada de cada pueblo y ciudad, hemos visto en obras o recién estrenados barrios nuevos de casitas muy decentes. Los guardianes nos explican que se debe a un gran plan de “realojamiento” lanzado por el nuevo gobierno, con el dinero del petróleo.

14 de julio
De Brega a Bengasi. Puro desierto de arena y de repente el oasis de Bengasi. Una enorme ciudad llena, llena de gente atareada, que tiene prisa, grita, se atropella. La circulación en coche es difícil por unas obras colosales por los cuatro vientos. No hay fotos de Gadafi, unas pocas nada más, pero Gamal Abdel Nasser, el “Rais”, es omnipresente. ¿Será porque nos acercamos a Egipto? Por cierto, hay muchos egipcios trabajando como albañiles y una noria incesante de guayines Peugeot con placas egipcias, sobrecargados de gente y con muchos colchones amarrados en el techo. Los libios no pasan hambre y los ingresos del petróleo parecen haber creado un Estado benefactor desde los años del viejo monarca. En Bengasi hablan bien de él.

Para salir hacia Driana atravesamos ciudades perdidas, de lámina y cartón que han respetado unas pocas palmeras. Nos dicen que sus pobladores no son libios sino egipcios y africanos que vienen a trabajar. Burros, caballos y dromedarios buscan alguna hierba entre la basura.

Después de Driana, Tukra. En la playa conocemos a un buen arqueólogo libio. 20 kilómetros antes de llegar a Tukra el paisaje cambia. Ya no es arena, sino una tierra roja, se siente por primera vez algo de humedad. A lo largo una sierra en forma de mesa. Empieza la famosa Cirenaica de los Battides. Tukra es un pueblo risueño y verde, casi griego o provenzal. Dormimos bajo las estrellas. Nunca vi tantas estrellas como en Libia. Entre Tukra (Arsinoe) y Ptolemais. Entre montaña y mar, uno se siente Ulises.

15 de julio
Tukra-Tulmaita (la antigua Ptolemais). Una pequeña ensenada entre las rocas del acantilado. Muchos peces, erizos de mar, entre los tepalcates. Tulmaita es un pequeño pueblo alrededor de su calle única de tierra apisonada. Cuando nos paramos, la gente se nos abalanza y al ver la F de la placa del coche, exclama: “¡Frangaui! ¡De Gaulle!”. Nos regalan agua gaseosa y cigarros. Correspondemos con “Gauloises” y regaliz “Cachou Gallu”. Desde el cerro, la antigua Ptolemais baja hasta el mar.

16 de julio
Ptolemais, el Massa, al Haria. Nos alejamos del mar y atravesamos la rica serranía que culmina con un gran llano (el Nerj-Barca). Paisaje totalmente mediterráneo. Los restos agrícolas de la colonización italiana son muy presentes: casas, cipreses, parras, olivares. Y también, en medio de la nada, hermosos pequeños templos griegos o romanos, con su frontón triangular y columnas. Acampamos en la playa de Al Haina, muy parecida a la de Ptolemais.

17 y 18 de julio
Al Haina-Cirenaica. Pasamos 24 horas en el sitio arqueológico. Maravillas del santuario, ágora, foro, templo de Zeus cuyas columnas gigantescas fueron tumbadas por los judíos durante su gran rebelión del año no recuerdo qué… Noche en el hotel administrado por un italiano que nos aloja gratuitamente: desde la revolución de septiembre 1969 no ha visto un solo turista. Nos enseña la recámara de Mussolini. Dice que Gadafi es un discípulo de Nasser, que ha cerrado inmediatamente las bases militares inglesas y americanas, que va a nacionalizar todo, que es un socialista militar, que daría con gusto a Nasser todo el dinero del petróleo para financiar la unión de todos los árabes y la expulsión de los judíos de Palestina.

Salimos hacia Susa (Apolonia), otra famosa ciudad antigua, pero la vemos desde lejos, desde las alturas, porque hay un perímetro militar que nos prohíbe el paso. La gente nos dice que es porque Gadafi ha invitado los rusos a instalar una base para submarinos y misiles… Lo cuentan con orgullo y afirman que Gadafi es como De Gaulle, valiente, macho y antiyanqui.

La carretera, angosta pero excelente, sigue el cañón que arranca desde Cirenaica, en la escarpa de la meseta. Tierra roja, como la de nuestra Provence, misma vegetación, matorral, chaparral (“maquis”, “garrigue”) con ricos olores fuertes exaltados por el sol. Ni una nube desde que salimos de Marsella. Por todos lados sarcófagos aislados, monumentos funerarios, mausoleos, casas de trogloditas excavadas en la pared rocosa. Bajada vertiginosa sobre un mar color índigo que rompe violentamente en una costa de rocas rojas. Luego una llanura costera risueña y verde desde Apolonia hasta Ras el Hilal. Después volvimos a escalar la meseta y la recorrimos hasta Iamluda, luego a la izquierda para Ras el Hilal. Desde la carretera se ven por todos lados edificios antiguos, estelas, pequeños templos, mausoleos; a veces seguimos una vía romana con su alineamiento de boyas de piedra. Paraíso del arqueólogo, delirio del historiador que intenta recordar sus clases de historia antigua…

La bajada sobre Ras el Hilal es vertiginosa. Cientos de metros en pocos minutos. Ahora la carretera tiene que pegarse a la costa, atrapada entre la montaña y un mar bronco, inaccesible. El pie de monte, acumulación de deslaves y derrumbes, reduce muchas veces el espacio a nada. Al fondo de cada río seco, los laureles de Apolo, cubiertos de flores color de rosa. Como es noche de luna llena cuya luz no nos deja dormir, tenemos que instalar la tienda, debajo de gruesos cipreses, mirtos negros y “génevriers”. Pienso en Odiseo, su primera noche en Ítaca…

19 de julio
Mismo paisaje hermoso hasta Darna, ciudad activísima, colmena caótica, ya oriental. No conozco Egipto que no queda lejos, pero me recuerda a Akka (Acre) en Israel. Es un oasis. Otra vez trepamos a la meseta que se vuelve más y más seca. Desierto de Bemba hasta El Alamein y Tobruk, famosos campos de batalla de la Segunda Guerra Mundial, donde los ingleses y los franceses lograron parar al mariscal Rommel y a su Afrika Corps. La costa es ahora muy plana, con lagunas en vía de desaparición. El único lugar, entre Darna y Tmimi, un poco protegido del oleaje muy fuerte, donde podemos nadar, es Ras el Tin, pero no hay peces, así que para dormir regresamos al lugar de anoche entre Darna y Ras el Hilal.

20 de juio
Media vuelta. No iremos a la frontera egipcia, no tenemos visa. Hasta Cirena y Al Hania.

21 de julio
Todo el día en Al Hania. Belleza increíble de los fondos marinos. Cocemos a la brasa los pescados atrapados por Bernard. Lo acompaño bajo el agua, sin arma. Emprendemos el camino hacia Bengasi. ¡Adiós, hermosa montaña!

22 de julio
Etapa Bengasi-Brega. Saludamos a nuestros amigos los guardianes del barrio nuevo. El Agheila, Ras Sidra, Ben Gervad. Encontramos una pequeña ensenada debajo de un acantilado que se mete en el mar. No sé si se debe a alguna crecida devastadora del río, ahora totalmente seco, pero sobre más de 25 metros se presenta una rebanada arqueológica increíble. Se acumulan tepalcates, piezas de metal, cerámica, piedras, huesos, carbón, mineral fundido, de todas las épocas. Lo mismo cerámica burda, gruesa, tosca, color rojizo, que hermosa cerámica griega de tipo Campania y roja brillosa de la época imperial romana.

23 de julio
Sirta. Llegó hace poco Muammar Gadafi y nos dicen que se encuentra debajo de su tienda, como siempre, puesto que pertenece a una tribu beduina: le debe su apellido, puesto que es la tribu Gadafa. Un malicioso nos felicita por ser franceses: “¿No saben ustedes que el verdadero padre de Gadafi es un oficial francés del tiempo de la guerra? Quedó herido en Tobruk y lo confiaron a una importante familia beduina. Las mujeres beduinas son valientes y libres. Así que…”.

Atravesamos sin parar el desierto de las Sirtas, la grande y la chica. El mar es plano y transparente cerca de Buerat el Hsur. El desierto sigue hasta Misurata. Noche bajo las estrellas en la duna.

24 de julio
En la mañanita un campesino nos despierta para ofrecernos unas latas de conserva de atún y cuatro huevos… Atravesamos Trípoli sin pararnos para llegar a Sabrata (Sabratha). Estamos instalando las tienditas de campaña, cuando cuatro hombres se acercan y nos invitan, con mucha delicadeza, a venir compartir su cuscús. Delicioso.

Nos quedamos varios días en este fabuloso sitio, dos veces hermoso, por su naturaleza y por la ciudad que nos legaron los romanos. Conocemos a un palestino refugiado en Libia con su familia. Hasán Ahmed Tahaweena admira mucho a Gadafi y dice que tomará la estafeta de Nasser. Es de Gaza, militante de Al Fatah. Nos habla de la OLP y de Yaser Arafat.

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