sábado, 4 de junio de 2011

Perú: El consenso humalista en un país “sin ideologías”

por Carlos Atocsa

Carlos Atocsa es Jefe del área jurídica del Instituto Pacífico y miembro de Acrata. Obtuvo su título de Derecho en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y fue editor de la revista Ortodoxia Liberal.

Sin principios políticos, sin teoría, sin ideales o filosofía, no hay dirección, no hay una meta, no hay una brújula, no hay visión de futuro, no hay ningún elemento para ejercer el liderazgo intelectual.

Ayn Rand 1

Apenas se conocieron los resultados de la primera vuelta electoral, el partido de Ollanta Humala emprendió la conquista de ese casi 70% del electorado que no apostó por la opción estatista y autoritaria que representaba abiertamente Gana Perú antes del 10 de abril.

Consiguió primero (con poco esfuerzo) la captación de políticos y técnicos de otras organizaciones que, con afilado oportunismo, vieron en la candidatura fascista de Ollanta la llave para el poder que no pudieron conseguir en sus partidos de origen.

Se sumaron también numerosos intelectuales, artistas y otros pintorescos personajes que comulgan con ideas socialistas, y que se ubican, cómodamente, en aquellas posiciones que pueden ser consideradas “políticamente correctas”, persuadidos (algunos con pocos escrúpulos) de que ha llegado la hora de la izquierda con este ex militar golpista.2

Pero un insólito apoyo llegó desde Madrid y Washington, el de los liberales Mario Vargas Llosa y su hijo Álvaro, convirtiendo al movimiento de Humala en un temible frente de comunistas, fascistas, populistas, etnocaceristas (?), peruposibilistas (?), chavistas, liberales (?), etc. Lo más parecido a un Babel político.

Se ha intentado justificar y santificar a esta amorfa alianza de zamarros, oportunistas, desmemoriados e ingenuos con la siempre infalible y socorrida apelación al consenso.3 Hay que concertar, se dice ahora. “Es lo que el pueblo nos ha demandado”, sostiene el candidato fascista, muy seguro de conocer lo que pensamos y anhelamos los millones de individuos que no votamos por él.

Sin embargo, el consenso en política, más aún en una coyuntura electoral como esta, solo puede terminar en un cambalache de favores, en un toma y daca, en un fraude, en una traición o en algún acuerdo expreso o tácito para usar la fuerza de la ley contra víctimas legalmente desarmadas.4 Por el consenso, decía Ayn Rand, la verdad se sustituye por la estadística, los principios por el recuento de votos, los derechos por las cifras y la moral por las encuestas.5

¿Se puede concertar sobre el respeto a la Constitución? ¿Se puede negociar sobre los contenidos de la prensa y sobre una nueva distribución de las licencias de los medios de comunicación? ¿Es posible llegar a un consenso sobre la confiscación de los ahorros y aportes de los afiliados a las AFP? ¿Se puede conciliar entre principios tan opuestos como los que defienden una economía de mercado y una economía estatista o “nacional” de mercado?

Los humalistas (y neohumalistas) creen que sí. Por eso han presentado hasta tres “concertadas” propuestas de gobierno (eufemísticamente llamadas “aclaraciones”, “compromisos”, “hojas de ruta”) y hasta han llegado al ridículo de jurar ante Dios (al menos eso parecía) en señal de que creen en el mercado y en el orden constitucional. Para hacer más creíble esta evidente farsa, estos seguidores de Chávez invocan a la “unidad nacional” para lograr consensos oportunistas.

Pero si queremos transar o concertar con ellos, primero tendríamos que dejar de lado nuestros principios y nuestras ideas. ¿Será por eso que Humala pretende que nos olvidemos de las ideologías porque eso es lo que más sobra en el Perú?6

Para el demagogo le será más sencillo negociar con nuestras libertades si previamente hacemos renuncia de nuestros principios e ideas. Porque sostenerse en las ideas presupone la comprensión de los hechos, de la realidad, de los principios y una visión de largo plazo,7 todo lo cual es precisamente aquello que está tratando de evitar desesperadamente el aspirante a dictador.

Estamos convencidos de que no puede haber ningún tipo de consenso o acuerdo con un proyecto político dictatorial y estatista como el que propone realmente Humala. Aceptar esa transacción solo nos conducirá al suicidio como sociedad libre. Menos aún podemos someternos a ese consenso a gran escala que es el que pretende en el balotaje del 5 de junio, cuando aspira a que millones de peruanos, “sin principios ni ideologías”, elijamos su dictadura.

Visión posmoderna

Visión posmoderna

por Alberto Benegas Lynch (h)

Alberto Benegas Lynch (h) es académico asociado del Cato Institute y Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Argentina.

Cada vez más se observa el avance del posmodernismo en muy diversas manifestaciones de la cultura. Este movimiento comenzó a expresarse en las revueltas del mayo francés de 1968 pero hunde sus raíces en autores como Nietzsche y Heidegger. Esta corriente tiene vertientes en muy diversos planos pero básicamente significa relativismo ético, epistemológico, cultural y hermenéutico.

En otros términos, tal como explica G. B. Mason en su célebre ensayo sobre la materia (Critical Review, vol. 2, primavera/verano de 1988, No.2 y 3), el posmodernismo pretende renegar del concepto de verdad y realidad objetiva como lo pone en evidencia I. A. Richards en el título de su trabajo sobre la materia (“The Proper Meaning Superstition”), noción a la que están ligados los nombres de Rotry, Derrida, Sausurre y tantos otros pensadores contemporáneos aunque también hay quienes presentan otras vetas que revelan enfoques distintos respecto a aquellos autores como Hans-Georg Gadamer (en su Verdad y método), Paul Ricoeur (en su Hermeneutics & the Human Sciences) y, en el campo de la economía, Ludwig Lachmann y Don Lavoie.

En todo caso, lo relevante del tronco central y más difundido de sus variantes pretende eliminar toda línea divisoria entre el bien y el mal, rechaza la posibilidad de conocimiento objetivo (por lo que incurre en la conocida contradicción de involucrar sus propias conclusiones también como relativas). Por su parte, Eliseo Vivas ha puntualizado que son incapaces de reconocer una jerarquía de lo mejor y lo peor en las diversas culturas, y, asimismo, en lo que se ha dado en llamar “deconstrucción”, pretenden dar rienda suelta a las interpretaciones de textos en un “todo vale”. En este último caso, tal como señalan John Ellis y Umberto Eco, del hecho de que no haya una correspondencia epistemológica entre la palabra perro y el can al que nos referimos y que las palabras son de naturaleza evolutiva y el resultado de una convención, no se sigue que podamos otorgarles arbitrariamente cualquier significado puesto que, en ese supuesto, la comunicación se tornaría imposible.

Siempre en esta línea hermenéutica, deben distinguirse dos dimensiones en el análisis. En la primera es pertinente admitir que en toda comunicación el mensaje no se transmite y recibe como si se tratara de un scanner por el que el receptor obtiene lo transmitido tal cual se emitió. Hay indudablemente un proceso de reinterpretación que estará en función del andamiaje conceptual, de la historia y hasta del estado anímico del receptor. Si se tomara todo como un texto (no solo la lectura), es decir, todo lo que vemos y escuchamos, la interpretación dependerá no solo de la claridad del mensaje emitido por el emisor sino sujeta a las variables que hemos mencionado en la persona del receptor.

Esto es cierto, pero de allí no se deriva un dadaísmo hermenéutico. Sigue en pie la necesidad de captar la verdad del mensaje (no lo que quiso decir el emisor sino lo que dice o, en su caso, la naturaleza de la cosa observada), sigue en pie la necesidad del método popperiano de sucesivas refutaciones y corroboraciones con la intención de dar en la tecla. Los posmodernos sostienen que las interpretaciones libres de cada uno contribuyen a crear una producción que aumenta en la medida en que se acumulan dichas interpretaciones “creativas”, pero en realidad lo que ocurre es un desvío de lo que se trasmite o de las características de lo que se observa. Es muy loable y necesaria la creatividad para formar nuevas ideas y perspectivas pero esto no significa desdibujar, distorsionar y desfigurar el mensaje que se desea trasmitir, porque, como queda dicho, entre otras cosas, de ese modo, se imposibilita la comunicación que resulta indispensable para el propio proceso creativo.

Este relativismo ético, epistemológico, cultural y hermenéutico que ha invadido diversos planos de la actividad cultural es la antítesis del conocimiento y es la degradación de la cultura (contracultura la denomina Jorge Bosch). El antes referido John Ellis en su Against Deconstruction escribe que, al contrario de lo que pretende la visión posmoderna, ésta “no genera más riqueza interpretativa sino ausencia de significado. La ambigüedad en los signos no aumenta sino que introduce una disminución en el significado”. Incluso aquél texto que su autor expresamente declara que es susceptible de varias interpretaciones, no autoriza a cualquier interpretación en cualquier sentido por más contradictoria y fantasiosa que resulte respecto a lo escrito.

Eco, en sus contribuciones en la colección aparecida en Interpretación y sobreinterpretación, aclara que debe diferenciarse una “interpretación sana” de una “paranoica” y que debe tomarse en cuenta el contexto para facilitar el conocimiento de lo que dice el texto. Desde luego que hay textos oscuros que requieren una labor más esmerada para su dilucidación pero siempre en busca de la verdad del texto objetivo. En cualquier caso, en línea con lo comentado, Eco sugiere “una especie de principio popperiano según el cual si no hay reglas que permitan averiguar que interpretaciones son mejores, existe al menos una regla para averiguar cuales son las malas. No podemos decir si las hipótesis kelperianas son definitivamente las mejores pero podemos decir que la explicación ptolemaica del sistema solar estaba equivocada”. Más aún, Eco en su Obra abierta otorgaba un rol activo al intérprete pero siempre sobre la base de un texto que había que interpretar, es decir, descubrir su significado, no inventarlo ni recrearlo.

Nos parece que la moda del posmodernismo, conciente o inconcientemente, carcome la estructura lógica de la mente e introduce una intensa niebla comunicativa, con lo que se contribuyen a engendrar una serie de autómatas preparados para ser manipulados por los megalómanos siempre cobijados tras las garras del Leviatán. No en vano en 1984 Orwell consigna un diccionario en el que el Gran Hermano dicta palabras con significados deliberadamente distorsionados al efecto de dominar y engullir las autonomías individuales.

Isaiah Berlin en El sentido de la realidad escribe sobre lo que se denominaba romanticismo (precursor del posmodernismo) hacia finales del siglo xviii en Alemania, corriente que trataba de “una inversión de la idea de verdad como correspondencia, o en todo caso como relación fija, con rerum natura, que viene dada y es eterna y que constituye la base de la ley natural” lo que conduce a “la sociedad cerrada, planificada centralmente de Fichte y de Friedrich List y de muchos socialistas” y concluye que “una actitud de este tipo es la que ha revivido en épocas modernas en forma de existencialismo […] Pues las cosas no tienen, en este sentido, naturaleza alguna, sus propiedades no tienen relación lógica o espiritual con los objetos o la acción humana”.

Malcom W. Browne relata alarmado en The New York Times que en un congreso de la New York Academy of Sciences que reunió a más de doscientos científicos de las ciencias naturales y las ciencias sociales de distintas partes del mundo, hubo quienes sostuvieron en sus ponencias que la verdad depende del punto de vista de cada uno. Como he dicho antes, todo lo que entendemos es subjetivo en el sentido de que es el sujeto el que entiende, pero cuando hacemos referencia a la objetividad o a la verdad aludimos a las cosas, hechos, atributos y procesos que existen o tienen lugar independientemente de lo que opine el sujeto sobre aquellas ocurrencias, es decir, a fenómenos que son ontológicamente autónomos. Lo dicho en nada se contradice con el pluralismo y los diversos fines que persiguen las personas, dado que las apreciaciones subjetivas en nada se contraponen a la objetividad del mundo. Constituye un grosero non sequitur el afirmar que del hecho de que las valorizaciones son diversas, se desprende la inexistencia de la objetividad de lo que es. El “me gusta o prefiero” no se contrapone a la existencia del mundo real.

Respecto a las ciencias sociales y, en especial la economía, una cosa es mostrar que los fenómenos son hermenéuticos en el sentido de que los “hechos” requieren interpretación y no son hechos físicos sujetos a la verificación en el laboratorio como en las ciencias naturales y otra muy distinta es pretender que en el primer caso los nexos causales se pueden referir en cualquier dirección que le plazca al sujeto que emite opinión.

En resumen, la visión posmoderna es una rebelión contra la razón, contra el racionalismo crítico para recurrir a una expresión de Karl Popper en contraste con los abusos y errores del racionalismo constructivista según la terminología acuñada por Hayek. El nacimiento de la cultura occidental tuvo lugar en la Grecia antigua en donde por primera vez se atribuyó relevancia sistemática al logos, al porqué de las cosas, al razonamiento para escudriñar el sentido de las cosas y no simplemente limitarse a tomar nota de sucesos sin pretender explicarlos. El posmodernismo revierte aquel proceso y nos retrotrae a los rincones más oscuros de las cavernas culturales.

Keynes, Mundell y las devaluaciones

Keynes, Mundell y las devaluaciones

por Manuel Hinds

Manuel Hinds es ex Ministro de Finanzas de El Salvador y co-autor de Money, Markets and Sovereignty (Yale University Press, 2009).

El famoso economista inglés Lord John Maynard Keynes escribió en su obra más famosa: "Las ideas de los economistas y los filósofos políticos, tanto cuando son correctas como cuando no lo son, son más poderosas que lo que es comúnmente entendido. De hecho el mundo está regido por poco más. Los hombres prácticos, que se creen totalmente exentos de cualquier influencia intelectual, son usualmente los esclavos de algún difunto economista. Locos en posiciones de autoridad, que oyen voces en el aire, destilan su frenesí de algún escritorzuelo académico de algunos años atrás".

Estas palabras acentúan la importancia de conocer los orígenes de las ideas, sus motivaciones y sus limitaciones antes de pasar a aplicarlas. En ellas, Keynes también destila la profunda ironía con la que él veía a las personas que se consideran libres de toda influencia intelectual y se enorgullecen de eso. Pero a Keynes, un profesor de la Universidad de Cambridge que vivió en la Inglaterra de la primera mitad del siglo XX, no se le ocurrió que podía también haber personas que se consideran intelectuales y que aún así fueran esclavos de ideas viejas y polvorientas de las cuales no supieran los orígenes.

Este es el caso, por ejemplo, de los entusiastas de las devaluaciones de las monedas, que creen que éstas son modernas y que creen que el que las volvió modernas fue precisamente el mencionado Lord Keynes. Si lo supiera Keynes se revolcaría en su tumba, ya que él siempre fue enemigo de las devaluaciones y un defensor de los tipos fijos de cambio. De hecho, él tuvo la oportunidad única de darle forma a un sistema monetario global (el de Bretton Woods), que diseñó con Harry Dexter White de EE.UU. al final de la Segunda Guerra Mundial. Ese sistema incorporó dos características que ponen los pelos de punta a muchos de los que se consideran modernos en la tradición de Keynes: uno, estaba basado en el oro; dos, su estructura era de tasas fijas de cambio.

El valor del dólar estaba valuado con un precio fijo del oro (a 35 dólares la onza troy) y todas las demás monedas del mundo estaban valuadas en términos de un precio fijo del dólar (la valuación del colón salvadoreño era 2,50 colones por dólar). De esta forma, a través del dólar, todas las monedas del mundo estaban valuadas en dólares. Keynes y White diseñaron una institución, el Fondo Monetario Internacional, para vigilar que estas tasas fijas se mantuvieran y para manejar, en casos extremos de irresponsabilidad fiscal o monetaria, una devaluación forzosa. El concepto que Keynes tenía de las devaluaciones lo encapsuló en una sentencia: "El método de la depreciación monetaria es un mal método al que uno recurre sólo si no hay nada más que hacer" (para más detalles ver mi artículo en el Financial Times de Londres/Nueva York del 23 de mayo de 2011).

Los más sofisticados entre los que creen que devaluar monedas es bueno atribuyen sus ideas a Robert Mundell, profesor de economía en la Universidad de Columbia, premio Nobel de economía, que escribió sobre las áreas monetarias óptimas, en las cuales podría hacerse tenerse una moneda independiente —es decir, que no estuviera sujeta a tasas fijas de cambio. Estas áreas serían enormes, tan grandes como la del euro o la del dólar. Equivocadamente, mucha gente tomó esto como que cualquier país, aún uno del tamaño de El Salvador (que produce cerca del uno por ciento del PIB de la ciudad de Nueva York) debería de tener su propia moneda. Para aclarar dudas, Mundell después ganó el premio Nobel por su trabajo con su trabajo sobre cómo unificar monedas pequeñas en grandes bloques con una sola moneda. Los que creen que Mundell apoyaba tener monedas propias y devaluarlas lo entendieron al revés.

Para terminar de aclarar, Mundell acaba de dar una conferencia en el Manhattan Institute en Nueva York, en la que dijo que lo que se necesita hacer para salir de estos tiempos inestables y promover el crecimiento mundial es ir restringiendo los movimientos del dólar contra el euro hasta llegar a fijar la tasa de cambio entre estas monedas. Esto sería el principio de la creación de un sistema monetario mundial en el que se restablezcan las tasas fijas de cambio entre todas las monedas.

Lo que en el fondo está proponiendo Mundell es quitarle a los burócratas y políticos la potestad de crear dinero, generando burbujas, recesiones y amenazas de depresión, que luego usan como argumentos para crear más dinero y sumir al mundo en aún más miseria. En esto está en el mismo lado que Keynes. Y que Hayek.

Los que están en posiciones de autoridad, sea que oigan o no voces en el aire, deberían abandonar los viejos textos de antaño y darse cuenta de que el mundo está cansado de la manipulación monetaria que nos ha llevado a la crisis global de la que no terminamos de salir, y está moviéndose hacia ponerle una brida a la creación monetaria, restituyendo así un sistema que pare la inflación mundial y estabilice el valor del dinero.

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